ESPECTáCULOS › ENTREGARON LOS PREMIOS MARIA GUERRERO
El Cervantes era una fiesta
Por Cecilia Hopkins
“Mi nombre es Andrés, y si me dicen Carlos... es por Gardel”, dijo en su primera aclaración Percivale, el maestro de ceremonias de la entrega de los premios María Guerrero a la actividad teatral 2002, en la noche del miércoles pasado. Pero el equívoco siguió produciéndose, ante la risa de todos. El animador anunció la incorporación, a partir de este año, de dos nuevos galardones: el Premio Estímulo (que fue para el joven actor Pablo Iemma) y el Premio Teatro para Niños, que la titiritera Silvina Renaudi recibió de manos de su colega Sarah Bianchi. Se concretó luego un homenaje a la figura de Tita Merello, cuya vida tuvo avatares, según se recordó, “con algo de Charles Dickens, Roberto Arlt y también algo de radioteatro”.
Finalmente, llegó el momento más esperado: en el rubro Mejor escenografía, resultó ganador Guillermo de Torre, por Stéfano; como Mejor autor, fue distinguido Javier Daulte, por Bésame mucho; y Oscar Barney Finn se llevó el premio a la Mejor dirección, por Lejana tierra mía. Mejor actriz fue Thelma Biral, por Las presidentas, y Mejor actor Luis Brandoni, por su labor en Stéfano. El Premio a la Trayectoria ya era de conocimiento público porque figuraba en el programa de mano: la destinataria fue Irma Córdoba. De pie en medio del escenario y hablando sin micrófono, Osvaldo Miranda, presidente de la Asociación Argentina de Actores, pidió a los técnicos que iluminaran con un seguidor a la actriz que saludaba a la concurrencia desde un palco, donde recibió su galardón.
La sala mayor del Teatro Cervantes, que lleva, precisamente, el nombre de la actriz española, estaba colmada de representantes del medio teatral y las palabras de las autoridades que presidieron el acto no se hicieron esperar: después del breve saludo del director general del coliseo, Julio Baccaro, el consejero cultural de la Embajada de España, Luis Prados Covarrubias, destacó “el excelente nivel del teatro argentino que produce con profesionalismo y creatividad aun a pesar de las dificultades que atraviesa el país”. La mención a la crisis económica argentina también estuvo presente en el discurso –el más extenso de todos– de la flamante subsecretaria de Cultura de la Nación, Magdalena Faillace, aunque de un modo curioso, al reconocer el esfuerzo de los teatristas que no dejan de producir aun “trabajando gratis como estamos acostumbrados a hacerlo la gente de la cultura”.
En su primera intervención oficial luego de su designación, la funcionaria dejó entrever su optimismo al destacar la satisfacción que le producía dar por comenzada “una fiesta de la cultura, después de tantos años de agresión, violencia y fragmentación”. Instituido desde 1985 por la Asociación Amigos del Teatro Nacional Cervantes, el Ministerio de Cultura de España y la Agencia Española de Cooperación Internacional, la entrega del premio, consistente en la tradicional estatuilla y un pasaje a Madrid por cada uno de los rubros (actuación femenina y masculina, dirección, dramaturgia, escenografía y trayectoria) se hizo esperar. Primero fue el turno de las Menciones Especiales, la Alianza Francesa de Buenos Aires, el British Arts Center, el Instituto Goethe y a Teatrísimo, ciclo de teatro semimontado que se realiza anualmente a beneficio de la Casa del Teatro.
Acto seguido, se procedió a la entrega del Gran Premio Vitalicio, donación del artista plástico Vito Campanella –una tela de su autoría que fue expuesta en medio del escenario– distinción que recibió el crítico César Magrini “por su contribución permanente al teatro y la cultura”. Poco antes, otro artista plástico había recibido el aplauso general de la platea: recientemente, según fue anunciado, el maestro Carlos Alonso manifestó su voluntad de pintar, a modo de donación, la gran cúpula de la sala mayor del Cervantes.