ESPECTáCULOS › “ER EMERGENCIAS” Y “HOSPITAL PUBLICO”

La salud tiene target

La serie argentina calca el modelo de la estadounidense, pero la coyuntura económica y social marca las diferencias, tanto en los argumentos como en la caracterización de los personajes, que dan cuenta de realidades muy distintas.

 Por Julián Gorodischer

Donde “Hospital público” construye la escena del colapso sanitario, pegada a las noticias de los diarios, “ER Emergencias” propone la llegada de la camilla-con-herido que activa una tecnología de avanzada. Allí, en el pasillo de hospital estadounidense, el sonido de fondo es el de las máquinas orquestadas que miden respiración y pulso junto con el movimiento frenético de los médicos. Alguien se está por morir y por lo general será salvado. En el hospital público, lo que se escucha es la batucada del bombo sindical que reclama por el cierre de la guardia y la reincorporación de la compañera suspendida. Hasta aquí: de cómo se refleja una coyuntura. Pero el juego de las diferencias recién empieza.
Sindicatos vs. prepagas. ¿Qué historias cuenta una serie sobre médicos? En el “Hospital...”, los gremios hacen ruido en los pasillos de la terapia intensiva. No hay recursos para trabajar, y el doctor Benegas se le queja a su papá (aquí el médico de guardia es el hijo de...). El dinero no aparece, y el debate se pone en marcha a tono con la tendencia a “tematizar”. No basta con verlos en acción, hace falta un concepto que corone tanta corrida. ¿Cerrar o resistir? La serie deja flotando su sentencia (“Sí a la vida”) y la guardia sigue abierta a pesar de la “mafia gremial”, villano ideal que, esta vez, la ficción pide prestado a la actualidad. Nada que ver, claro, con la asepsia de “ER”, donde la cuestión política apunta a otra mafia: los seguros de salud. Hasta dónde debería extenderse una cobertura es el debate que vuelve para el caso de la viejita o el enfermo terminal.
Raros vs. pobres. Los cuadros clínicos de “ER” son, en su mayoría, formas sofisticadas. Llega, en la típica camilla, el paciente con intestino adherido a bomba a punto de estallar, y lo que sigue es la máxima velocidad del médico en el intento de despegar el artefacto. O aparece el gordo con cuchillo clavado en frente, y la tarea es retirarlo sin dañar los ojos. Al “Hospital...”, en cambio, lo invaden el niño golpeado por desempleado o el joven adicto sin estudio ni trabajo, derivados de la miseria que son coherentes con la ficción-reflejo. La idea no es (sólo) contar historias sino ser fieles a un proyecto ambicioso de larguísimo alcance: despertar conciencias.
Fogosos vs. tarados. Al doctorcito pintón, la chica le deja en claro sus intenciones. Pero él va despacio. El clímax sentimental llega con el amague de un beso con fondo de jazz, y ni siquiera eso se concreta. El médico de “ER” se toma su tiempo para resolver sus asuntos privados, y en el minuto D está pensando en la viejita que dejó en el respirador artificial (guarda su medallita en el bolsillo del pantalón). Benegas (Pablo Rago), en cambio, es fiestero, cocainómano, tiene un auto último modelo y es hijo del patrón. No lo rige el modelo de virtud según Michael Crichton; en el “Hospital...” manda el porteño piola.
Moralistas vs. divertidos. Mirar “ER” es divertido: todos los días, dos veces por día, se suceden los cuadros realistas, con mayor o menor tino (a veces aparece hasta un caballo constipado), pero gran parte de las consultas colman el deseo del hipocondríaco: saber cómo, con qué, de qué modo, se curan enfermedades nombradas según la norma clínica. “Hospital público” antepone un moralismo en los antípodas: médico y paciente están unidos por el pecado de la adicción, y en el final él redimirá su culpa con visita al centro asistencial. O: médica milita para el cierre de la guardia, pero deberá arrepentirse cuando su marido se accidente y necesite ayuda. Donde “ER” es austero y se limita al caso, “Hospital...” quiere coronar con una dosis de alta emotividad.
Desalmados vs. sensibles. Ellos son competitivos, y se pasan informes falsos al superior para desacreditarse. Doctor Ross (George Clooney) casi pierde sus chances de ascender como adjunto de pediatría gracias a una compañerita envidiosa que le inventó unos cargos, pero ante todo existe un orden justo, y el ascenso se consuma. A falta de régimen de promoción, en el “Hospital...” devastado, las tensiones se resuelven con un grito o una suspensión, pero luego el médico de guardia (Mauricio Dayub) dona sangre para el marido de la rebelde (Virgina Innocenti). El sistema de compensaciones es clarísimo: los del Norte podrán tener dinero, pero lo que les sobra de recursos “les falta de corazón”.

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