ESPECTáCULOS
“Soy un portavoz de los que no pueden expresarse”
El actor y director Tim Robbins es una estrella de Hollywood sin miedo alguno a oponerse al establishment, aunque eso le haya traído variados problemas en Estados Unidos.
Por Daniela Creamer
Desde París *
Actor y director incisivo y perseverante (Mientras estés conmigo, El ciudadano Bob Roberts), que creció en el Greenwich Village de Nueva York, rodeado de políticos y artistas de teatro, fuertes influencias en su talento multifacético. Muchas veces, desde hace ya mucho tiempo, este paladín de la causa pacifista dejó claras sus posiciones políticas de izquierda en todo tipo de foros: en abril de este año, fue censurado durante la transmisión en directo del programa “Today Show”, de la cadena NBC, mientras hablaba de la libertad de expresión en su país. La pantalla se oscureció abruptamente sin explicación alguna, mientras Robbins comentaba: “Nosotros estamos luchando ahora por la libertad del pueblo iraquí, de modo que pueda expresarse libremente, pero al mismo tiempo les estamos diciendo a nuestros propios ciudadanos que tienen que callarse”.
Otro episodio similar se dio cuando Dale Petrovsky, presidente del Salón de la Fama del béisbol, canceló la proyección de una película que Susan Sarandon y el mismo Robbins protagonizaron hace 15 años, ¡sobre béisbol!
En una carta dirigida a Petrovsky, Robbins escribió: “Como estadounidense que cree que el debate vigoroso es necesario para la supervivencia de una democracia, rechazo su sugerencia de que uno debe guardar silencio en tiempos de guerra”.
Las presiones de la Casa Blanca contra los rostros de Hollywood que se sumaron a las protestas contra su política belicista fueron evidentes, pero... “¿Una lista negra? Podría existir, pero prefiero creer lo contrario”, dice Robbins. “Todos seguimos trabajando en lo nuestro. Y algunos críticos, curiosamente, están mejor ahora que antes. Las Dixie Chicks vendieron muchos discos de country. Los DVD de Michael Moore y su Bowling for Columbine se vendieron más que El pianista después de los Oscar. Pero no podemos seguir viviendo con este miedo”, añade Robbins con su invariable parsimonia, cobijada bajo su look informal, cabellos muy cortos cuidadosamente despeinados y la oscuridad de sus gafas de sol.
–Así que no cree que la censura sea la causa del desempleo actual de muchos profesionales del gremio.
–Es muy fácil escudarse en eso, pero no es así. No te dan empleo por mil razones diferentes: tu color de pelo, tu tono de voz, tu estatura o ausencia de química con los demás.
–Después de todas sus acciones antibélicas, ¿tuvo el apoyo de mucha gente?
–Recibí muchas cartas y llamadas de ciudadanos de Nueva York para agradecerme la iniciativa y unirse a ella. Familiares de víctimas del conflicto de Vietnam me aseguraron que mi discurso fue correcto y que estaba en todo mi derecho de hacerlo. Mi vida no tendría sentido si no utilizara mi celebridad para transmitir mensajes que, de otra forma, no llegarían a la gente. Soy una especie de portavoz de todos los que no pueden expresar sus temores y su dolor. Si no actuara así, de acuerdo con mi conciencia para denunciar las injusticias que me rodean, no podría mirarme al espejo.
–¿Cómo vive este compromiso político con su pareja desde hace tantos años?
–Susan piensa exactamente igual que yo, por eso estamos tan unidos y nos llevamos tan bien. La fama es un arma potente y debe ser usada con cuidado.
–¿Qué consecuencias tendrá la guerra de Irak?
–La verdad es que aún me pregunto por qué el gobierno de mi país apresuró el ataque a Irak. Creo que se trató más de una cuestión de profunda inseguridad y no de fortaleza, pues Bush contaba con el fuerte respaldo del Congreso, la Corte Suprema, los medios de comunicación.
–¿Cree que el presidente Bush tendrá posibilidades de ser reelecto?
