ESPECTáCULOS
Marcucci existe, y ahora está dedicado al teatro
El escritor y periodista, que fue uno de los personajes de la popular historieta “El Negro Blanco”, propone una obra sobre el porteño medio fóbico.
Por Hilda Cabrera
“Cuando quiero sentirme cerca de la gente, no voy a un shopping. Prefiero refugiarme en los cines de arte, como el Cosmos, donde todavía puedo encontrar a alguien que cree en las utopías, o ir a tomar un café donde sé que voy a ver sentado frente a una mesa a un escritor o un artista.” Esta confesión del periodista y escritor Carlos Marcucci define la obra que viene presentando todos los viernes a las 21 en Taller del Angel, de Mario Bravo 1239: una pieza teatral donde el protagonista busca una parcela propia donde sentirse feliz. Convertido décadas atrás en personaje de una popular historieta, “El Negro Blanco”, Marcucci hizo su “gran entrada al mundo del teatro” con una pieza de sesgo autobiográfico, Lo peor ya pasó, cuyo texto recoge con humor asuntos que lo obsesionan, como la invasión de la tecnología en la vida diaria. Se trata de una serie de situaciones que bajo la forma de sketches ilustran varios desastres de índole personal. Quien soporta los males es un argentino urbano que se declara fóbico ante la cibernética y al que lo perturban de modo especial los problemas derivados de sus conflictivas relaciones amorosas. Este hombre no encuentra alivio ni siquiera “analizándose”. Un fragmento de Lo peor ya pasó fue estrenado en el ciclo Sólo monólogos, interpretado entonces -como ahora– por Aldo Pastur, actor, entre otras obras, de Alguien velará por mí y La venganza de Don Mendo, de películas como Tiempo de revancha y Ultimos días de la víctima y ciclos de TV (“Aprender a vivir” y “Dulce Ana”). Como apunta Marcucci en la entrevista con Página/12, este espectáculo que dirige Omar Aíta rescata el valor de la comunicación “persona a persona”. De ahí el rechazo del personaje a los diálogos vía e-mail. Las ironías sobre las técnicas psicoanalíticas y la medicina privada abren paso a otras historias que, según el autor, parten de su propia experiencia. Sólo que en la obra se permite una salida mágica: allí, el zarandeado hombrecito descubrirá una pastilla cuya virtud es eliminar los síntomas negativos “sin necesidad de remontarse a la infancia”.
Dispuesto a reflejar el flanco tragicómico del argentino medio, Marcucci bromea con los “telefonitos”, las tarjetas de crédito y débito, y los cajeros automáticos que, según dice, se inventaron para que uno no discuta por lo que le pagan o para que nadie pueda ver la cara de contento que pone el que sí está conforme. Para el autor de Fracaso, Cuentos pornográficos y Vida sexual de Robinson Crusoe (en colaboración con Dalmiro Sáenz), estos absurdos prenden en el público, sencillamente porque éste se ve reflejado. El comportamiento ante un cajero, por ejemplo, se asemeja al del personaje: “Es común ver a un cliente mirar hacia todos lados antes de entrar a un cajero, y comprobar después que el ladrón no está fuera sino dentro de un aparato que equivoca el vuelto o lo defrauda porque no tiene dinero disponible”.
–Uno de sus libros se titula Marcucci existe (una recopilación de artículos periodísticos). ¿Por qué esa insistencia en demostrar que existía?
–Publiqué esos textos con ese título para diferenciarme del personaje de la historieta “El Negro Blanco”, eterno seductor de mujeres. El discurso del libro es el mío y el de la historieta, una invención de mi amigo Carlos Trillo, autor de esa tira junto con Ernesto García Seijas.
–¿Tiene algún parentesco con el otro Carlos Marcucci, que fue compositor de tangos, bandoneonista y director de orquesta?
–Era un tío lejano, pero no teníamos relación. Alguna gente llamó a mi casa para preguntar. Era mucho mayor que yo. Quizá lo asociaron conmigo porque soy músico, pero de jazz, y porque mi escritura es melancólica como el tango, y tiene humor y crítica. Era un adolescente cuando fundé la primera banda de jazz negro de la Argentina: La Guardia Vieja Jazz Band.Después armé otro grupo que trataba de imitar a Django Reinhardt. El jazz tuvo épocas gloriosas.
–¿No le molestó aquella confusión relacionada con la muerte?
–No, porque quería decir que se acordaban de mí. Ahora estoy un poco alejado del periodismo, pero sigo con mis libros. Acabo de terminar uno bien machista: Amantes en default, que enseña a los varones a seducir mujeres, y a sacárselas de encima cuando se acaba el enamoramiento. Mis libros tuvieron suerte despareja. Siempre me sentí cómodo armando cuentos y artículos periodísticos como si fueran diálogos, como los que publiqué en Página/12. Cuando ya estábamos en democracia, me divertí mucho criticando a los políticos. Eso de escribir sobre la actualidad es fantástico por las reacciones que provoca, a veces en lugares muy lejanos. A mí me ha llamado gente de todo el país y hasta de Estados Unidos. Ahora se me cerraron varios espacios. Quizá no soy rentable. Uno de los pocos lujos que siguen ofreciendo los diarios a los lectores son los espacios destinados al humor gráfico.
–¿A qué se debe este debut en el teatro?
–Esta entrada se da después de un año sabático. Hacía tiempo que estaba enhebrando historias. Cuando creí terminada la escritura de esta obra, se la llevé al dramaturgo Mauricio Kartun, quien la marcó y me dio una grabación. Hice todos los deberes. Después fui a ver a otro autor, Roberto Cossa, quien la leyó y me señaló un error muy puntual, y la modifiqué nuevamente. A partir de ese momento, empecé a buscar actor. Lo encontré a Pastur en un ciclo programado en Argentores y me gustó su trabajo. Ensayamos durante ocho meses en mi casa. Creo que entre él y Aíta supieron resolver de una forma muy curiosa las transformaciones que se dan hoy en los argentinos de clase media, tan fóbicos como yo.