ESPECTáCULOS › UN PROGRAMA CULTURAL PARA CHICOS DE LA CALLE
Miradas de la otra infancia
Una exposición en el Centro Cultural Recoleta permite apreciar el trabajo de un grupo de chicos sin techo, que participan de talleres culturales coordinados por el Gobierno de la Ciudad.
Por Oscar Ranzani
“Hice una máscara de esos elefantes que tienen una nariz rara”, dice Jonathan, de 14 años, que para en Avellaneda. Su compañero Lucas, de 17, está en la calle desde hace siete meses y confiesa que anda sacando fotos “por todos lados”. “Le saco a la gente, a los perros, a los autos, a los árboles”, comenta. Claudio, de 14, está contento porque le consiguieron un lugar donde dormir junto con su hermanito, y mientras tanto participa del Taller Escuela: “hacemos un poco de todo, como ciencias sociales y naturales”. Estos chicos concurren diariamente y durante el día junto a otros setenta al Centro de Atención Integral a la Niñez y Adolescencia (Caina), dependencia de la Dirección de la Niñez del Gobierno de la Ciudad, para participar de una serie de actividades culturales que les permiten mejorar su situación. Hoy es el último día para poder ver los trabajos que hicieron en los distintos talleres. Se exhiben en la Sala 14 del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930).
Los talleres del Centro de Día están orientados hacia distintas disciplinas: literatura, fotografía, teatro callejero, cerámica, música y percusión, dibujo, máscaras y murgas. Paralelamente, el Caina funciona como sede del programa Puentes Escolares, perteneciente a la Secretaría de Educación porteña que, a través de un Taller Escuela, les enseña a los chicos de la calle los conocimientos escolares. Paralelamente, la institución les brinda desayuno, almuerzo y merienda, tratamientos en salud y documentación. “Desde hace seis años decidimos salir a la luz y mostrarle a la sociedad las posibilidades y las potencialidades que tenían estos chicos”, comenta Julieta Pojomovsky, directora del Caina, en referencia a la exposición del Recoleta. “Son capaces de hacer y decirnos muchas cosas. Por eso, cada uno de estos años, la muestra se ha denominado de distinta manera. Este año es Veo-veo: otra mirada de la infancia porque la mirada que ellos tienen de la ciudad y de los lugares es diferente a las miradas que tenemos los adultos o los chicos de otros sectores sociales. Ellos han sido excluidos y expulsados de muchos otros lugares: de las escuelas, de las familias y esto para ellos es una conquista. Se sienten valorizados en un lugar donde no se los sanciona. Hay límites, pero están puestos con afecto”, afirma la funcionaria.
En el Recoleta el público se encuentra con obras de cerámica trabajadas en distintos colores y formas. También hay fotocopias de hojas de cuadernos ampliadas donde se observan tareas de chicos en el Taller Escuela. En otro sector se ven fotografías de distintas situaciones que se dan en la calle: gente paseando, hombres jugando al ajedrez en una plaza y una mujer esperando un colectivo, entre otras tomas. Sobre las paredes están colgadas las máscaras de animales y personas que fabricaron.
Juan tiene 21 años. Está en la calle desde los siete. Le dicen “Caio”, y sus talleres favoritos son los de cerámica y teatro. Luego de explicar cómo preparó una jarra de cerámica, Caio cuenta que hace tres años que moldea la arcilla. “Trabajar con cerámica es una forma de expresar lo que siento. Quizá puedo ser alguien el día de mañana. En esto dejás todo. Lo que te pasó en el día lo volcás en el trabajo que hacés y es como que después te vas más tranquilito”, destaca. “Lo mismo en el teatro: puedo expresar que soy un chico que necesita ayuda y poder ser aceptado en la realidad y en la sociedad. Que la gente vea mis trabajos significa mucho. Por lo menos de vez en cuando le dan importancia a lo que hacen los chicos de la calle y, en vez de discriminar porque alguno está durmiendo en la calle, pueden venir acá y ver lo que un chico de la calle puede hacer. Es algo que me conmueve.”
“No nos podemos quejar”, dice con ímpetu David, de 17 años. “Bah, no es que no nos podemos quejar sino que no tenemos nada para quejarnos. Nos tratan bien. Yo participo en diferentes talleres”, comenta. Cuenta también que para en Retiro desde hace un año y medio. “Esto me motiva paraenganchar algo el día de mañana. Quizá yo pueda enseñar a hacer máscaras o aprendo a tocar la guitarra y me pongo a tocar y salgo sabiendo algo. En la calle no se puede vivir. Muy pocas veces conseguís para comer. Para dormir estamos en la calle porque no conseguimos un lugar bajo techo y fijo que nos abrigue. Por otro lado, al ser de la calle, la policía te sigue mucho. Si te ven pidiendo te echan. Durmiendo en la calle, te levantan, no te dejan dormir. No se puede vivir. Cuando no duermo en la estación Retiro, me voy al Obelisco.”