–No sería de mi agrado, obviamente. Pero la oposición debería fortalecerse más, aunque hemos perdido mucho terreno.
–En su faceta de director, ¿pensó realizar algún proyecto sobre este episodio bélico?
–No. Por el momento decidí dedicarme sólo a la actuación. Me gusta la dirección de teatro. La cinematográfica absorbe mucha energía. Prefiero concentrarme en el arte de la interpretación y tener el privilegio de elegir los mejores papeles, por convicción y no porque tenga que ganarme la vida. Claro que si realmente existe la misteriosa lista negra de la que hablábamos, quizá tenga que volver a dirigir. Actualmente estoy rodando Code 46, a las órdenes de Michael Winterbottom, una historia de amor situada en el futuro, junto a Samanta Morgan. Esto me llevó a lugares muy exóticos: China, Dubai, India...
–No hay duda de que atraviesa un buen momento profesional.
–Sí en cuanto al cine, pero echo de menos el teatro. El escenario teatral es una fuente maravillosa de emociones que te ofrece una oportunidad cada noche de corregir tus errores y ejercitar tus músculos creativos. En el cine sos sólo eso, lo que dejás plasmado. Hace unos meses, Susan y yo interpretamos la obra teatral The Guys, que rememora los sentimientos de un bombero ante la muerte de sus colegas el 11 de septiembre de 2001. La gente lloraba. Y eso es lo maravilloso de este arte, su poder de evocación y de conmoción. Una constante de la naturaleza humana a lo largo de la historia es que hay gente que ama la libertad, el arte y sus posibilidades y otros que desconfían de ello. Pero la persona que crea tiene un poder mucho más fuerte que el que destruye, porque una obra de teatro, una pintura o una película hechos con talento sobreviven más que las personas que intentan acabar con ellos.
–Volviendo al ámbito cinematográfico, usted aparece muy diferente interpretando a Dave, su personaje en Mystic River. ¿Cómo fue la transformación?
–Compré el disfraz en una tienda. Dave soporta una terrible carga física y emocional. Simplemente existe, pues es un ser destinado a una supervivencia gris, deprimente. Fue víctima de un abuso cuando era niño y tiene que convivir con eso en silencio. Una terrible pesadilla que sigue controlando su vida. Este es precisamente un buen ejemplo de lo que no se debe hacer. Los padres y sus amigos cometieron un grave error al pretender vivir como si nada hubiese sucedido. Los problemas hay que enfrentarlos, discutirlos. Es el único modo de parar este tipo de delitos. Dave quizá debió renunciar a su vida en aquel barrio e iniciar algo nuevo en otro rincón del mundo, sin complicaciones. Pero no lo hizo y las faltas que comete marcan la fatalidad de su destino.
–¿Cómo fue trabajar a las órdenes de una leyenda como Clint Eastwood?
–La preparación fue fundamental. Clint sabe lo que hace y su equipo de técnicos es muy profesional. No había tiempo que perder, él toma lo que necesita de cada uno y le hace sentirse seguro y confiado. El es el ingrediente clave de este filme, por encima de todo. Tiene mucho talento y sobre todo es muy respetado. Nunca nos sometió a malas experiencias. No hay nada más relajado que un hombre que te infunde vigor y confianza, haciéndote sentir como si ésta fuera tu primera vez en un rodaje.
–¿Cree que está bien que cada uno se tome la justicia con su mano?
–No. Eso es muy peligroso. Es una pésima idea bajo cualquier circunstancia.
–Pero Mystic River parece demostrar lo contrario. Prevalece una sensación ambigua sobre la moralidad.
–Eso le otorga mayor dramatismo a la historia. Si el personaje de Sean Penn hubiese sido arrestado, habría perdido sentido toda la trama. A pesar de su impunidad, es una persona infeliz. Se revuelca en su dolor repitiendo constantemente: “Sé que he contribuido a tu muerte (refiriéndose a su hija asesinada), pero no sé de qué modo”. No quisiera estar en sus pantalones.
* De El País de España. Especial para Página/12.