Dom 27.01.2002

ESPECTáCULOS

“Camilo no sólo era un maestro, también fue mi mejor amante”

Pasados algunos días de la muerte del último Premio Nobel español Camilo José Cela, su viuda Marina Castaño no consigue dejar de hablar en presente. En esta entrevista asegura que “nadie llegó a conocerlo de verdad”, relata que tenía comenzadas tres novelas y se ríe de sus exabruptos.

Por Jesús Ruiz Mantilla *

En las ceremonias previas al funeral, Marina Castaño no sabía en qué habitación meterse. Todo el mundo quería besarla, todo el mundo le daba apoyo, le recordaba a Camilo José Cela. Una mujer le plantó un ejemplar de un periódico para que lo firmara y se lo dedicara, encima de la foto de su esposo, fallecido el jueves 17. El cuerpo del escritor reposaba en un pequeño cuarto de la Fundación Camilo José Cela, en Iria Flavia, la localidad coruñesa donde el Nobel nació hace 85 años, custodiado por dos hombres vestidos de maceros de gala. Marina terminó buscando refugio en una biblioteca donde no dejaba de sentirse el olor de más de veinte coronas de flores. Aun pasados unos días, Castaño sigue hablando del escritor en presente.
–El jueves, en el día de la muerte de Camilo José Cela, prevaleció en los recuerdos la obra frente a los exabruptos. ¿A usted cómo le gustaría que se lo recordara?
–En su dimensión humana. No lo conoce nadie. Nadie sabe hasta qué punto es generoso, y su entrega era total. En esa biblioteca en la que me refugié ese día, había un señor que era un presidiario de Almería, todo un personaje con el que tuvo una relación de años y que le llamaba tío Camilo.
–¿Y no cree que se ha hablado poco de su capacidad para la experimentación literaria?
–Muy poco. Una obra como Madera de boj representa su capacidad para ensayar siempre nuevas formas. El era vanguardia, siempre estaba obsesionado con hacer cosas diferentes. Hasta el final lo probó todo. Tenía empezadas tres novelas.
–¿Sobre qué?
–Bueno, no lo sé, cuando empezaba una novela siempre lo decía. Soltaba: “He empezado una novela”, pero no sabía por dónde iba a tirar, por dónde empezar y hablaba poco de los temas.
–¿Y todo lo que acabó en vida está publicado o va a haber alguna sorpresa en el futuro?
–Está todo publicado. Nunca guardó una página en el cajón. Lo último fue un poema que escribió para el día de fin de año de 2001 y que leyó a unos amigos con quienes compartimos la cena. Yo no quise que saliera a la luz porque era muy íntimo, pero finalmente decidí que se publicase el viernes en el diario en el que colaboraba, ABC, porque todos tienen derecho a conocerlo y yo no puedo ser tan egoísta como para guardármelo.
–¿Queda algún deseo del escritor sobre la fundación que no pudo cumplir en vida?
–La fundación está completada. Sólo queda empujarla para arriba, darle una dimensión internacional. Aquí se puede estudiar toda su obra, realizar tesis doctorales, hay 40.000 ejemplares de fondo, una pinacoteca, una magnífica colección de revistas literarias, un epistolario fabuloso ordenado, clasificado, que hay que dar a conocer. El quería que éste fuera un lugar para empaparse de cultura.
–¿Y el proyecto de esta casa lo llevó desde siempre en la cabeza?
–Sí. No quería nada para sí mismo, todo está aquí, manuscritos valiosísimos que universidades americanas querían comprar a toda costa y por los que ofrecían muchísimo dinero. Pero nunca los vendió. Camilo no tenía ningún interés por el dinero y eso que su legado está tasado en un valor altísimo.
–¿Cuánto?
–No quiero decir cifras porque es de mala educación, pero le puedo asegurar que es mucho dinero.
–En estos días, Camilo José Cela Conde se acercó a despedir a su padre. ¿Pudo hablar con él? ¿Cómo están sus relaciones?
–En esos días hubo mucha gente, y todos tuvimos que atender a quien vino a verlo y estar con él.
–¿Las polémicas con algunos escritores gallegos, sobre si a Cela se le podía considerar realmente un escritor de su tierra con todas las letras por el hecho de no escribir en su lengua, lo empequeñecen o lo engrandecen?
–Esas polémicas suponen restar y no sumar. Son negar a Valle Inclán, a Torrente Ballester, escritores importantísimos a los que no se puede reducir por el hecho de escribir en una lengua solamente. Camilo es gallego hasta la médula y de hecho todo lo que tenía está hoy en Galicia.
–En los últimos meses, cuando sufrió más intensamente su enfermedad, ¿cómo pudo soportarlo un hombre tan vital?
–Siempre quiso mantener su vitalidad y yo contribuí a ello. Siempre quise quitarle de la cabeza la idea de la enfermedad, y creo que él estaba convencido de que no sufría nada. Aunque le daba mucha pena no poder estar físicamente en homenajes como el que se hizo cuando se cumplieron los cincuenta años de La colmena, pero no le era posible salir. Se sentía muy orgulloso de que yo fuera en representación suya. Me daba instrucciones muy rigurosas: me exigía estar a la altura y para cuando llegara este momento me dijo que debía mostrar entereza y que nunca me debía ver nadie con el ánimo por el piso, nunca.
–Seguía con la manía de su caballerosidad hasta el final.
–Lo fue, desde luego, hasta el último día. Repito que nadie lo conocía. Pero que su educación era exquisita, a pesar de sus salidas de tono.
–¿Y usted no lo pasaba mal cuando montaba sus múltiples espectáculos?
–Yo lo pasaba muy mal y después se lo decía. Cuando salíamos de casa, como ya lo sabía, me tomaba mis precauciones. Y él al llegar a cada sitio advertía que ya venía aleccionado de casa.
–Usted tuvo que ser también un poco madre.
–Fui un poco madre. En una pareja hay que interpretar muchos papeles: madre, amante, amiga, sirvienta, colega, recadera. Intenté hacerlos todos.
–¿Y él, qué papel interpretó en su matrimonio?
–El era un maestro, mi maestro. No sólo eso, también el mejor amante del mundo.
–Ya que dice que nadie lo conoció realmente, ¿qué recomendaría usted para acercarse a él, sobre todo a esa gente que le gusta tanto juzgarlo?
–Leer su obra, sin duda. Leerla y releerla, porque tanta gente ha desaprovechado la oportunidad de descubrirlo, se habló tanto de él sin conocerlo... Y se lo podía conocer bien, acercándose a él. La mejor manera de conocerlo era mirándolo a los ojos.

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