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› CADA VEZ HAY MAS CHICAS ESTUDIANDO COMO MOVER BIEN LA PELVIS
La danza del vientre ya es un boom
Como pasó con el tango y la salsa, el baile por excelencia de las mujeres árabes se ha puesto de moda en la Argentina, acaso por la influencia de Shakira. Aquí, se prefiere a las bailarinas delgadas.
› Por Cecilia Hopkins
Desde hace algunos años hasta la fecha, la danza del vientre es practicada por mujeres de todo el mundo –inclusive en Estados Unidos, a pesar de la psicosis antiislámica posterior al 11 de setiembre– ya sea como disciplina artística o simplemente como actividad gimnástico-expresiva. La aprenden desde niñas en todos los países islámicos, claro está, en ocasión de cualquier celebración familiar pero, cuando crecen, casi ninguna se dedica a bailarla profesionalmente: no está bien visto que una mujer que profesa la fe del Corán exponga los movimientos ondulantes de su pelvis frente a hombres que no pertenecen a su propia familia. De este modo, las ejecutantes de la danza del vientre más afamadas de esos países siempre son extranjeras. En El Cairo, por ejemplo, una de las más cotizadas es una bailarina argentina, de Misiones. En Buenos Aires, junto a los talleres de tango y salsa, las clases de danza árabe se han multiplicado, tal vez con el impulso de la moda Shakira, en gimnasios y centros culturales. Paula Lena, intérprete y docente de danza del vientre, está presentando su espectáculo Dos solos, un dúo junto a Ana Laura Estelrrich y Magalí Freire, en su estudio de Costa Rica 4684, los sábados, a las 19.
Proveniente de la danza contemporánea, Lena aprendió de una libanesa esta antiquísima tradición, cuando vivía con su familia en Brasil, de adolescente. “Hay muchas teorías acerca del origen de la danza del vientre –explica en una entrevista con Página/12– porque hay danzas de Africa, la India o la Isla de Pascua que tienen movimientos parecidos.” Las referencias más antiguas, según detalla la especialista, se encontrarían en “las danzas pélvicas de la fecundidad que practicaban las mujeres prehistóricas durante los ritos en los que se pedía o agradecía la fertilidad, no sólo de la mujer sino de la tierra misma”. Se trata de una danza muy ligada a la transmisión de la sabiduría femenina acerca del sexo, el placer y la reproducción.
Por eso es una danza que tuvo su origen en encuentros estrictamente femeninos, aunque desde tiempos remotos, en Medio Oriente, haya sido utilizada como una forma de entretenimiento para hombres, por lo cual hoy día sigue despertando ciertos prejuicios y sonrisas socarronas. “Es bastante común que se haga una asociación entre la danza del vientre, los billetes en el escote y la cama”, admite Lena, quien encuentra en esta expresión artística “un modo de conocer, aceptar y disfrutar del propio cuerpo, porque es una danza muy democrática: no exige ni un físico ni una edad particular para ser ejecutada”, si bien aclara que para bailarla profesionalmente los restaurantes y clubes de Buenos Aires prefieren a las bailarinas delgadas, mientras que en los países árabes ocurre todo lo contrario.
Lena, que no aprecia en nada el modo de bailar la danza del vientre “bajo la consigna de `excitemos a los varones’, como ocurrió durante la moda menemista que impuso a Fairuz”, aclara que el término odalisca está mal empleado. “Las odaliscas eran las esclavas de más baja categoría destinadas al servicio personal de alguna mujer principal. En cambio, las bailarinas de los harenes, aunque también esclavas, sabían de música, literatura y astronomía y se preparaban desde chicas para esa función”. Otra vertiente de esta danza se encuentra entre las gitanas o gawazi que bailaban en plazas y mercados parecidos a los que retrataron Ingres y Delacroix en sus pinturas, cultivando un estilo más desenfadado. Una de estas artistas populares inspiró a Lena el primero de los solos que interpreta. En Sólo una gitana, la bailarina acompaña su danza con el sonido de los crótalos (pequeños discos de bronce que se entrechocan marcando el ritmo de la melodía), mientras que en el segundo (Diva Art Nouveau) recrea la imagen de la mujer oriental cubierta de velostraslúcidos, chaquetas de pedrerías y flecos que forjó el cine de Hollywood a principios del siglo XX, a modo de homenaje a las bailarinas Ruth St. Denis, Mata Hari y Tórtola Valencia, “osadas mujeres que plantaron la semilla en el oeste”.
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