Dom 07.09.2003

ESPECTáCULOS

Un intercambio de cartas que anuncia una pesadilla

En “Paradero desconocido”, la directora Lía Jelin hace una vigorosa adaptación del texto que reúne cartas entre Martín (Roberto Catarineu) y Max (Raúl Rizzo), dos amigos que terminan divididos por el nazismo. El agregado de un coro y los apuntes musicales agregan vibración a la puesta.

› Por Hilda Cabrera

La desgracia toma en esta obra la forma de un sello y la frase que la anuncia es “Paradero desconocido”. Surge de una historia narrada a través de cartas: las que se envían dos amigos alemanes, con la particularidad de que uno es ario y el otro judío. Circunstancia que anticipa un conflicto, puesto que el carteo ocurre en los años inmediatamente anteriores al inevitable ascenso de Hitler (o evitable, como sugirió en 1941 el dramaturgo Bertolt Brecht, aludiendo a su ficcional Arturo Ui). El judío responde desde Estados Unidos, país–símbolo de libertades cuando se lo compara aquí con la Alemania de entonces. El corte entre estas dos geografías no es sin embargo tan tajante en las primeras misivas, según lo trasunta el judío que añora paisajes y comidas alemanes. Tanto él como su amigo, de regreso en Alemania, con mujer y varios hijos, lucharon para el mismo bando durante la Primera Guerra Mundial y se expatriaron juntos en busca de un lugar donde prosperar. Lo hallaron en Estados Unidos, haciendo fortuna con la compra–venta de cuadros y objetos de arte.
La obra que se presenta en el Teatro del Nudo parte de un relato de la periodista estadounidense Katherine Kressmann Taylor, profesora universitaria que falleció en 1996, a los 93 años. Este trabajo, premonitor del genocidio, fue publicado en 1938 por la revista literaria Story. De amplia difusión en su época, pasó rápidamente al formato libro y tiempo después a la escena. La obra, trasladada con el mismo título de Paradero desconocido, fue montada en numerosos teatros de Europa y América. La pieza no abunda en apuntes históricos: la autora se ha limitado a fechar las cartas y radiografiar sin demasiados agregados las apreciaciones de los amigos sobre sus vivencias cotidianas. En el inicio, todo transcurre en el marco de una cierta bonanza, de la que disfrutan Martín Schulze y el judío Max Eisenstein, quien queda a cargo del negocio. Incluso algunos de los temas musicales que introduce la directora Lía Jelín a través de un coro en vivo abonan esa satisfacción. Son fragmentos de composiciones de George Gershwin: “I got rhythm” y “Embraceable”. No se trata aquí de ofrecer únicamente una lectura actuada de las cartas, sino además gratificar con buena música al espectador.
Es así como las discretas intervenciones de los artistas que integran el coro logran imprimirle singular dinamismo a la propuesta central, que consiste en poner en escena una correspondencia que en forma progresiva da cuenta de un período convulso, como el comprendido entre 1932 y 1934. Ese crescendo se logra entre asociaciones y disonancias, conectadas fluidamente al “relato de a dos”. El diálogo escrito se traba recién cuando Martín se enorgullece de su militancia nacionalsocialista. Max le advierte que entre los judíos estadounidenses circulan historias sobre persecuciones y fuegos de corte inquisitorial. Max pregunta quién es ese Hitler, consternado ante la aceptación acrítica, casi patológica, de su ascenso jalonado de pogroms y actos de pillaje.
Como cualquier otro ciudadano, Martín no quiere que su lugar, en este caso su país, acabe humillado y empobrecido. Tampoco está dispuesto a sacrificar a su familia ni a sí mismo por unos judíos a los que unas tropas de asalto apalean y matan. “La comida es muy cara y hay mucha inquietud política”, escribe. Elogia al mariscal Von Hindenburg, al que califica de “verdadero liberal”, pero lo seduce Hitler.
Sin apartarse de las convenciones literarias que tienden a conmover al espectador, estas cartas develan un conflicto personal y social sin retorno. El horror de Max al enterarse de que su hermana Griselle viajará desde Austria a Alemania en gira con su elenco lo anima a pedir ayuda al metamorfoseado Martín. La joven, ex amante de aquél, frágil pero impetuosa y terca, va camino de la catástrofe.
El tono de las cartas se vuelve penoso, y los ex amigos toman caminos diferentes. Martín sigue restándole importancia a esa “escoria” de la sociedad alemana que ataca a los judíos. “Esos son –opina– los que salen a la superficie cuando un gran movimiento entra en ebullición.” Lo importante es “renacer”, liberar a los alemanes de la vergüenza de la derrota, inflamadas consignas que la cuidada puesta de Lía Jelín subraya con fragmentos de Richard Wagner. En una escena, particularmente exaltada, se escucha el “Coro de los Peregrinos” de Tannhäuser. Esas secuencias dejan definitivamente atrás al demócrata Martín, que el actor Roberto Catarineu interpreta con las transformaciones que exige su papel. Por su lado, Raúl Rizzo transmite con sutileza los pasajes de introspección y sabe cómo convertir en furia y rebelión el padecimiento de un Max decidido a ejecutar su propia estrategia justiciera.

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