ESPECTáCULOS › LA HISTORIA DE LA GALERA ENCANTADA
Aprender de los niños
Hace un cuarto de siglo, Héctor Presa fundó un grupo especializado en obras de teatro para el público infantil. Desde entonces, llevó adelante setenta y dos obras. Hoy estrena “La arena y el agua”.
Por Silvina Friera
La historia empezó con un joven artista itinerante que daba funciones en clubes barriales y hospitales en plena dictadura militar. El y sus compinches improvisaban canciones y pequeños montajes de modo amateur. Pero las buenas intenciones de Héctor Presa, entretener a los chicos, dibujarles una sonrisa, chocaban con realidades más crueles. Las risas no tenían poder contra la desnutrición, por ejemplo. Así se lo hizo saber, sin medias tintas, la pedagoga Dora Sterman, al final de una función en la asociación S.A.B.E.R., en Villa Urquiza. Cuando por fin decidió que lo suyo fuese el teatro, Presa le propuso a Sterman formar un grupo dedicado en serio al público infantil, La Galera Encantada, que integrara a artistas de la plástica, la música, la actuación y la pedagogía, con la premisa de aprender para transmitir.
En 1978, en el teatro de la Cortada, sobre la calle Venezuela (el mismo lugar en el que funcionó más tarde el mítico Parakultural), presentaron Musicando, primera obra de la agrupación. Desde entonces, mantuvieron una continuidad asombrosa, con más de setenta piezas estrenadas: Romance de trovadores, Una gotita traviesa, Piedra libre para mi ciudad, Juegos lo que se dice juegos, El hado de pistacho, Yo así no juego más, Romeo y Julieta o qué tenemos que ver con el amor, Canciones para mirar, Alicia, un país marravillas, Historias con caricias, ¡¡¡Hola panza!!! y Pido Gancho, la historia de Carlitos y Violeta, entre otras.
Esta tarde a las 16.15 se estrena La arena y el agua, recomendada para niños de 2 a 9 años, en Humboldt 1591. El nacimiento de La Galera Encantada, que celebra sus veinticinco años, contiene los ingredientes imprescindibles de una fábula infantil. Porque Presa y Sterman, los héroes de este relato, fueron remando contra la corriente, en un viaje con destino incierto y escalas previas en distintas salas (el teatro Olimpia, el auditorio de la SHA, el teatro San Martín, entre otras). Como en toda aventura, estuvieron a punto de naufragar cuando se quedaron sin el teatro soñado, luego de alquilar durante diez años una sala en la calle Corrientes al 3600. Sin embargo, a pesar de los problemas económicos llegaron a un puerto seguro en 1997: la sala propia de la calle Humboldt, en Palermo, el primer espacio teatral del país destinado con exclusividad al teatro para niños y jóvenes.
“Me cuesta pensar cronológicamente. Cuando repito en voz alta que llevamos un cuarto de siglo, con setenta y dos obras estrenadas, me asusto un poco”, dice Presa en la entrevista con Página/12. “A fines de los ‘70 estaban Hugo Midón, el grupo Catarsis, los títeres de Don Floresto, Ariel Bufano con su compañía de títeres (en el San Martín), Roberto Vega y nosotros”, recuerda el actor, docente y director, que fue galardonado con un Konex de platino (en el 2001) por ser considerado una de las cinco figuras de la década en el teatro infantil y juvenil. También en el 2001, Pido Gancho recibió el Clown de Oro en el Festival Infantil de Necochea y el premio Argentores al mejor espectáculo del año.
–¿En qué sentido cambió el público infantil?
–En los ‘70, los chicos eran más inocentes. Lo que se acortó fue el período en donde la capacidad de asombro estaba a flor de piel. Los pibes, ahora, están tan informados que se asombran cada vez menos. Cuando realizamos giras por las provincias notamos muchísimo la diferencia. Esos pibes, en cierto punto, todavía están más vírgenes que los de Buenos Aires. En una sociedad en donde los chicos tienen un mayor conocimiento, el punto de mayor ruptura en el teatro infantil está dado por la temática y los textos.
–¿Cómo trabajan para seducir a niños que tienen menos capacidad de asombro?
–Hacemos hincapié en la puesta, cómo se resuelve, qué se cuenta y desde dónde. El segundo proyecto del año propone un héroe diferente. Es la historia de una narradora de cuentos que se encuentra con un niño autista que la está escuchando. Ella tiene que modificar toda la estructura del relato de Robinson Crusoe para poder llegar a él y jugar.
–¿Esto significa que hay temáticas, como la muerte, que no se deben mostrar en una obra?
–A pesar de que existen trabajos bien resueltos en un escenario, hay temas que pueden angustiar mucho a un chiquito. Un nene no puede ver Hamlet. Sin embargo, si tiene más de diez años no habría mayores problemas. Lamentablemente, más de un 60 por ciento de los que hacen teatro infantil no son serios para trabajar. He visto barbaridades arriba del escenario. Muchos actores tratan a los chicos como pelotudos. Seguramente, cuando ellos tengan hijos nunca les van a hablar de esa manera.