Dom 02.11.2003

ESPECTáCULOS  › TRIBUTO A EL GRAN GATO

Tributo a El Gran Gato

En el ciclo “España y Francia de Preestreno”, una de las perlas es un documental dirigido por Ventura Pons sobre el músico argentino Gato Pérez, impulsor y figura de la rumba catalana.

› Por Martín Pérez

Cuenta una muy conocida leyenda del rock nacional que Moris le enseñó al rock madrileño a cantarle a su propia ciudad y en castellano cuando recaló allí durante la década del 70. Una leyenda avalada, entre otros, por el testimonio de Joaquín Sabina. Lo que no es tan conocido es que, más o menos por la misma época, otro músico argentino que recaló en Barcelona supo a su vez enseñarles a los catalanes a reconocer su propia música, que era la rumba catalana, y a pensar sobre ella. Profeta en su tierra apenas por éxito de su tema “Se fuerza la máquina” en la voz de Silvina Garré a comienzos de los ochenta, Javier Patricio “Gato” Pérez es todo un mito de la música popular de Barcelona. “El padre de la rumba con fundamento, el intelectual que se acercó a algo que era pura intuición y le dio contenido literario y musical sin quitarle la frescura”, tal como escribió Ramón de España en uno de los retratos contenidos en su libro Sospechosos habituales. A partir de su música y los recuerdos de sus amigos, todas las aristas del mito secreto –al menos en la Argentina– del Gato Pérez son reveladas en el sorprendente documental “El Gran Gato”, obra del director catalán Ventura Pons, una joya escondida en el ciclo “España y Francia de Preestreno”, que a partir de ayer y hasta el próximo miércoles se lleva a cabo en el Village Recoleta.
“Descubrí al Gato como lo descubrió toda Barcelona, que se quedó rendida a sus pies”, le explica Ventura Pons a Página/12. “Fue un cronista de su tiempo, que fue esa época maravillosa en que se terminó la dictadura de Franco y todo estaba por descubrir.” Nacido en 1951 en Buenos Aires, el Gato Pérez llegó a Barcelona en 1966, y con el tiempo su oficio terminó siendo el de la música. Tal como se descubre a partir del testimonio de los amigos, colegas y familiares convocados por la cámara de Ventura Pons, el gran descubrimiento del Gato Pérez fue abrir sus oídos a la música gitana, descubrir las particularidades de la rumba catalana –con su mestizaje de ritmos caribeños– y decidir que esa era la música propia de la ciudad que había adoptado. “Fue el primer músico no gitano en hacer nuestra música”, aseguran los testimonios de un film que está basado –tal como decía un verso de “Se fuerza la máquina”– en música, música, música y palabras. Con quince temas del formidable repertorio del Gato, Ventura Pons enhebra los testimonios de una vida que es comentada prácticamente por su propia obra, de tema en tema, por los que desfilan las voces de los Chichos, Luis Eduardo Aute, Kiko Veneno, Martirio, Tonino Carotone y tantos otros.
La rumba catalana, que finalmente Barcelona adoptó como propia a la hora de las olimpíadas del ’92 –dos años después de que el Gato falleciera prematuramente–, tiene tres grandes figuras: Peret, Pescadilla y El Gato Pérez. Y durante mucho tiempo el Gato se quedó sólo defendiéndola, hasta hacerse un clásico e incluso trascender el género. “El Gato era un intelectual de la música popular”, asegura el venerado Jaume Sisa en el documental, al tiempo que recuerda que una noche el músico delineó los tres secretos de la canción popular. “La atalaya, la biblioteca y la calle, siendo la atalaya, digamos, la azotea... la cabeza.” De esta clase de testimonios, que recorren todas las facetas del personaje y su época, está construida la querible película de Ventura Pons, que se exhibe hoy a las 15.50, el domingo a las 20.15, el lunes a las 14, el martes a las 18 y el miércoles a las 13.30.
“Es una película que nace del respeto al creador que va contra la corriente, como lo fue el Gato, y a esas personas que vienen de afuera y cuya mirada te ayuda a comprender mejor que la de ninguno todo lo que te pasa”, asegura Ventura Pons, que se abocó al rodaje de una película como Un Gran Gato para autocelebrar sus 25 años como director. “Mi primera película había sido un documental, y aunque lo que me gusta es contar ficciones, decidí celebrar mis bodas de plata con el cine con otro documental”, confiesa el director catalán, que en breve estrenará comercialmente en Buenos Aires su comedia Anita no pierde el tren (2000) y cuyo último opus es Manjar de amor (2001), una adaptación de una novela de David Leavitt, The Page Turner. “Este tío apareció en la escena literaria como un insolente, pero con el tiempo se ha transformado en alguien muy razonable. Cuando le envié el guión me respondió que jamás se hubiera imaginado que se pudiera encontrar tanto cine en un libro suyo.”
Aun cuando la producción de sus números musicales ostente un profesionalismo que puede decantar hacia el adocenamiento, uno de los grandes logros de Un Gran Gato es que permite asomarse a la obra de un compositor prácticamente desconocido fuera del ámbito de la rumba catalana. “Fue un Bob Dylan de la rumba”, exagera alguien en un documental lleno de vida, aun cuando por momentos tienda a la mitificación. Y si en algún momento uno de los testimonios enfrenta a la obra de un auténtico creador popular, como lo fue el Gato Pérez con la música de “Operación Triunfo”, Ventura Pons asegura que eso no sólo se refiere a la música, sino a toda la sociedad actual. “Hemos cambiado una sociedad de ilusiones por un sociedad costumbrista”, asegura el director. “Pero no he querido cargar las tintas sobre eso, porque no quería que fuese un documental carroza, con las historias del abuelo. A mí, la historia del Gato Pérez, a fin de cuentas, me sirve para hablar de un mundo mejor, de la multiculturalidad, de la diversidad y el valor de aceptar a los demás.” Apunta Ramón de España, para concluir el mismo texto citado al comienzo de estas líneas: “El Gato era un intelectual argentino, no un gitano del barrio de Gracià, y nunca faltaron quienes se lo recordaban para desautorizarle. Creo que se equivocaban: del mismo modo que la arquitectura es algo demasiado serio como para dejarlo en manos de los arquitectos, un exceso de genuina cazurrez rumbera pude conducir a la macarenomía”. Y como apunta finalmente el mítico Mariscal en el epílogo del film: “Un mundo sin el Gato es un mundo con demasiados perros”.

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