ESPECTáCULOS
El truco de reeditar los grandes robos del siglo
Basándose en un “film noir” de 1955, el inglés Neil Jordan apela en “Un gran ladrón” a un buen uso de los tópicos del género, aunque no logra resistir la tentación del final feliz.
› Por Martín Pérez
Sus miradas se cruzan por primera vez en el baño sucio de un bar de mala muerte. “Sos demasiado joven para trabajar de esa manera”, dice el experimentado y casi retirado buen ladrón. “Sos demasiado viejo para hacer eso”, dice la jovencita, aprendiz de prostituta y con un ojo morado, señalando la jeringa y el traje arremangado que hacen del buen ladrón un evidente adicto. Ambos tienen razón, pero no por eso dejarán de ser lo que son. Aun cuando, una vez juntos –el buen ladrón que dejará la droga para ser justamente eso, un buen ladrón, y la joven prostituta que dejará de serlo bajo su ala–, intentarán un pacto con su destino de perdedores para tener un golpe de suerte desde el cual esperar su condena.
Como El buen ladrón –tal el nombre original de Un gran ladrón, bautismo local de la última película del inglés Neil Jordan–, ningún protagonista mejor que Nick Nolte, al que cada vez le calza mejor el traje de Robert Mitchum contemporáneo. Su presencia es una de las grandes excusas para disfrutar de esta remake de Bob Le Flambeur (1955), un clásico del cine negro francés dirigido por Jean-Pierre Melville. El único inconveniente es que, por momentos, tanto la película como Nolte mismo parecen demasiado conscientes de eso. A su lado, como la joven prostituta recién llegada de Europa del Este, aparece una hermosísima Nutsa Kukhiani, encarnando ese personaje femenino infaltable en los mejores thrillers firmados por Jordan, como Mona Lisa o El juego de las lágrimas. Una dudosa dama por la que un igualmente dudoso caballero estará dispuesto a arriesgarlo todo para salvarla de una condena que ella asumiría sin quejarse demasiado.
Ambientada en la Costa Azul, Un gran... tiene un protagonista jugador, ladrón y heroinómano confeso, alrededor del cual gira un mundo lleno de lealtades de bajo fondo. Ese mundo incluye soplones, compinches y un policía, todos ellos conscientes de que Bob es el centro de su universo. Si el film de Melville era deudor de otro de John Huston, esta remake recuerda la revisión de otro clásico del robo de guante blanco por Steven Soderbergh, La gran estafa. En particular por la estilización de aquel blanco y negro del original, que aquí es un eurotrash musicalmente cool, cuyo elenco honra ese mestizaje al que tan bien reportó Stephen Frears en Negocios entrañables. A pesar de tanta ascendencia noir, Un gran... es un film para recorrerse con un martini en la mano, para brindar con las estrellas que asoman en papeles menores, como Emir Kusturica y Ralph Fiennes.
El botín que sacará a Bob de su retiro es doble y está en un casino de Montecarlo. Como detrás está su buen policía –Tchéky Karyo–, habrá un botín señuelo y uno real para confundira todos. Es inevitable no permitirse extender ese juego de dobles al original de Melville y esta remake. Esta fiebre de homenajes del cine contemporáneo hacia las películas de robos viene con una condena, la del final feliz. Así, las meditaciones sobre la codicia y el destino subyacentes en las originales brillan por su ausencia en sus remakes. Y el trabajo de Jordan no está exento de ese pecado, pero parece ser consciente de su existencia. Así las cosas, como señuelo contemporáneo de un antiguo y verdadero film noir, Un gran... tiene sus momentos al comienzo y al final, mientras que en el medio su puesta en escena se hace demasiado evidente. Como si nadie creyese demasiado en el filo de sus diálogos, y no pudiesen evitar tener presente que tanta marginalidad es sólo una serpentina más en ese interminable brindis que parece condenado a celebrar el mundo del espectáculo.