ESPECTáCULOS › MARISA MONTE, ARNALDO ANTUNES Y CARLINHOS BROWN
La madurez de la vanguardia
“Tribalistas”, que es un éxito en Brasil, surgió de una reunión de amigos, y marca el pulso creativo de la generación que sucedió a los tropicalistas.
Por Fernando D´addario
Los buenos discos, en Brasil, no surgen de meticulosas reuniones de escritorio, sino de relajadas fricciones culturales. No hay en la música popular de ese país un patrón creativo omnipresente, aunque sí parecería distinguirse el motor logístico que la anima: el cruce permanente de lecturas, referencias, orígenes y búsquedas estéticas. El último dream team adoptó un nombre de alcance antropológico (Tribalistas) para iniciar una posible saga que se vislumbra despojada y eternamente casual. Marisa Monte, Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown se juntaron por el simple placer de tocar, grabaron un disco y generaron un mini-fenómeno de ventas y crítica en Brasil. Así suceden las cosas en esa compleja y contradictoria nación vecina, que a veces luce tan exquisitamente lejana.
Debe admitirse que este CD conjunto no suma, con rigor aritmético, las dosis de riesgo que los tres artistas han sabido aportar, cada cual a su manera, por separado. Más bien cataliza diferentes ideas de síntesis, neutralizadas por un espíritu superior de zapada formal. En ese entramado de líneas de fuga probables, prevalece la vocación integradora de Marisa Monte. Tanto es así que, en algunos pasajes, el disco se deja escuchar como un nuevo trabajo solista de la cantante carioca, respaldada por “músicos invitados” con luz propia como son, qué duda cabe, Antunes y Brown. Es más difícil encontrar las “huellas vanguardistas” (dos palabras que pueden ser contradictorias, salvo cuando se habla de música brasileña) del ex músico de Titas, o las experimentaciones rítmicas del imprevisible artista bahiano. Con la notable Marisa como brújula conceptual, el disco deriva hacia un terreno más previsible, que no transgrede los límites de la canción moderna brasileña y hace descansar buena parte de su belleza en los juegos vocales y la placidez instrumental.
En ese sentido, Tribalistas aparece como el certificado de madurez (marcado por la evolución estilística y por el implacable calendario personal) de esa generación que sucedió a los intocables –Caetano Veloso, Gilberto Gil, Milton Nascimento–, y forzó un pase de posta que convirtió a los tropicalistas en clásicos y a los clásicos (Joao Gilberto en primer lugar) en ancianos venerados. Hoy, son Monte, Antunes y Brown los que juegan al cruce inocente de puentes musicales, los que marcan el camino de la compatibilidad generacional. Lo cual, por esa lógica antropofágica que gobierna las mutaciones brasileñas, obliga a pensar ya en nuevas generaciones que asimilen rompiendo, y así sucesivamente...
Como pasa con casi todos los buenos músicos, las complejidades teóricas previas canalizaron aquí en sencillas y bonitas canciones. El mérito de estos tribalistas, deudores de un sinuoso triángulo cultural (Carlinhos, de Bahía, fue en su momento celebrado como el “Prince brasileño”; Arnaldo, nacido en la hiperkinética San Pablo, gusta tanto del hardcore como de la poesía concreta; Marisa, de Río, es una cantante de ¿rock? saludada, hace unos años, como la “nueva Elis Regina”), está condensado en melodías pequeñas y disfrutables, desde el track inicial, “Carnavália”, hasta la despedida con “Tribalistas”, a modo de declaración de principios. En el medio, hay momentos de inspiración (los bellísimos “Velha Infancia”, “O amor e feio”, “Passe em Casa”) y “diálogos” de piloto automático, como suele ocurrir en las mejores reuniones de amigos.