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El sexo de una mujer puede ser el centro del mundo
“El centro del mundo” es el más reciente trabajo de Wayne Wang y Paul Auster, el dúo responsable de “Smoke” y “Blue in the Face”.
Por Horacio Bernades
Tras haber generado uno de los dípticos más vivificantes del cine estadounidense durante la pasada década –el integrado por Smoke y Blue in the Face–, el cineasta hongkonés Wayne Wang (largamente radicado en California) y el novelista top Paul Auster volvieron a reunirse para una película. Es verdad que la participación de Auster fue esta vez más acotada, como parte de un equipo de guionistas del cual participó también su mujer, la blonda escritora Siri Huvstedt. Pero no por ello la reunión deja de llamar la atención. La película en cuestión se llamó The Center of the World y se presentó, dos años atrás, en el Festival de Cannes. Ahora, el sello LK-Tel la lanza directamente en video, con el título de El centro del mundo. Filmada en video digital, para Wang la película representó una cuña de aire fresco entre dos compromisos drásticamente comerciales, como fueron el vulgar melodrama Anywhere but here (conocida aquí hace un par de temporadas) y el no menos vulgar vehículo-Jennifer Lopez de Maid in Manhattan, a estrenarse en la Argentina de aquí a un par de semanas.
No deja de sorprender que El centro del mundo haya requerido el concurso de cuatro guionistas (entre ellos, dos escritores de la talla de Auster & Huvstedt) y un asesor de guión tan reputado como Larry Gross, ya que la película que ahora se lanza en video apunta más a los climas y el estudio de personajes que al desarrollo de una historia férreamente atada. Film de cámara en el que la textura de video refuerza la sensación artesanal, El centro... es básicamente un pas-de-deux entre dos personajes excluyentes, que se pasan la mayor parte del tiempo encerrados en habitaciones contiguas de hotel. Típico cyber-millonario veinteañero (de los que hace un par de años todavía proliferaban, antes de la caída de Internet como utopía económica), Richard (Peter Sarsgard) viaja a Las Vegas en compañía de Florence (la bella Molly Parker), a quien ha invitado a pasar un fin de semana juntos.
Desde las primeras escenas se percibe entre Richard y Florence una extraña distancia, y la razón de ésta se devela mediante una serie de flashbacks en blanco y negro. Ambos se conocieron casualmente en un bar y más tarde volvieron a verse en el club nocturno. Allí, ella trabaja como stripper, haciendo uno de esos shows ultracalenturientos en los que las chicas se retuercen y se frotan, semidesnudas, contra parroquianos obligados a mantener las manos quietas. Richard hace a Florence una “proposición indecente”, cuya única diferencia con aquella de Robert Redford a Demi Moore reside en el monto: 10 mil dólares, a cambio de un fin de semana erótico. Florence acepta, pero sólo bajo un férreo pliego de condiciones, que veta besos y penetraciones, y prescribe un horario estricto para sus encuentros sexuales. “Es una actuación”, le aclara la chica a su cliente, y a ello se atiene durante los dos primeros días, desplegando ante el pobre muchacho una artillería erótica de lencería íntima y ondulaciones, que lo deja retorciéndose de dolor sobre la alfombra.
Como en esas películas en las que dos espías empiezan manipulándose y terminan enamorándose, a partir de la tercera noche no se le hará fácil a Florence mantener su rígida ética profesional. El centro del mundo del que habla el título admite distintos sentidos, según quién lo vea. Para Richard, ese ombligo es Internet. Para Florence, se trata lisa y llanamente de la vagina, evocando tal vez cierto célebre óleo de Delacroix. A su turno, los guionistas sugieren que el centro del mundo –un mundo que ya es pura representación y simulacro– podría ser Las Vegas, una Disneylandia para adultos donde es posible toparse, en pocas cuadras, con réplicas del puente de Brooklyn, Babilonia, la torre Eiffel o los canales venecianos. Con esta ciudad-espejismo como marco y emblema, Richard y Florence se entregarán a una representación codificada de la sexualidad (ligas, medias caladas, lencería negra y gemiditos de clubnocturno) para terminar jugando al juego de la verdad entre tanta impostura. Con la sexy Carla Gugino (a quien Brian De Palma dedicara el más lúbrico de sus planos cenitales en Ojos de serpiente) terciando entre ambos, El centro del mundo comparte con films como la francesa Romance el coqueteo con un género al que podría llamarse pornoarte. Claro que jadeos y frotaciones se topan aquí con la ducha fría de la soledad, la incomunicación y la mercantilización de las relaciones humanas, en tiempos de Internet.