Sáb 21.06.2003

ESPECTáCULOS

Fontanarrosa, hecho teatro

Los actores Pablo Brichta y Manuel Vicente están presentando unos relatos clave del humorista y escritor rosarino.

› Por Hilda Cabrera

Los desdoblamientos de la palabra, las segundas intenciones y la práctica adrede del desajuste temporal son frecuentes en esas tertulias de café en las que la vida real fluye paralela a la imaginada. Por eso en Te digo más, una obra que contiene algunas de esas características, abundan los quiebres. El desajuste incide en el tiempo escénico y en las expresiones que vierten Pipo y Hugo, retratos parciales del argentino medio y urbano que acostumbra pasar horas en su café predilecto. Lo llamativo en esta puesta –basada en cuentos del escritor, dibujante y humorista rosarino Roberto Fontanarrosa– es que a pesar de esa fragmentación, el espectáculo se sostiene en una estructura circular.
Esta particularidad –que no implica aquí planteo, nudo y desenlace– es atribuible al armado de Pablo Brichta, adaptador, director e intérprete. Esta estructura permite incluso suponer que no es fácil desprenderse de las ensoñaciones. ¿Quién es el que realmente está despierto o sueña en ese bar, donde los personajes se mueven teniendo siempre como centro de referencia su silla? ¿Por qué no ocupan la del otro? Evidentemente, ellos “están donde tienen que estar”, sintiéndose acaso protegidos por el entorno y por la propia charla, en la que mezclan lo serio y lo disparatado. Es incluso probable que los ampare también la afectuosa ironía con que se observan el uno al otro. Una actitud que, en ocasiones, puede desembocar en una “filosofía” sobre las carencias.
“Vos te sentás a hablar con ella y le entrás a hablar del mundo y sus alrededores”, le aconseja Hugo a su amigo Pipo, de quien hasta ese momento escuchó pacientemente su confesión de varón fracasado. Es por eso que, para su consuelo, le describe sintéticamente una forma de conquista, en consonancia con lo que él cree es “un día perfecto”. Lo instala entonces fantasiosamente en la isla Martinica, en tanto él adopta, como si fuera un modelo a seguir, poses de varón de barrio que sueña con “enganchar una mina del jet set internacional”.
No existen fronteras para Hugo en ese diálogo de café, que en este montaje tiene la atmósfera de un tiempo ya ido. Lo sugiere la pintura que el escenógrafo y artista plástico Juan Dana diseñó a modo de telón de fondo para el pequeño escenario de La Trastienda y que el iluminador Jorge Merzari destaca a veces y otras mantiene en la penumbra. Cuidada en todos sus rubros, esta puesta, inspirada en relatos extraídos de dos libros de Fontanarrosa (El mundo ha vivido equivocado y Te digo más), atrapa de inmediato por su claridad conceptual y afinado humor. ¿Quién no desearía apropiarse de la fantasía de Hugo, cuando le dice al desafortunado Pipo: “Vos sentís que sos feliz”? Una felicidad que, aun siendo sólo una promesa, puede hallarse en una isla paradisíaca. El lugar exacto para que Pipo resuelva su gran problema, “no poder enganchar minas”, y olvidar, quizás, aspectos adversos de su historia familiar, sobre todo los de su relación con una madre borrachina. Justamente, para arrancarlo de esas angustias está Hugo, hábil para trampear e ilusionar al amigo con la idea de que acaso se convierta en un bacán, amanezca junto auna hermosa mujer en una habitación cinco estrellas y desayune “frutos prohibidos del mar”.
En Te digo más, los personajes van compaginando un álbum de experiencias pasadas y presentes con absoluta libertad, destrabando secuencias que parecen no tener salida con la creación de otras, generalmente disparatadas. Esta forma de construir el espectáculo propicia una charla entre amigos algo caótica, pero refrescante, en constante mutación. De ahí que los personajes se permitan teorizar sobre mujeres y casi al mismo tiempo sobre las milanesas sin que se produzca un bache en la narración escénica; o recuerden al gordo Luis, quien, borracho y disfrazado de Papá Noel, regaló los electrodomésticos del negocio que promocionaba, y a continuación mencionen a la madre de Pipo, una anciana que podía esconder vino en un papagayo hurtado de un hospital. Como apunta el concesivo e irónico Hugo, la vieja tenía “otro panorama de la vida, otro futuro”.

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