Sáb 04.01.2003

ESPECTáCULOS  › PRIMERA SEMANA DE “LA PLAYA”, EL REALITY DEL VERANO

Aquí no pasa nada de nada

El reality game elude la trama y la intriga. En cambio cultiva un valor excluyente para el ambiente al que parece apuntar: la fotogenia.

› Por Julián Gorodischer

Bienvenidos al parador de moda, última adquisición de la costa de Pinamar: allí está la rubia tarada para indicarles el camino entre las reposeras, y más allá el abogado junior para contarles a qué hora empieza el set del dj’. Hoy comienza un recorrido por lo más “in” de este verano de turismo interno, y por eso la revista Gente está sacando fotos hace rato a la morocha Paz inaugurando el ultraminishort o el neurona less. “La playa” rinde tributo a la revista que le da de comer, y es como una Gente televisada, olvidada de la trama o la intriga, deslindada del show; muestra el cuerpo y deja el turno al comentarista, Ale Lacroix, para el gaste o el halago. En el contraste, “Gran Hermano” adquiere visos de tragedia helénica y “El Bar 2” se recuerda como una obra clásica. La copia veraniega toma de todos un poquito pero apuesta sus cartas a la diferencia: que la gran playa argentina de exportación, el último reducto del “glamour” en la Argentina devastada, tenga su homenaje. Si a Punta le llegó su ocaso post devaluación, y si Miami ya no cotiza, que al menos resurja de las cenizas un espécimen sin el debido reconocimiento: el playero argentino contemporáneo (PAC).
Allí asoma, entre el continuado de divertidas bromas caseras (enchastrar la zapatilla del nerd) y juegos grupales (corridas y pelotazos), el rostro del PAC, que adora el chill out a la hora del cacerolazo, o duerme hasta el atardecer porque el “dance” no da tregua y queda agotado. “La playa” se despoja de todo pudor: en medio del veranito económico, ya no es necesario justificarse incluyendo un “pobre” o un desocupado en el staff. Lo que queda es el vacío, en el que nunca pasa nada, donde la puja es superficial e impostada (entre Carla y Jey, por “envidia” de ser la otra) o la confesión de un estratega autoparódico (Adrián) que dedica un voto negativo a la chica que lo podría enamorar. Entretanto, el PAC, en reposo, aparece como un blando que utiliza el piropo verde para la conquista, fuerza el manoseo pasando cremita por la espalda de una señorita o conversa animadamente (en privado) sobre delanteras y traseros.
Era hora de que la patria pinamarense tuviera su propia oda: el chill out encuentra al héroe en animado relax, preparado para la batalla en las pistas. Antes, claro, tuvo que dar cuenta de su virtuosismo en una tocata o un peloteo en la orilla. Pero el PAC es en el fondo un mártir: miren, si no, como llora cuando le pasan el video de la familia en Año Nuevo (un video más, un reality más), y cómo recuerda al sobrinito y a la cuñada. No lo acusen de frívolo, no le reclamen más conciencia social. Con su propio karma, ya bastante tiene. Los líderes son aquellos ejemplares de su casta que mejor entendieron las reglas de la consagración social: conseguir la nota en Gente (como Paz), o ganarse el repudio de la mayoría por egoísta y “figureti” (Jey, si lo que vale es llamar la atención) o acusar un aire extraviado de tiempo completo (Matías, en comprobación de que es una persona interesante). Hasta aquí el valor agregado, ese “touch” que les confiere votos a favor y en contra y adhesión del público, por qué no levante –panacea de la temporada–. Antes, demostraron que “tenían lo que hay que tener”: una figura mostrable.
“La playa” no pide el carisma de un villano o la popularidad de un buenazo, como otros realities; no reclama romance ni mayor insinuación que una caminata a solas; no necesita complots, bandos enfrentados ni llantos terribles en cada votación. Consagra, eso sí, a la fotogenia: posar en la página web y en el mural de la entrada, en el separador antes del corte, y en la nota de Gente, en el merchandising y en el “back” televisado. La revista sale más cara, y la pantalla sale al ruedo a ocupar el espacio vacante, a acercar a todos y cada uno las imágenes del verano “como debe ser”. Que no son la multitud embravecida de los tiempos del muñeco Mateykoo el anticuado espíritu del Torreón y de la Rambla. No va más: distendido y “en pedo”, o producido y “al pedo”, el PAC proclama lo que se intuía: los tiempos cambiaron.

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