ESPECTáCULOS › LAS PELOTAS LLENO OTRA VEZ EL ESTADIO OBRAS Y VA POR MAS
La banda de culto esperó el milagro
Después de catorce años, el grupo radicado en Córdoba alcanzó el éxito masivo. Amplió su base de público y la mística sigue intacta.
Por Fernando D´addario
El milagro llegó, sin que los mismos peticionantes hayan hecho demasiado por conseguirlo: Las Pelotas, eterna banda de culto, exponente marginal de esa vaguedad que alguien bautizó “rock chabón”, alcanzó la masividad y no resignó nada en el camino. Anteanoche llenó por tercera vez en un mes el estadio Obras, y el sábado 23 irá por la cuarta etapa de la hazaña, impensable sólo dos años atrás. El salto cuantitativo no altera el ritmo interno del grupo radicado en Nono, Córdoba. Vienen, tocan, se van, se juntan (a veces) para ensayar, graban, descansan, vuelven a tocar. Así desde hace catorce años. El secreto parece estar menos adentro que afuera de la banda.
El último disco de Las Pelotas se llama Esperando el milagro. Una producción cuidada y un sonido ajustado maquillan el concepto musical inmutable de la banda: reggae-funk-dark, climas opresivos ochentosos, nihilismo cínico en las letras. Pero hay una balada, “Será”, que sin atenerse a estos esquemas consiguió la inesperada adhesión de miles de adolescentes que nunca habían escuchado hablar de Las Pelotas. La canción empezó a sonar en todos lados y, de repente, sin ninguna maquinaria publicitaria detrás, la banda de Daffunchio y Sokol pasó a gozar de una difusión que siempre los había esquivado prolijamente. Otro ingrediente fortuito ayudó en los últimos tiempos a aglutinar público alrededor de Las Pelotas: la hermosa canción “Cuando podrás amar” fue elegida por Matías Martin como cortina de “Ardetroya”, y pasó de ser un tema perdido en la discografía del grupo, poco revisitado en vivo, a convertirse en un imprescindible. En el estadio Obras se notó levemente el cambio: más chicas adolescentes colgadas sobre los hombros de sus novios a la hora de “Será”, menos fundamentalismo futbolero-barrial.
Ese “esperando el milagro”, que tratándose de Las Pelotas sonaba a ironía escéptica, a mera supervivencia, adquirió otra connotación. Ahora la banda va por más, y no debería extrañar que pronto se le anime a alguna cancha de fútbol porteña, como lo hicieron, sucesivamente, Los Redondos, Los Piojos y La Renga. El sábado, de hecho, marcó el terreno: aun sin adscribir a los postulados del llamado rock chabón (del que está lejos, tanto en lo ideológico como en lo musical), sobre el final, para hacer uno de sus himnos (“Shine” de su notable primer disco, Corderos en la noche) llamó a Andrés Ciro, de Los Piojos, y Tete, de La Renga. Este último apareció al final del tema, sin el bajo, y en el pogo previo perdió los documentos. Inmediatamente después, una dosis de mística: Andrea Prodan, hermano de Luca, subió a cantar “No tan distintos”, de Sumo.
Fueron más de dos horas y media de rock en estado puro. Hubo reggae (imperdible el set “Saltando”, “Músculos”, “Hawai” y “Si supieras”), humo, fiesta colectiva. Sólo que ahora, parece, Las Pelotas empieza a recoger el fruto de su paciencia y de su sincero bajo perfil, insólitamente confabulados con un externo golpe de suerte.