ESPECTáCULOS › FRANCISCO JAVIER Y JORGE SUAREZ HABLAN DE “NOVECENTO”
El pianista transatlántico
El director teatral y el actor coinciden en destacar la belleza de la obra, un monólogo conmovedor del italiano Alessandro Baricco.
Por Hilda Cabrera
Alguna vez el actor Jorge Suárez aplaudió a su maestro, el director e investigador teatral Francisco Javier, pero no con la intención de felicitarlo. Otras eran las razones. “El y sus compañeros del Conservatorio Nacional de Arte Dramático habían inventado cosas crueles. Cuando yo no podía cumplir con algo que había dicho o prometido, me recibían en el aula con grandes aplausos. La primera vez fue una sorpresa: cuarenta energúmenos aplaudiéndome”, apunta hoy Javier, en diálogo con Página/12, junto a quien fuera el ideólogo de esas estrategias. Ahora comparten el recuerdo en un reencuentro laboral que los entusiasma. Están a punto de estrenar Novecento, un impactante y conmovedor monólogo del dramaturgo italiano Alessandro Baricco que trata sobre el pianista Danny Boodmann (Lemon Novecento), quien pasó su vida en un transatlántico. Nació y murió allí. No lo abandonó tampoco cuando tuvo oportunidad de desembarcar. Su historia la cuenta un amigo de Novecento y, casi al final del monólogo, el mismo pianista. Quien relata es Tim Tooney, el trompetista que integró la banda de música del transatlántico “Virginian”.
La obra se estrena hoy a las 21, en Patio de Actores, de Lerma 568, y se prevén funciones sólo los días lunes. Esta pieza de 1994 (aquí traducida por la profesora Hilda Elola, docente de la UBA) fue representada en varias ciudades europeas, entre otras Roma y París, donde fue vista por Javier, artista con formación en La Sorbonne y actualmente director y profesor del Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía de la UBA. “Terminé el Conservatorio en 1984, e inmediatamente Javier me eligió para hacer dos obras –cuenta hoy Suárez, quien ha desempeñado importantes papeles en teatro y televisión (entre otros en Lo que va dictando el sueño, Mein Kampf, Rápido nocturno, aire de foxtrot, La Bernhardt y Trátala con cariño; y en el unitario “Infieles” y la tira “Ilusiones”). De los realizados bajo la dirección de su ex profesor memora muy especialmente Casi no te conozco Buenos Aires, de Marcelo Grau, en 1992, y otro de ese año, El acompañamiento, de Carlos Gorostiza, llevado en gira a Finlandia y Suecia. De ahí que poner ahora en escena Novecento se convierte –apunta– en “regocijo del alma”. En cuanto a aquella broma “cruel”, le parece hoy normal en quienes, como él, habían padecido una enseñanza reglada por la dictadura militar. “Los aplausos eran una explosión de libertad. Para los jóvenes fue una tarea difícil reconstruir una conciencia cívica. Habíamos formado un centro de estudiantes que no prosperó: después de cinco años de instalada la democracia, a nadie parecía importarle cuáles eran sus derechos.”
–¿Pero cuál era el problema con Javier?
J.S.: –Mío, ninguno. Cuando Javier tomó el rectorado lo hizo con una condición: la de hacer una limpieza, pero en el mejor sentido. Necesitábamos profesores competentes, que tuvieran algo para enseñar. Pero eso fue muy difícil. Tuvo que renunciar al año, porque los profesores desplazados le hicieron un juicio, lo ganaron y volvieron.
–¿Cuándo fue eso?
F.J.: –En 1984. Me hicieron una jugada. Yo pensaba darle a esa gente otra ubicación, pero hubo presión sindical, y ganaron.
J.S.: –La mayoría de los alumnos coincidió en que ése fue otro año perdido. Las clases empezaban a cualquier hora o nunca.
F.J.: –Eso tiene una explicación. Durante la dictadura militar, profesores como Saulo Benavente, Carlos Gorostiza y yo mismo quedamos cesantes. Muchos de los que permanecieron se apropiaron de los conocimientos de los que ya no estaban.
–”Novecento” es entonces el reencuentro de una historia en común...
J.S.: –Tengo muchos recuerdos de la gira que hicimos con El acompañamiento. En Suecia, conocimos a gente que se había exiliado durante la dictadura militar, y que seguía allí.
F.J.: –Presentamos la obra en Upsala, que tiene una universidad importante. Estaba con nosotros el actor Fernando Alvarez. Jorge, que tiene muy buena voz, cantaba “Viejo smoking”, y emocionaba.
–¿Cómo fue que se decidieron por esta obra?
F.J.: –Descubrí el texto en París, en 1998, a través de un actor francés, Pierre Santini, de origen italiano. El me dijo que al autor le interesaba que el monólogo fuera puesto por gente que incursionara en formas experimentales. Quedé fascinado con el texto y compré los derechos. Después tuve problemas, porque, por diferentes razones, no encontraba al actor que lo representara. Para no perder los derechos, organicé una lectura en el Teatro Nacional Cervantes. Fue una audacia mía leer esa maravilla, pero me sirvió. La representante del escritor, Paola D’Arborio, fue muy generosa y me prolongó el plazo para la puesta. Hice también una lectura en el Instituto Italiano de Cultura.
J.S.: –Cuando escuché a Javier leer ese texto en el Cervantes, no me pude despegar de la historia. Yo nunca antes había hecho un monólogo, y cuando Francisco me lo ofreció, me asusté. Ahora, trabajando, me olvido de que estoy solo en el escenario. El personaje que cuenta es el trompetista, pero en algún momento aparece el mismo Novecento, el pianista. La obra dura una hora y media y es una mezcla de lectura y actuación.
–¿De qué manera logran ese pasaje?
F.J.: –Partimos de la idea de que leer un texto ante un grupo de personas es ya un hecho teatral. Este personaje que nació, vivió y murió en un barco sin bajar nunca de él es para nosotros una metáfora más de la existencia del ser humano. Novecento dice en una escena una frase que es muy representativa: “Yo, que no fui capaz de dejar este barco y de aprender a vivir”. Todos, creo, hemos reflexionado sobre deseos que no pudimos realizar. Esto, que puede parecer una situación dramática, en la obra está contado también con mucho humor.
J.S.: –Esa mezcla de lectura y actuación es una especie de “lectura comprometida”. Como actor de Novecento, mi sensación es la de que estoy contando un cuento a la manera de los narradores populares. Siento que debo poner emoción y alegría. Cuando le digo a Javier que me da miedo el estreno, porque hoy la gente parece ir demasiado rápido por la vida y con pocas ganas de escuchar al otro, él insiste con que el placer de escuchar una historia es la respuesta a otro placer, el de contarla.