Dom 02.11.2003

ESPECTáCULOS

The Coral y Travis, dos caras de la misma moneda

Uno melancólico, el otro psicodélico, los grupos que acaban de editar sus nuevos discos en la Argentina sirven como disfrutable ejemplo del eterno encanto de la música de Gran Bretaña.

› Por Eduardo Fabregat

¿Será el aire, el clima, la proverbial llovizna, los cereales del desayuno, una cuestión genética? Las opiniones abundan, pero la historia de la música pop/rock se encarga de ofrecer hechos contundentes: las islas británicas tienen algo. Desde que The Beatles y The Rolling Stones abandonaron los covers de Chuck Berry y otros proto-rockers estadounidenses para hacer historia con su propio material, la Gran Bretaña dio material para llenar páginas y páginas, producir olas que luego taparían el planeta, convertirse en punto nodal de la música contemporánea, llevar al descubrimiento de algo definible como Gen Beatle o Gen Pink Floyd. Inglaterra, Escocia, Irlanda, Gales fueron y son lugares de origen de artistas que hacen la diferencia, que ponen otro tono en la corriente mainstream de las radios y dan el contrapeso necesario a las liviandades de un medio estadounidense que abunda en plástico.
Vaya un buen ejemplo: en estos días, la industria musical de Estados Unidos celebra con bombos y platillos el encuentro en estudios de Madonna y Britney Spears. Del otro lado del océano, el público prefiere hablar de dos flamantes discos, excelente expresión del rock británico 03, con su indeleble marca de fábrica. Dos caras de una misma moneda, el mismo instinto transitando diferentes caminos: Travis y The Coral. Escoceses los primeros, ingleses de Liverpool (nada menos) los segundos, los autores de 12 memories y Magic and medicine retornaron a la escena para demostrar que se puede vivir un éxito de ventas y la adulación constante de los medios, y mantener la cabeza fría para que el acto de colgarse la guitarrita siga siendo único y determinante.
Cada cual tiene su historia, y vale arrancar por los más veteranos. Francis Healy (voz y guitarra), Andy Dunlop (guitarra), Doug Payne (bajo) y Neil Primrose (batería) comenzaron a fantasear con la idea de Travis ya en 1990, cuando ni siquiera habían terminado el colegio en Glasgow y sus habilidades musicales aún estaban aflorando. El doble debut con el EP All I wanna do is rock y el disco Good feeling (1997) dio buenas pistas sobre el desarrollo de esas habilidades, pero fue The man who (1999) el disco que los convirtió en la nueva gran cosa, ese título que la prensa británica suele disparar a diestra y siniestra, a veces sin pensarlo demasiado. El single “Why does it always rain on me?” disparó las ventas al multiplatino, Travis se convirtió en palabra habitual, llegaron las giras con otros amigos célebres –Oasis– y, para el siguiente disco, el cuarteto contaba con el aporte de Nigel Godrich, productor de piezas como el OK Computer de Radiohead. Lejos de aquel incipiente barroquismo de Thom Yorke y sus compañeros, Godrich encontró el punto justo a las canciones más beatlescas del grupo: a caballo de “Sing”, “Side” o “Flowers in the window”, The invisible band despejó cualquier duda. Nueva gran cosa o no, Travis ya ocupaba con dignidad el álbum de honor británico.
En ese derrotero, habitual en centenares de historias del rock, solo faltaba el ingrediente dramático. En 2002, durante unas vacaciones en Francia, Primrose ejecutó mal un clavado en una pileta y sufrió una lesión espinal que lo puso al borde de la cuadriplejia. Para Healy, líder artístico del grupo, no había dudas: sin Primrose no había más Travis. Pero el baterista inició un trabajo de recuperación sorprendente, y seis meses más tarde estaba tocando de nuevo. La experiencia, de todos modos, dejó su marca. Si The invisible band había sido un disco luminoso, pleno de melodías a la Lennon y McCartney, 12 memories se interna en senderos mucho más sombríos. Ni siquiera se trató de retomar la melancolía de The man who: las “doce memorias” de Francis surgieron en el momento en que no había un futuro cierto, su amigo estaba en el hospital y la TV inglesa mostraba a Tony Blair, con quien el grupo –como tantos otros británicos– simpatizaba, apoyando abiertamente la masacre estadounidense en Irak.
No extraña, entonces, que lo primero que se escucha en el disco de Travis es la frase “sacame de acá, sacame de acá”. Y no extraña la sobrecarga emocional que transmiten canciones como “The beautiful occupation” (“Hoy morirá medio millón de civiles, pero podés verlo distinto: leé los diarios, mirá la TV”), “Re-offender” –una canción que gira alrededor de varios abusos, sobre todo el marital– o el track oculto “Some sad song”, especialmente dedicado a la iglesia católica y su pasión por someter a la grey a través de la culpa. Guitarrero y, sí, algo beatlesco, 12 memories no llega sin embargo a abismos de melancolía que le jueguen en contra.
Y en todo caso, siempre está el antídoto de The Coral. En 2002, James (voz, guitarra) e Ian Skelly (batería), Nick Power (teclados), Bill Ryder (guitarra, trompeta), Lee Southall (guitarra) y Paul Duffy (bajo, saxo) sorprendieron no sólo por sus edades, entre los 19 y los 22 años, sino por la contundencia de su debut y su manejo del archivo de los ‘60 y ‘70. The Coral incluía, además, un dato poderoso: provienen de Hoylake, una pequeña localidad sobre la Bahía de Liverpool, en el mismo Merseyside que, antes y durante la explosión Beatle, supo darle forma a una escena tan potente como para figurar en los libros como Merseybeat. Alimentándose de eso, de la psicodelia, el rock de garaje y el ska, The Coral arrasó con momentos delirantes como “Shadows fall” o “Spanish main” y, claro, apareció en todos los medios especializados de Inglaterra como... la nueva gran cosa.
Menos de un año después, Magic and medicine demuestra que el sexteto no tiene intención de dormirse en los laureles. En apenas 40 minutos, el disco ofrece otra descarga de sonidos de colección, guitarritas ácidas y letras que encierran historias perversas, con menos adornos que en el debut, más directo al hueso. Capaces de abrir el disco colgándose de las ramas con “In the forest” y meterse de lleno al Merseybeat con “Don’t think you’re the first”, pero también de darse una vuelta por terrenos cercanos al tex mex en “Talkin’ gypsy market blues”, casi clonar el “You like me too much” de los Beatles en “Pass it on” y liquidar la faena con el brote psicodélico de “Confessions of A.D.D.D.”, los Coral evidentemente se divierten, y contagian. “Mi manera de pensar la música es con una total ausencia de reglas”, dice James Skelly. “Si suena bien, está bien.”
No cabe más que darle la derecha: años después de los flequillos, por el clima, el desayuno o lo que sea, Gran Bretaña suena bien, y está bien. Que Madonna y Britney sigan a los besos. La música sigue estando en otra parte.

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