ESPECTáCULOS
› A PARTIR DE MAÑANA, TRES DISCOS FUNDAMENTALES DE ELIS REGINA CON PAGINA/12
Una voz inquietante, una musa, una estrella
“Elis 1972”, “Elis & Tom” y “Falso Brilhante” marcan tres momentos del período más rico de una de las cantantes más extraordinarias de la música de tradición popular. En los tres resulta fundamental la figura de su marido y arreglador, César Camargo Mariano, y en el segundo, es claro, la de Antonio Carlos Jobim.
› Por Diego Fischerman
En Trem Azul, uno de sus espectáculos, recitaba un texto premonitorio: “Ahora retiran de mí el velo de carne, escurren toda la sangre, afinan los huesos en haces luminosos y ahí estoy, en el salón, las casas, las ciudades, parecida a mí. Un esbozo. Una forma nebulosa, hecha de luz y de sombra. Como una estrella. Ahora soy una estrella”. Elis Regina murió a los 36 años, después de una mezcla de cocaína y alcohol. Se dice que tomaba droga en secreto, desde hacía poco y encerrada en su habitación. Al día siguiente de su muerte, empezaron a aparecer, en Río, en San Pablo y en Porto Alegre (donde había nacido) las paredes pintadas con una leyenda: “Agora ela é uma estrela”.
Había empezado cantando, a los cuatro años y vestida de gaucho (o de gaúcho), “Adiós Pampa mía”. Medía 1,55, era estrábica y la llamaban eliscoptero por la manera en que movía sus brazos al cantar (o pimientinha, debido a su carácter). Fue la musa inspiradora de varias generaciones de autores. Descubrió a Caetano, a Milton, a Gilberto Gil, a Chico Buarque, a Edú Lobo, a Joao Bosco, a Ivan Lins, a Renato Texeira (“Romaria”) y a Belchior (“Como nossos pais”). Fue la cresta de una ola de modernidad que revolucionó la canción de tradición popular y que integró como pocas las herencias folklóricas del Brasil con el rock que llegaba de Estados Unidos e Inglaterra. Fue culta e inmensamente popular. El 19 de enero de 1982, a las 11.45, murió en San Pablo. Miles de personas la velaron en el Teatro Bandeirantes y acompañaron el ataúd hasta el Cementerio de Morumbí. Elis, ahora, era una estrella.
El escritor Raymond Carver decía que todo buen cuento debe tener algo de inquietante. La frase podría hacerse extensiva a toda obra de arte. Y la voz de Elis Regina –una obra de arte– es inquietante. Su timbre (su transparencia, el color casi aniñado) es el de una soprano. La tesitura es la de una contralto. Elis Regina tenía una voz gravísima que, sin embargo, parecía aguda. Y además, claro, cantó las mejores canciones que se compusieron en Brasil en una época en la que allí se componían muchas de las mejores canciones del mundo. Es más: esas canciones se componían para ella. “Todas mis canciones las escribí imaginando a Elis cantándolas”, aseguraba Milton Nascimento. Y remataba: “Muchos artistas me emocionan, pero sólo ha habido para mí dos mitos, Miles Davis y Elis Regina”.
Han pasado 21 años de su muerte. “Nuestros ídolos todavía son los mismos / las apariencias no engañan, no / vos decís que después de ellos / no apareció ninguno más...” canta en “Como nossos pais” (“Como nuestros padres”), la canción de Antonio Carlos Belchior que abre Falso Brilhante, el disco que recorría el repertorio del espectáculo que con ese nombre había estado haciendo durante 1975 y 1976. La vigencia de Elis Regina, a pesar de la discografía fragmentada, desordenada, caótica, casi siempre inconseguible, permanece incólume. No sólo su voz sigue siendo una de las mejores voces oídas jamás, y su manera de usarla una de las más perfectas puesta en juego alguna vez por un cantante popular, sino que las canciones, la concepción estética presente en los arreglos y esa precisa empatía entre un intérprete genial y un movimiento cultural de extraordinaria riqueza, son, para siempre, uno de los hitos de ese nuevo fenómeno del siglo XX, nacido a la vera de los medios de comunicación masiva: las músicas artísticas de tradición popular.
