ESPECTáCULOS
› UN INUSUAL CICLO DE HOMENAJE AL GUITARRISTA WALTER MALOSETTI
“Mi Gibson es la señora de la casa”
El notable músico se reúne todos los viernes en un club de jazz con colegas que le ayudan a festejar sus cuarenta años en la docencia.
› Por Karina Micheletto
“¿Cuántos años me da?”, pregunta con coquetería el guitarrista Walter Malosetti. Tiene 72 y, es verdad, parece menos. Es uno de los pioneros del jazz en la Argentina, y cuarenta de esos años los dedicó a la enseñanza de las lides del género en las cuerdas. “No sé si todos, pero casi todos los guitarristas que están en la onda del jazz pasaron por mis manos. Y muchos de los que andan en otros géneros, también”, se enorgullece Malosetti. La afirmación parece excesiva, pero está justificada: fundador de la famosa Escuela Superior de Jazz, que llegó a albergar entre cuatrocientos y quinientos alumnos, con quince profesores, Malosetti perdió la cuenta de la cantidad de gente que formó. Pero puede acercar un cálculo: “Son cuarenta años de docencia. Daba clases desde las once de la mañana hasta las once de la noche. Saque la cuenta...”, dice, y sonríe con picardía.
Ahora, sus colegas y amigos organizaron un ciclo que lo tiene como protagonista, a modo de homenaje. Todos los viernes de junio a las 22, en Notorius (Callao 966), el guitarrista se presenta con un invitado diferente. Ya estuvo con su hijo Javier y con Enrique Varela, a sala llena. Esta noche actuará junto a Juan Valentino y el viernes próximo con Lito Epumer. A Malosetti padre no le interesa tanto hablar de homenajes porque “suena a viejo”, pero sí agradece el reconocimiento. “Me gusta sentir que lo que hice durante tantos años sirvió para algo. Y que mi música se escucha, porque para eso la hago”, razona el músico. “Fui dos veces a España y me sorprendió que allá me conocieran tanto. Yo preguntaba de dónde me conocían y por ahí me decían: ‘Cómo no lo voy a conocer si un alumno suyo le hizo tanta propaganda...’, o ‘lo conozco porque tengo todos sus discos’. Para mí, esos son los diplomas que valen. Que mi música le guste a Horacio Salgán es la mejor medalla.”
–¿Quiénes fueron sus maestros?
–Los que podía escuchar por la radio, Satchmo Armstrong, Benny Goodman, Django Reinhardt. O lo que alcanzaba a cazar en los boliches como el Hot Club, el Bop Club o el Jamaica. Porque cuando yo empecé no había nadie que me enseñara nada. Por esa época, el que escuchaba jazz era el loquito del barrio, yo era el único en todo Palomar. No llegaban discos, ni qué hablar de libros o revistas sobre jazz, eso no existía. Tampoco había profesores, y los músicos no te querían pasar mucho. Me acuerdo que una vez le fui a decir a un músico importante de la época –no voy a decir quién era, estaría mal– que yo era guitarrista. Y el tipo me dijo: “Pibe, andá a estudiar música...”. Visto a la distancia era un gil que no tocaba mucho, pero a mí me impresionaba porque tenía una Gibson gigante, hermosa.
–¿Todos tenían la misma actitud?
–No todos. Una excepción fue Jim Hall, cuando vino acá yo lo fui a ver y con toda caradurez le pedí que me escribiera algún ejercicio. Al otro día me alcanzó un papel todo escrito a las apuradas, en lugar de un ejercicio me había escrito un tema, con un título: “Blues for Walter”. Tardé varios días en sacarlo, y hoy todavía lo sigo tocando. Pero en honor a la verdad, la mayoría mezquinaba hasta el más mínimo yeite.
–Así que se desquitó dando clases usted...
–¡Claro! Por eso ahora me da tanta ternura cuando un chico viene con avidez a preguntarme cosas o a pedirme clases. Me veo a mí mismo de joven. Y por eso sigo teniendo alumnos, porque cuando los veo así de deseosos no puedo decirles que no. Aunque estoy tratando de aflojar porque ya no estoy tan ágil como antes para dar una clase detrás de la otra.
–¿Qué debe tener un alumno para ser un buen músico?
–Una pasión mayor que la de la gente común a la que le gusta la música. Yo no me pasaría una noche en vela por cualquier cosa, pero sí para tocar la guitarra. Es que por ahí me levanto a las dos para ir al baño, por ejemplo, paso por al lado de la guitarra y la veo ahí, paradita, y me llama... Y ya no puedo ir al baño, me quedo tocando hasta las ocho... Por eso digo que un chico puede tener grandes condiciones, pero si no está dispuesto a convivir con la música, tocando, estudiando, investigando y escuchando, lo suyo es una afición. Mi esposa Graciela siempre decía que la señora de la casa no era ella, era la Gibson.
–¿Cuántas guitarras tiene?
–De jazz, tengo la Gibson, dos Washburn, una Epiphone y dos Palm, que son las que fabrica mi hermano Pedro, que es luthier. ¡Ah! Y una Levin que mi papá me compró en el ‘48. Le costó tres sueldos. Imagínese lo que era eso para un tipo que tenía cinco hijos y que además no tenía idea de lo que estaba comprando. Esa es la que más quiero. Bueno, a la Gibson también... En realidad, las quiero a todas. Son las señoras de la casa.