Jue 24.10.2002

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA EN NUEVA YORK AL CINEASTA ESTADOUNIDENSE WOODY ALLEN

“Es muy difícil no ser un pesimista”

Antes de viajar a España para recibir mañana el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, el realizador afirma que cree que “la vida es cruel e injusta” y analiza los vaivenes de su larga filmografía.

Por Enric González *
Desde Washington

El realizador Woody Allen (Nueva York, 1935) llegó ayer a España, donde mañana recibirá el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Esta entrevista se realizó antes de que emprendiese el viaje, en su oficina de Manhattan, la antigua portería de un edificio de lujo en Park Avenue. Allen es amable, irónico y ligeramente duro de oído.
–Estos premios al conjunto de su obra, ¿le proporcionan una sensación de trabajo culminado?
–No tuve muchos premios de ese tipo. Cannes y ahora el Príncipe de Asturias. Y uno sólo puede darse cuenta de lo que ha hecho y de lo que está haciendo comparándolo con la obra de otros cineastas de gran nivel. El juicio, de esa forma, siempre resulta severo. Siempre que me conceden un premio tengo la sensación de que alguien se equivoca, de que me eligen por error. Quizá me dan los premios por simple longevidad, porque llevo muchísimo tiempo trabajando con entusiasmo.
–Su obra es inmensa. Dirigió 32 películas, escribió cuentos, guiones, ensayos, trabajó como actor y humorista... ¿Ha creado escuela?
–Nada de nada. Martin Scorsese, un gran director, influye a casi todo el mundo, incluyendo gente ya tan sólida como Spike Lee o Brian De Palma. Percibo rasgos de Scorsese en la mayoría de las películas que veo. En cambio, no me parece que yo haya influido en nadie.
–¿Hay alguna explicación?
–A mí no se me ocurre. Y no me molesta. Es una realidad, y ya está.
–¿Qué ha ocurrido entre usted y el público estadounidense? Tiene más éxito en Europa que aquí.
–En Estados Unidos tengo poco público. Me va bien en ciudades grandes como Nueva York, San Francisco, Chicago, Los Angeles o Boston, pero no en el conjunto del país, hecho de urbanizaciones suburbanas. Quizá la explicación a mi relativo éxito en Europa es que se trata de un continente más urbano, porque la realidad es que allí también me va bien en París, Londres, Barcelona y Madrid.
–¿Quién dejó a quien aquí?
–Creo que fui yo, porque la gente habría estado encantada de que me repitiera. Cuando hice Annie Hall y Manhattan, mis dos mayores éxitos comerciales, me decían que siguiera en esa línea. Pero un poco antes, cuando había hablado de filmar una comedia romántica como Annie Hall, me habían dicho que el proyecto era una insensatez y que debía centrarme en mi estilo inicial, en comedias disparatadas como Bananas y Robó, huyó y lo pescaron. Aún hay quien me lo dice. La verdad es que algunas películas posteriores, como Hannah y sus hermanas y Crímenes y pecados, recaudaron más dinero que las primeras películas de humor puro. Robó, huyó y lo pescaron costó sólo un millón de dólares y tardó diez años en cubrir gastos. O sea que el público estaba encantado con aquel género, sin necesidad de acercarse al cine para verlo. Nunca he tenido un interés exagerado por el éxito, me interesaba más evolucionar como cineasta y probar nuevos géneros, nuevas ideas, y eso no resulta del agrado del gran público estadounidense.
–Cuando rodaba las primeras películas ¿ya tenía ganas de filmar una tragedia como Interiores?
–Sí, claro. La tragedia siempre me atrajo y me gustaría que resultara mi forma de expresión natural. Lamentablemente, mi inspiración tiende a lo cómico. A mí me gustaría parecerme a Eugene O’Neill, Tennessee Williams o Ingmar Bergman. No es el caso. Y si lo fuera, supongo que lo lamentaría y ahora mismo estaría diciéndole que me encantaría tener más talento humorístico. Eso, como director. Como actor nunca he sentido interés, ni he tenido capacidad, para hacer Hamlet. Como director sí habría preferido tener el don de la tragedia.
–¿Qué faceta disfruta más?
–Escribir es lo mejor, porque es pura fantasía. Estoy en mi casa, en la cama, con mis niños, mi tocadiscos, un poco de comida, una temperatura óptima y escribo, y si no me gusta lo que sale, lo tiro y empiezo otra vez. Y si me gusta pienso, oh, éste es el mejor guión de mi vida, esto va a provocar grandes risas, o tremendos llantos... Cuando termina la escritura empiezan las dificultades: hay que madrugar, buscar localizaciones, elegir actores y, en general, enfrentarse al mundo exterior. Empiezo cada película pensando que me van a dar el Premio Nobel por ella, pero cuando llego a la fase final, a la edición, me conformo con que el fracaso no sea demasiado humillante.
–Sin embargo, un rodaje tiene una parte de fantasía.
–Totalmente cierto, uno pasa seis u ocho meses viviendo en otro mundo. No sólo es un placer, es una terapia. Trabajar es saludable. Si no, uno se sentaría y empezaría a pensar en que la vida es triste, en la vejez, en la muerte, y acabaría con problemas mentales.
–¿Por que trabaja tanto?
–No trabajo tanto. Creo que podría hacer dos películas al año, en lugar de una, porque me sobra tiempo. Puedo tocar el clarinete, jugar con mis hijos, ver partidos de básquet, ir al cine, cenar casi cada noche con amigos en un restaurante...
–¿Se modera su pesimismo?
–Creo que es muy difícil no ser un pesimista. La vida es cruel y carece de sentido. Se puede pensar, como argumentan algunas religiones, que estamos en el mundo para sufrir, para hacer una penitencia y que sólo después de la muerte las cosas adquieren un cierto sentido.
–¿Y la política? ¿Sigue participando en campañas demócratas?
–Eso lo he hecho ocasionalmente. Mi participación actual se limita a mi papel como ciudadano.
–Ya sabe que el presidente Bush no es popular en Europa...
–No voté por él, no creo que sea un buen presidente y no me convence cuando habla de Irak. Me parece que mucha gente, en la calle y en la administración, piensa lo mismo que yo.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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