Jue 29.05.2003

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA AL DIRECTOR ATOM EGOYAN, REALIZADOR DE LA PELICULA “ARARAT”

“Hubo silencio cómplice con el genocidio”

Para el cineasta canadiense, de origen armenio, Occidente contribuyó a ocultar la magnitud de la masacre de sus antecesores, a manos del ejército turco, en 1915. Su film, de un complejo entramado narrativo, no sólo da cuenta de esa matanza sino también de la negación de la memoria histórica.

› Por Luciano Monteagudo

“Nací en El Cairo, pero me crié en Canadá y tuve una noción muy general del genocidio armenio, hasta que a los 18 años llegué a Toronto y comencé a estudiar en detalle la historia de Armenia”, explica el cineasta Atom Egoyan. El director de Exótica, El dulce más allá y El viaje de Felicia —tres entre los varios films que lo han convertido en uno de los cineastas canadienses de mayor trascendencia internacional, junto con David Cronenberg– llegó ayer a Buenos Aires para presentar personalmente el estreno de su largometraje más reciente, Ararat, que da cuenta de un episodio casi desconocido, a pesar de su magnitud: el genocidio armenio a manos del ejército turco, en 1915, que se cobró más de un millón de vidas. Pero tratándose de un realizador tan personal como Egoyan, el film no se limita a representar el episodio del genocidio, sino que se interroga por su negación, por una memoria que parece haber sido borrada al punto que Ararat es el primer film de ficción que trata específicamente de este hecho histórico. Página/12 conversó con Egoyan sobre estos temas y lo que sigue es parte de esa charla.
–¿Por qué piensa que el genocidio armenio ha sido negado durante tanto tiempo y aún hoy sigue siendo negado?
–Pienso que ha sido así porque Occidente le ha permitido a Turquía negarlo. Y esto sucede porque fue económicamente ventajoso para Occidente apoyar la posición turca, porque históricamente han existido intereses petroleros en la región. Son razones muy técnicas. El problema es que siempre hablamos de la negación turca del genocidio, pero de hecho es el mundo occidental quien lo ha negado. Después de la Primera Guerra Mundial, hubo un juicio donde los criminales que concibieron ese holocausto fueron encontrados culpables. Pero en los hechos, los líderes turcos le propusieron a Occidente que, si eran exonerados de esos cargos, iban a tener acceso a los campos petroleros. Hay que tener en cuenta que en esa época el Imperio Otomano era inmenso y había mucho territorio por explotar. Esta es una situación terrible, que uno tiene que enfrentar muy a menudo: una tragedia de esta magnitud suele estar condicionada por imperativos políticos y económicos. ¿Quién se preocupa ahora, por ejemplo, por las matanzas que están teniendo lugar en el Congo? ¿O por los detalles de lo que sucedió en Ruanda? A menos que haya un interés económico detrás, es muy difícil que se llegue a tener una verdadera noción de toda la escala del horror de estas masacres. Entonces, lo que nos queda es el testimonio de los sobrevivientes. Mi desafío en esta película fue no solamente mostrar a la generación que sobrevivió al genocidio, sino también la de sus hijos, sus nietos y sus bisnietos, las cuatro generaciones que atravesaron esta experiencia, de maneras distintas. Nunca lo pensé como un film expresamente político, pero por supuesto no se puede tomar este tema sin que tenga una lectura política.
–La prensa turca, de hecho, se ensañó con su película desde su estreno el año pasado, en el Festival de Cannes...
–Mi sueño, cuando me decidí finalmente a hacer esta película, fue ofrecer también el punto de vista turco, a través de Ali (el personaje que interpreta Elias Koteas), un canadiense de origen turco, que creció ajeno a esta historia, con la que no había tenido ningún contacto. Y pensé que a partir de este personaje se podía establecer un diálogo entre ambas culturas. Y cuando mostramos la película en el último Festival de Berlín, hubo periodistas y críticos de origen turco que lo leyeron de esta manera. Pero es verdad también que es un film muy fácil de demonizar, aun sin haberlo visto. La semana pasada, en la Cineteca di Bologna, un espectador turco me dijo: “Esa es su versión de la historia”. Es difícil responder a esto, porque nadie le diría a un judío que habla sobre la Shoah que ésa es su versión de la historia. Uno puede dar por sentadas muchas cosas, pero lo cierto es que la mayoría de la gente no sabe nada sobre el genocidioarmenio. Y esto es finalmente lo que me interesaba: lo vulnerable que es todavía esta historia.
–¿Desde un comienzo concibió Ararat con esta estructura tan compleja que tiene ahora, con distintas épocas y diferentes historias relacionándose entre sí, a la manera de sus otros films?
–No, en principio quería hacer un film histórico, un poco como el que emprende en la película el personaje de Charles Aznavour. Pero después me di cuenta que de esta manera no era un proyecto lo suficientemente personal para mí, que no expresaba lo que la historia significa. No se trata sólo de lo que sucedió sino también de lo que continúa sucediendo. El genocidio armenio es una materia interesante precisamente a causa de su negación. La mecánica del genocidio, como tal, ha sido el tema de muchísimas historias, que hemos visto y leído infinidad de veces. Pero lo que no hemos visto es cómo un crimen de estas dimensiones monumentales puede seguir siendo activamente negado por sus perpetradores. Y cómo esta negación continúa en la actualidad.
–¿Cuál fue la mayor dificultad que encontró en la realización de Ararat?
–Sin duda, el mayor desafío fue la manera de encarar el film que aparece dentro del film. De ninguna manera quería burlarme de esa manera de encarar el cine, porque hubiera sido irrespetuoso de mi parte, pero también quería mostrar las limitaciones que tienen este tipo de representaciones históricas. Hay algo que siempre está mal encarado en este tipo de películas. La noción de representación es algo que siempre me ha preocupado mucho en mi cine.
–¿Cómo fue trabajar con Charles Aznavour?
–Es un mito viviente, particularmente en Francia, y es muy consciente de serlo, pero al mismo tiempo es extraordinariamente accesible y alguien con quien es muy fácil entenderse. Para llegar a él tuvimos que atravesar toda una jungla de agentes y managers, pero una vez que se comprometió con la película fue absolutamente generoso. Su mayor preocupación era no equivocarse con el inglés y aprenderse su parte sin errores. El sabía que ésta era una oportunidad única, considerando que él (su verdadero apellido es Aznavourian) es el armenio más popular y reconocido en el mundo. Y a la vez es un icono de Francia. Quizás por eso su personaje en la película lleva el mismo apellido, Saroyan, de su protagonista en Disparen sobre el pianista, de Truffaut. Pero ese nombre evoca también para mí a un escritor del valor de William Saroyan.

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