ESPECTáCULOS › FESTIVAL DE JAZZ DE LAS DOS ORILLAS, EN CONCORDIA
Una vuelta a los orígenes
El encuentro se concretó para homenajear a Horacio Malvicino, uno de los hijos dilectos de la ciudad entrerriana. El ex guitarrista de Astor Piazzolla volvió al jazz después de más de treinta años.
Por Cristian Vitale
Desde Concordia
Concordia está a medio camino entre la típica ciudad moderna y ese paisaje tan particular que caracteriza a los pueblos de campaña. Custodiada por el río Uruguay y por campos verdes, aún conserva la costumbre de la siesta –a las dos de la tarde no hay nadie en la ciudad—, casas muy antiguas, gente que se toma todo el tiempo del mundo en explicar dónde queda una calle. El contexto, aunque sintético, alcanza para definir el éxito íntimo y profundamente emotivo que tuvo el Festival de Jazz de las Dos Orillas, cuyo fin fue homenajear a uno de sus hijos dilectos, Horacio Malvicino. “Horacio –dice una mujer entrada en años, lagrimeando mientras lo abraza–, ¿se acuerda cuando, de muy chicos, jugábamos a juntar piedritas en el río?” La llegada de uno de los pioneros del modern jazz en la Argentina –pero mucho más conocido por haber sido el guitarrista preferido de Astor Piazzolla– generó precisamente eso: el interés de todo un pueblo vestido de gala para recibirlo como si fuera un primo, un integrante de la gran familia que se fue para triunfar en las grandes ligas y un día volvió para reencontrarse con sus recuerdos. El festival tuvo ese plus, ese vínculo afectivo y extramusical sin el cual es imposible explicarlo. La noche que Malvicino fue centro de la escena, casi 400 personas asistieron al coqueto Teatro Odeón para escuchar jazz (no es habitual que el género convoque tal número de personas, ni dentro ni fuera de Capital Federal), sin que a muchos les interesara solamente el hecho musical. La noche del sábado, el maestro fue homenajeado por dos agrupaciones: Espiralados, un joven trío de cool jazz –”me dejan lleno de expectativas”, les dijo “Malveta”–, y el Daniel Maza Trío, que es la agrupación de Luis Salinas... menos Luis Salinas y más el tecladista Abel Rogantini. Antes del recital, que duró unas dos horas, Malvicino –acompañado por el crítico César Pradines y Guillermo, experto local del jazz– ofreció una breve charla ante unas 70 personas en el Auditorio Municipal. Transmitió sentimientos que lo devolvieron a aquella adolescencia vinculada con sus primeros contactos con el género, a través de un amigo coleccionista. “Aquella Concordia no era como la de hoy, que está un poco más al tanto del jazz. Eramos dos o tres interesados y punto. Eso provocaba un doble interés”, recordó.
Ya en el teatro, una puesta austera, mínima y prolija acompañó el set de Espiralados. Cuarenta minutos de jazz elegante y poco apto para ansiosos. Medio teatro oyó con respeto, otro tanto se cansó a medio camino ante una música bien hecha y climática en exceso. Espiralados concibió un show cíclico que abrió y cerró con el mismo sonido –hipnótico– del contrabajo en manos del español Carlos Alvarez. Gabriel Castro, saxofonista, compositor y también concordiense, se perfiló como promesa en al menos tres ejecuciones: un intrincado candombe llamado “Capoeira” –para lucimiento del baterista, Germán Bocco–, un introspectivo viaje a su infancia a orillas del río Uruguay, “Ladrones de agua” y “Música para ojos cerrados”, ideal para escuchar sumergido en termas, más que en un teatro con gente que bostezaba irónicamente esperando al homenajeado.
Después de la entrega de una placa de reconocimiento a Malvicino, llegó el Daniel Maza Trío. Un show impecable. Daniel Maza –uruguayo y bajista del grupo de Luis Salinas– junto a su compatriota Osvaldo Fattoruso en batería y Rogantini en teclados desplegaron un set notable que rompió los límites del jazz para desembocar sin despeinarse en la música popular rioplatense. Tocaron todo. Y todo bien. Bellísimas armonías (“A mi viejo”), se mezclaron con candombes enlazados con la tradición ribereña de OPA o Raíces (“Amasa el candombe”, “Funkydombe”) y algún que otro bolero heterodoxo. Pero además, el negro Maza se reveló como un genial humorista. En un momento se cortó el sonido y rompió la solemnidad con un cuento desamplificado: “Resulta que viene Drácula por la ruta y se le queda elauto. Para. Se baja para arreglarlo. Saca la llave cruz. Y se muere”. El público se desarmó de risa y después de emoción: “Me parece bien que los homenajes se hagan cuando la gente está viva, porque cuando se muere no sabemos si se enteran o no”. Fue el pie para que subiera a zapar con ellos Malvicino, que escuchaba atento en primera fila. Malveta que vuelve al jazz después de más 30 años, con una guitarra eléctrica prestada y algo desafinada. Y el principal objetivo del festival, cumplido.
La noche del viernes, antes del arribo de Malvicino, reveló un circuito de pubs apto para jams y buenos tragos. Alrededor de la plaza, músicos iban y venían para zapar aquí y allá. Espiralados tuvo su hora de standards ante un público más bien rockero, La Recalcada se plegó al homenaje con un show de blues. Y Barcos, todo un personaje de la escena jazzera de Concordia, coló su trompeta donde pudo. Su cuarteto La Caduca fue uno de los números que, junto al show y la clínica del histórico Jorge Navarro, clausuraron el Festival de las Dos Orillas.