ESPECTáCULOS
Un compositor que unió la vanguardia y la expresión
Luciano Berio fue uno de los grandes músicos de la historia. Junto a Boulez, Nono, Ligeti y Stockhausen, diseñó las grandes líneas de la creación contemporánea. Murió el martes en Roma.
› Por Diego Fischerman
En la escena se lo veía mirando una vieja película casera, en la que cantaba una canzonetta napolitana. Allí aparecían dos de las obsesiones de Luciano Berio: la representación (una película que muestra a alguien viendo una película de sí mismo) y las tradiciones musicales populares. En ese mismo documental, el compositor explicaba: “De las músicas populares me interesa todo aquello que resistió a las tradiciones posteriores, al domesticamiento de la tonalidad y de los timbres elegantes”. Las Folk Songs, de 1964, escritas para su primera mujer, la excepcional cantante Cathy Berberian, o sus arreglos de canciones de Los Beatles, son una prueba de ese interés. Las óperas (o casi óperas o antióperas, vaya a saberse) Un re in ascolto y La vera storia, pero también obras como Coro (1975/77) o algunas de sus Sequenze para voz o instrumentos solos (flauta, oboe, acordeón, trombón, viola y guitarra, entre ellos), ponen de manifiesto su mirada hacia los problemas de la escena y hacia la teatralidad propia del hecho sonoro. Luciano Berio fue uno de los grandes compositores –y de los grandes pensadores acerca de la música, lo que en el siglo XX es casi lo mismo– de la historia. El martes 27 murió en Roma, a los 78 años, como consecuencia de una serie de complicaciones surgidas tras una operación de espina dorsal.
Otro de los ejes del estilo de Berio fue la historia. O, más bien, la idea de que no hay sonidos inocentes, de que todo pasaje musical carga con una información y de que esa carga es aprovechable en la composición. Por una parte fue un apasionado por completar o reorquestar lo que otros habían dejado inconcluso, desde Turandot de Puccini a un quinteto de Boccherini. Por otro, compuso verdaderos palimpsestos, como su Sinfonía (1968) para ocho voces (los destinatarios originales fueron los Swingle Singers) y orquesta, en la que se combinan citas a un movimiento sinfónico de Mahler sobre el que se sobreimprimen otros materiales, donde reflexiona acerca de esa naturaleza histórica de la música. Nacido en 1925 en Oneglia, formado en el Conservatorio Giuseppe Verdi de Milán y, en Estados Unidos, con Luigi Dallapiccola, Berio fue, además, un compositor italiano, es decir alguien perteneciente a lo que la historiografía convirtió en categoría específica. Una categoría que se remonta a los madrigalistas, que pasa, obviamente, por el bel canto pero que también reconoce sus lazos con la canción popular y cuyo principal atributo es una suerte de relación amorosa con la voz humana en particular y con lo cantabile en general.
En ese sentido, Berio (como su maestro Dallapiccola) se las arregló para ser a la vez un autor fuertemente comprometido con las vanguardias de su época y, al mismo tiempo, cultivar una música de alta expresividad. Aun sus obras más abstractas y más ceñidas al serialismo integral y sus trabajos precursores de la composición electroacústica (fundó el Estudio de Fonología de la RAI junto a Bruno Maderna, en 1955) tienen una fuerza y una comunicatividad poco frecuentes. Fue parte de la generación que aún hoy rige en gran medida los destinos de la composición musical, junto al fallecido Luigi Nono, Pierre Boulez, Karlheinz Stockhausen y György Ligeti), fue también director de orquesta y se desempeñaba, en el momento de morir, como presidente y director artístico de la Academia de Música Santa Cecilia. Coro, Requies, Thema: Omaggio a Joyce y Sinfonia están entre sus obras más importantes. Pero tal vez sea la serie de 13 Sequenze (una de ellas, la novena, con dos versiones, para clarinete y para saxo alto), compuesta por entre 1958 y 1981, la que mejor resuma el estilo de Berio: la naturaleza armónica de la melodía, el buceo en formas no convencionales de ejecución y una imaginación en movimiento perpetuo.