ESPECTáCULOS
Una fábula moderna sobre la usura y la codicia institucionalizadas
La película australiana “The Bank” es de una rigurosa actualidad en la Argentina: con la forma de un thriller, desnuda la ambición desmedida, el afán inmoderado de lucro y la impunidad de los bancos.
› Por Luciano Monteagudo
“¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”, se preguntaba Bertolt Brecht. El preciso, tenso thriller australiano The Bank, que en abril pasado se convirtió en una de las revelaciones del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, no propone precisamente un robo, pero se expresa en los mismos términos sobre los móviles y fundamentos de las instituciones financieras. Y nadie mejor que el espectador argentino de hoy para comprender la ambición desmedida, el afán inmoderado de lucro, la impunidad y el desprecio por los bienes y las necesidades de la comunidad que profesan los bancos, tal como lo desnuda con claridad e inteligencia la ópera prima del guionista y director Robert Connolly.
Ya desde el comienzo mismo del film, cuando llega a una escuela primaria un empleado bancario para pregonar entre los niños las virtudes del ahorro, regalar alcancías con forma de chanchito y explicar que sobre cada moneda depositada se pueden ganar “intereses sobre los intereses”, se intuye la obscenidad del sistema. Cuando la cámara ingrese poco después a la reunión de directorio del CentaBank esa obscenidad quedará aún más en evidencia. Simon O’Reilly (Anthony Lapaglia), un tiburón de las finanzas, se está jugando el puesto. Es el CEO del banco, no le ha temblado el pulso para cerrar un tercio de las sucursales y dejar cientos de empleados en la calle con tal de aumentar los márgenes de ganancia, pero los accionistas todavía no están satisfechos. “¿Cuál es el objetivo de nuestra empresa?”, le pregunta uno de ellos, retóricamente. Y se responde: “Crecer, ganar más, siempre más”.
Para O’Reilly se trata de encontrar una solución rápida, drástica al problema y cree encontrarla en un tal Jim Doyle (David Wenham). Suerte de genio de las matemáticas y la computación, el joven Jim –un tipo enigmático, lacónico, vestido siempre igual, como el científico que componía Jeff Goldblum en La mosca, de Cronenberg– dice haber descubierto una fórmula capaz de predecir las caídas de la Bolsa. Y el CentaBank podría beneficiarse con esa información, al punto de poder ganar millones de dólares al mismo tiempo que otros los pierden. Si la Bolsa es una ruleta, la fórmula Doyle sería como jugar con los números puestos.
El ajustado guión de Connolly tampoco se conforma con poco. En un relato paralelo, que paulatinamente irá coincidiendo con el hilo narrativo central, la película expone el caso concreto de una familia arruinada por los manejos sucios del banco. “Confío en los bancos, quiero decir, confiaba en ellos, trabajé con este banco por veinte años, tenía todas las razones para creer que no iban a estafarme”, se lamenta ese cliente australiano, tan parecido en su letanía a tantos ex ahorristas argentinos. Una tercera línea narrativa presenta el enigma de Michelle (Sybilla Budd), empleada en ascenso del CentaBank. ¿El banco la habrá puesto en la cama de Jim para tenerlo vigilado de cerca o la chica creerá realmente lo que dice cuando grita a los cuatro vientos que los banqueros deberían pertenecer a una hipotética organización llamada “Cretinos sin fronteras”?
La cámara nunca se hace notar en The Bank, la puesta en escena es de una eficacia infrecuente en un director debutante y algunas líneas de diálogo cortan como cuchillos (“Soy como Dios, pero con un traje mejor”, se ufana el siniestro O’Reilly). En las intenciones del realizador Robert Connolly–con una amplia y exitosa experiencia previa como productor– no está precisamente revolucionar el lenguaje del cine, sino en todo caso utilizar su capacidad narrativa para desarrollar una fábula moderna sobre dos viejas enfermedades del mundo: la codicia y la usura institucionalizadas.
(The Bank) Australia, 2001.
Dirección y guión: Robert Connolly, basado en una idea de Brian Price y Mike Betar.
Fotografía: Tristan Milani.
Música: Alan John.
Intérpretes: David Wenham, Anthony Lapaglia, Sibylla Budd, Steve Rodgers.
Estreno de hoy en los cines Village Recoleta, Hoyts Abasto, Cinemark Palermo y otros.