ESPECTáCULOS
Un guardaespaldas y un travesti en raro diálogo
› Por Cecilia Hopkins
Ultimo texto de Ricardo Monti, No te soltaré hasta que me bendigas toma su nombre de una cita del Antiguo Testamento, cuando el patriarca hebreo Jacob se trenza en larga lucha contra un ser de ambiguo aspecto. Lejos de referirse al personaje bíblico, la obra –que está dirigiendo Mónica Viñao en el Cervantes– da cuenta de la intrincada conversación que mantiene un custodio con un travesti. Por su aspecto y actitud paranoide, el espectador reconocerá al protagonista fácilmente. De ampuloso traje blanco y anchos bigotes, el guardaespaldas (Luis Solanas) revisa el mobiliario (también blanco pero impersonal e iluminado a giorno) con el fin de detectar alguna amenaza de explosión.
El hombre está orgulloso de llamarse Roca, como Julio Argentino, el presidente que gobernó el país en dos oportunidades (entre 1880 y 1886 y entre 1898 y 1904), luego de dar por finalizada, en 1879, “la conquista del desierto”. No se busca establecer cómo, pero quien oficiará el rol del antagonista logra introducirse en el lugar. Se trata de un hombre travestido de mujer (Néstor Sánchez) que, con gestos remilgados y poses escultóricas, se presenta como Sarah Bernhardt, la actriz francesa que, según insiste, ha entablado una relación galante con él, el “otro” Roca. Si en un principio se establece el juego del malentendido, la fluidez de la conversación instala luego un diálogo que, salteando tiempos con naturalidad, enlaza una época de fronteras, pampas y cautivas con los años de la represión militar en Buenos Aires, un ciclo de amenazas y atentados que regresa en el espanto de sus víctimas.
Roca sabe que no es Julio A., tanto como que Sarah es un travesti, pero en la alternancia entre ficción y realidad que se forja entre ellos, él asume la personalidad de su homónimo y la pareja se interna en el recuerdo de antiguos tiempos para volver al presente, sobresaltados cada vez que suena un celular. Y así como los relatos y las afirmaciones de ambos compiten en su fantástica sustancia, también Roca admite su admiración por Sarah, recordando haberla visto en una improbable presentación teatral cuando, al mando de un regimiento en una oscura guarnición bonaerense, ella interpretaba uno de esos roles masculinos que la hicieron famosa. Como si retrocediera hacia pasados avatares o reencarnaciones, el custodio se transforma en el militar y como la propia Sarah, declara sus aspiraciones de gloria y grandeza, su ambición, en fin, de lograr una alianza entre arte y poderío, política y teatro. En la figura del travesti, la “divina” Sarah aparece devaluada, una diva de baja categoría que asegura haber equivocado el camino al pretender imponer los valores de la poesía y la espiritualidad en un mundo esquivo, entregado a otros menesteres. Recluidos en la suite presidencial de un hotel enclavado en un área marginal, ambos se confiesan hastiados de simulación e irrealidad. Pero el encuentro ofrece derivaciones que auguran suspenso, cuando Roca narra las alternativas de los amores ocultos que vivió en el pasado como si fuera la historia de un subordinado suyo. Y será durante ese relato fragmentario que tanto él como su andrógino interlocutor asumirán otrasidentidades que los ubican frente a frente, haciendo foco en la marginalidad y la transgresión sexual.