Entre 1966 y 1977 Elis Regina grabó varios discos con el mismo nombre, el suyo. En el primer Elis la acompañaban el quinteto de Luiz Loy, el Bossa Jazz Trio, el Regional de Caculinha y Paulo Nogueira e incluía canciones como “Lunik 9” de Gilberto Gil, “Boa palavra” y “Samba em Paz” de Caetano Veloso, “Estatuinha” y “Veleiro” de Edú Lobo, “Tem mais samba” de Chico Buarque y “Cançâo do sal” de Milton Nascimento, cuando, de más está decirlo, todos ellos eran promisorios compositores que recién comenzaban sus carreras. El segundo Elis, producido por el guitarrista Roberto Menescal, es de 1970. Las canciones: “Irene”, “Minha” y “Aquele abraço”, entre otras. Pero el tercer Elis, de 1972, está lejos de ser apenas uno más. Este álbum, que abre la magnífica selección de tres CD que a partir de mañana presentará Página/12, es, sin duda, uno de sus mejores trabajos. Y allí aparece por primera vez el pianista y arreglador César Camargo Mariano (que fue además su marido). El repertorio incluye varias joyas: “20 Anos Blue” de Sueli Costa y Vitor Martins, “Nada será como antes” y “Cais”, de Milton, “Mucuripe” de Fagner, “Aguas de março” de Jobim, “Casa no campo”, de Zé Rodix y Tavito. “Ayer a la mañana cuando me desperté / miré la vida y me espanté / y yo tengo más de veinte años...”, comenzaba, en “20 Anos Blue”. “Yo quiero una casa en el campo / del tamaño ideal (...) donde pueda poner mis amigos / mis discos y libros y nada más”, concluía en “Casa no campo”. En el medio, una serie de grandes canciones pero, también, más que eso: un clima de época, un aire de escepticismo, una mirada cada vez más irónica y, sobre todo, un clima musical en que el rock (y el jazz, que en Brasil, como en los comienzos argentinos y uruguayos, estuvo muy cerca) empieza a ser dominante.
Los brasileños, de manera calvinista, llamaron a estas nuevas músicas MPB (música popular brasileña). El mercado tendió, por comodidad o conveniencia, a asimilarlas al fenómeno comercial de la bossa nova (y es que la bossa nova e incluso el samba allí aparecían a menudo). Pero de lo que se trataba era de algo nuevo, comparable a lo que en Argentina se llamó, con algo de petulancia, “rock nacional” pero con mucha más vitalidad, con un contacto mucho mayor con las músicas autóctonas y con una producción considerablemente más amplia. El período que comienza con el Elis de 1972 es el de un sonido mucho más cercano a la banda de rock que al grupo de samba tradicional: teclados (en general piano eléctrico u órgano) a cargo de César Camargo Mariano, guitarra eléctrica, batería, percusión y bajo eléctrico. Las cuerdas à la George Martin de “Cais” (el homenaje a los Beatles ya estaba en el original de Milton, incluido en Clube da esquina), la guitarra rítmica con reminiscencias de George Harrison en “Nada será como antes”, el contrapunto entre la guitarra y la voz en “20 Anos Blue”, marcan la pertenencia a un mundo musical donde el folklore (nunca del todo ausente) funciona como referencia, como punto de partida pero pocas veces como objeto en sí.
El segundo disco que presentará Página/12 es tal vez el más famoso y, sin embargo, el más atípico de Elis. En 1974, mientras preparaba un nuevo Elis (que incluiría tres canciones de Milton y tres de la fenomenal dupla compositiva formada por Joao Bosco y Aldir Blanc), viajó a Los Angeles para registrar un álbum dedicado por entero a un compositor: Antonio Carlos Jobim. Un autor, además, que nunca había ocupado un lugar preferencial en su repertorio. En parte, esto se explicaba por el hecho de que Jobim, más allá del reconocimiento que nadie dejaba de hacerle como uno de los fundadores de la bossa nova, en los finales de la década del 60 se había convertido en un productor de postales de Brasil frívolas, cercanas a la idea que de Brasil podía hacerse un turista norteamericano y sumamente comerciales. Sus discos grabados en Estados Unidos (en la Costa Oeste, para mayor precisión) abundaban en un sonido orquestal bastante neutro y bastante al gusto de los ejecutivos californianos que, con el bourbon en una mano y alguna rubia indulgente en la otra, buscaban una ambientación moderadamente tropical para sus aventuras.
