“El consejo que puedo darles para no infartarse es que eviten hacer lo que no les gusta, y que disfruten de lo que tienen. No es tan difícil.” En el caso de Aaron, ése fue el descubrimiento que lo alejó de la larga lista de exigencias y malos hábitos que lo condujeron, casi muerto, a una cama de terapia intensiva. El hombre, uno de los entrevistados para la primera emisión de “Código de tiempo”, el nuevo ciclo de documentales científicos de Cuatro Cabezas, asegura que el infarto agudo de miocardio que sufrió le enseñó forzosamente a disfrutar y valorar las cosas sencillas, que antes pasaba por alto, ocupado como estaba en su fábrica y sus tres mueblerías. Esas cosan son sus dos nietos, su esposa, los sutiles cambios de color del roble que tiene en el fondo de la quinta. El, como los otros entrevistados en el marco de un programa íntegramente dedicado a las patologías cardíacas, jura que ya no es el mismo, y que prefiere ni acordarse de ese otro con su cara que ingresó al hospital.
Los tecnicismos y las estadísticas llegaron a su debido tiempo, pero sin imponerse a las historias de vida en las que estuvo centrada la emisión. El médico Jorge Tartaglione, cardiólogo y conductor del ciclo, fue el encargado de explicar, junto a un grupo de especialistas, cuáles son los factores que determinan buena parte de los infartos (responsables del 35 por ciento de las muertes naturales en la Argentina), y las consecuentes formas de prevenirlo. De igual forma, los cardiólogos entrevistados expusieron las técnicas más efectivas –la angioplastía, el by pass– con las que cuenta la ciencia para hacer frente a las enfermedades de corazón. Pero desde un principio quedó claro que el programa apunta a jerarquizar el potencial emocional de las historias, y a la identificación que éstas puedan generar en el espectador. Los testimonios, de hombres y mujeres de edades y profesiones variadas, transmitían una certeza implícita: nadie está al margen de la enfermedad. “Código de tiempo” apuesta sus fichas a la medicina preventiva, y en ese sentido se diferencia marcadamente de buena parte de los programas que se emiten en el cable, por ejemplo los que pueden verse en la pantalla de la señal de cable Discovery Health.
De las mejores producciones extranjeras –Discovery las tiene, y no son pocas–, los realizadores recuperan las animaciones computadas, y algunos efectos poco explotados en la televisión argentina de aire: la imagen tridimensional de un corazón latiendo, o de la sangre volviendo a conquistar las arterias tras la realización de un cateterismo. Pero evitan caer en las truculencias que a menudo pueden verse en ciclos del mismo género, como “Línea Vital, Planeta Médico” o ese otro que muestra en cada emisión un parto casi siempre dificultoso, “Historia de un bebé”. A favor del programa, puede decirse que hace foco en el antes, dándole tiempo a los cambios de hábito, y que desecha el recurso más extendido de regodearse en el durante o el después.
El hecho de que de la narración de los pacientes recuperados se fueran desgranando los factores que permitían construir un patrón común a los enfermos –sedentarismo, presiones laborales, mala alimentación, colesterol alto, estrés–, permitió a los realizadores exponer la información de una forma más atractiva a la que hubiera resultado de la mera exposición de los especialistas. Las historias de vida sirven, en este marco, para alertar sobre los hábitos y rutinas modificables de la sociedad. A estos mismos principios responderán las futuras emisiones, ocho en total. Cada una de ellas estará dedicada a un tema distinto: el sida, las adicciones, el cáncer, las fobias sociales, los traumas, los accidentes cerebrovasculares, y los trasplantes.