ESPECTáCULOS
Viggo Mortensen, un rey fanático de San Lorenzo
El actor de “El Señor de los Anillos”, que vivió su adolescencia aquí, vino a promocionar el fin de la saga de Tolkien. De paso, fue a Santa Fe a ver a su equipo y anda con el termo bajo el brazo.
› Por Martín Pérez
Con el pelo corto como un ejecutivo y con un banderín de San Lorenzo colgado sobre el obligatorio poster de El regreso del rey, que descansa sobre un atril a su lado. Así es como recibe a la prensa Viggo Mortensen, un hombre que habla bajito y pausado, pero tiene siempre listo a varios agentes de prensa dispuestos a decir: “Esta es la última pregunta”. “Es demasiado amable y habla muy despacito, y eso nos está volviendo medio locos, desarmando lentamente la agenda”, confiesan los responsables de organizar el maratón de entrevistas que desde ayer por la mañana comenzó a realizar el actor, encargado de interpretar al rey mencionado en el título de la última entrega de la trilogía basada en la obra de Tolkien, que recién se estrenará a fin de año. “¿Un mate?”, ofrece Mortensen siempre en voz baja al promediar la entrevista con Página/12, que prolonga más allá de lo que indican sus asistentes porque quiere terminar de contestar una pregunta. Y no cualquier pregunta, sino una vinculada a la polémica alrededor de las metáforas contenidas en la trama del El Señor de los Anillos.
“Así como a Tolkien le molestó cuando Hitler y su ministerio de propaganda utilizaron equivocadamente las leyendas nórdicas para justificar el Tercer Reich, a mí me pareció estúpido y perezoso que se dijeran cosas como que La comunidad del anillo representaba obviamente a las democracias occidentales resistiendo el ataque musulmán, y que Christopher Lee como Saruman encarnaba a Osama bin Laden”, aclara Mortensen, que en el momento del ataque estadounidense a Irak se presentó para una entrevista televisiva luciendo una remera en la que se leía la frase No a la guerra por el petróleo. “Cuando escuché semejantes comparaciones, vertidas por el crítico Richard Corliss, de la revista Time, sentí la necesidad de responderle con una carta que la revista jamás publicó. En ella decía que yo no era quién para hacer una lectura metafórica sobre la obra de Tolkien ni la iba a propiciar pero, si querían hacerlo, me parecía que los que en la película resistían el ataque de miles de guerreros que los asaltan con armas superiores, durante el día y durante la noche, tenían más en común con el indefenso pueblo afgano o el iraquí que a la inversa”, remata su explicación Mortensen, que aclara que no es un tema que busque especialmente, pero sobre el que contesta cuando le preguntan.
“Como cuando decidí viajar a Cuba invitado por la fototeca, para exponer mis fotos, a las que ellos habían descubierto por Internet”, cuenta. “La pasé muy bien ahí, y fui porque me pareció que el intercambio entre las culturas representa al futuro. Entonces recibí un par de cartas de Miami, de gente que me preguntaba para qué iba y me acusaba de ser un traidor. “¿No sabés que Fidel Castro es un hijo de puta?” (sic), me decían. Les respondí que no iba a Cuba a visitar a Castro, sino a encontrarme con otros fotógrafos. Y que suponía que si un fotógrafo cubano venía invitado a exponer su obra en Los Angeles o a Nueva York, no lo hacía para irse a tomar el té con George Bush”, explica Mortensen, sin abandonar jamás un tono de voz calmo. El mismo con el que tal vez contestó cuatro años atrás en su hogar californiano el llamado de su agente, anunciándole que le habían ofrecido el papel de Aragorn en la producción de Peter Jackson. Una oferta que, según es bien conocido por los fanáticos de la saga, le llegó a último momento, cuando Jackson y el resto del equipo ya llevaban dos semanas de preproducción en Nueva Zelanda.
Es sabido, también, que Mortensen no era precisamente un gran fanático de la obra de Tolkien, pero que fue su hijo adolescente –fruto de su pareja con la legendaria cantante punk Exene Cervenka, de la que está separado– quien le aconsejó que aceptase el papel. Lo que no es tan sabido es que, a su vez, Viggo logró incorporar a su hijo al rodaje del film. “Primero hizo de chico rubio de Rohan, corriendo a refugiarse ante el avance de los Orcos. Pero el año pasado, como creció un poco, ya hizo de guerrero de Rohan e incluso de orco. Y este año, como ya lo conocían, lo eligieron para ser orco en la batalla final, así que quedó al frente de una larga fila de orcos que veían para matarme, pero yo lo esquivé y Gimli se encargó de él. Suerte que estaba ahí, porque aunque tiene quince años ya es más grande que yo”, explica, y lanza una carcajada.
Aun cuando el título de la tercera parte de la trilogía hace referencia a su personaje, Mortensen desmiente que sea más protagonista en ella que en los films anteriores. “Como tiene ese nombre la promocionan así, pero el personaje central sigue siendo el que lleva el anillo, al que todos los demás acompañamos”, cuenta Viggo, que acepta que su personaje, como líder de la gesta, va teniendo cada vez más responsabilidades. “Tiene que acostumbrarse a quedarse en un sitio, y ya no puede ir de aquí para allá, como hace al comienzo de la historia”, concede Mortensen, que ha hecho algo parecido durante su larga (debutó en 1985, en el film Testigo en peligro) pero casi anónima carrera cinematográfica. “Aun cuando no fue esa mi intención, no me molestó haber podido viajar dentro de la industria cinematográfica, sin tener que cargar con las responsabilidades de la fama”, dice este actor que habla perfectamente castellano –y un castellano argentinizado, con los infaltables ¿viste?–, ya que vivió su adolescencia en Buenos Aires. Una ciudad a la que llegó el sábado por la mañana y fue al hipódromo, mientras que el domingo se desplazó a Santa Fe para cumplir el sueño de ver jugar al equipo de sus amores, San Lorenzo. Pero ya como el rey, no como Trancos. “Es raro, cuando llegué a México antes de venir acá fue una locura, había gente por todos lados. Eso tiene algo bueno, porque antes no conseguía un protagónico en una película de Hollywood, como el que ahora tengo en Hidalgo, que se estrena en marzo. Pero confío en que esa clase de lugar sólo sea cosa de un momento, y que si no sigo haciendo cosas grandes a lo mejor vaya desapareciendo. Porque me siento un poco extraño, ya que en mi vida de todos los días, la verdad es que no cambié tanto”.