Ahora Jobim ha sido canonizado pero, a comienzos de los años 70, la nueva MPB no lo tenía demasiado en cuenta. Hubo un disco, sin embargo, que cambió el rumbo y Elis Regina no dejó de registrarlo. En Matita Peré Jobim volvía a grabar en Brasil pero, además, volvía a componer en serio. Y allí había una canción, “Aguas de março”, que Elis decidió incluir en un disco suyo. La idea de juntar a Elis y a Tom fue en parte de la grabadora. Su sello habitual, Philips, era una de las marcas de Polygram, al igual queVerve (el legendario sello de jazz creado por Norman Granz en el que habían grabado Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Bill Evans y Ella Fitzgerald, entre muchos otros) y se trataba de aprovechar por un lado la popularidad de Elis Regina, por otro el prestigio de Jobim en el mundo del jazz y, entonces, hacer un disco de ambos que saliera con la marca Verve. Pero la otra parte de la idea, tal vez la fundamental, fue de César Camargo Mariano, que admiraba a Jobim. Los arreglos son de Camargo Mariano –y no de Tom– en casi todos los temas. Jobim canta a dúo en algunas de las canciones y toca el piano en siete de ellas (en “Aguas de março” y “Chovendo na roseira” junto a Camargo Mariano). Entre el resto de los músicos están los guitarristas Helio Delmiro (que vino a Buenos Aires como parte de la banda de Milton Nascimento) y Oscar Castro Neves y una orquesta de cuerdas dirigida por Bill Hitchcock.
Todo el disco es de una perfección superlativa. Pero los momentos más íntimos, aquellos en que Elis Regina canta sola o en dúo con Jobim, junto a su piano y, eventualmente, una orquesta que jamás resulta intrusiva (“Modinha”, “O que tinha de ser”, “Retrato em branco e preto”, “Soneto de separaçao”, “Inútil passagem”) son de una belleza única. Al igual que la infinita promesa de amor de “Por toda a minha vida” (con texto de Vinicius de Moraes) donde la voz es bordeada amorosamente, comentada y sostenida por la exquisita orquestación de Camargo Mariano. Una promesa convertida por Almodóvar, en Hable con ella, en dramático contrapunto del duelo entre una torera y un toro.
Falso Brilhante es el tercer disco de la serie. También aquí la mano de César Camargo Mariano resulta fundamental. Junto a él, en teclados, aparecen Natán en guitarra y Wilson en bajo eléctrico y contrabajo, además de varios percusionistas. En el repertorio se incluyen tres canciones de gran vuelo de Joao Bosco y Aldir Blanc (“Um por todos”, “Jardins de Infancia” y “O Cavaleiro e os molinos”), una de Chico Buarque y Ruy Guerra (“Tatuagem”), dos de Belchior (“Como nossos pais” y “Velha roupa colorida”), una de Thomas Roth (“Quero”), un viejo vals de Marchetti y Feraudy, en versión portuguesa de Armando Louzada (“Fascinaçao”) y dos canciones en castellano, “Los hermanos”, de Yupanqui, y “Gracias a la vida”, de Violeta Parra. “Vivir es mejor que soñar / yo sé que el amor es una cosa buena / pero también sé que cualquier canto / es menos que la vida de cualquier persona”, dice en “Como nuestros padres”. En el estribillo final canta: “Mi dolor es percibir que a pesar de todo lo que hemos hecho / todo, todo, todo lo que hicimos / todavía somos los mismos y vivimos / todavía somos los mismos y vivimos / como nuestros padres”. Tal vez sea cierto. Quizá nada cambie nunca demasiado. Lo verdadero, en todo caso, es que Elis, esa estrella, sigue cantando.