Jue 13.11.2003

ESPECTáCULOS

La adolescencia como pesadilla

En su primer largometraje en solitario, el correalizador de “El descanso” se interna en la cotidianidad de una familia muy particular, hegemonizada por un singular patriarca de suburbio, afecto a la chatarra y a las víboras. Por su parte, “A los trece” ofrece un cuadro particularmente alarmante de lo que puede llegar a ser la vida en pubertad.

› Por Horacio Bernades

Ganadora del premio a la “Mejor Película” en la última edición del Festival de Sundance y haciendo foco sobre un caso de furiosa rebelión adolescente, A los trece es una de esas películas que, por vívidas, crudas y perturbadoras, mueven el piso y desestructuran a cualquiera. Pero también es una película peligrosa si se la toma demasiado al pie de la letra, ya que lo que comienza siendo una detallada y lúcida descripción de mecanismos de alienación termina convirtiéndose en algo muy parecido a una advertencia para padres. De esas que suelen expresarse mediante fórmulas paranoico-conservadoras, del estilo “vigile con quiénes se junta su hijo y a qué dedica sus horas libres”.
La ópera prima de Catherine Hardwicke tiene bastante en común con ese otro hito del apocalipsis teen que fue Kids, fresco también problemático, en tanto no se sabía muy bien si celebraba el libertinaje, lo castigaba ferozmente o hacía ambas cosas a la vez. Tomando al espectador por el cuello, A los trece basa su efecto de verdad en una puesta en escena estilo cinéma-verité, como la de Kids: cámara en mano, imagen “sucia”, inestabilidad permanente, cortes fuera de continuidad. Todo lo cual, a pesar de ser tan artificial y construido como cualquier otra forma cinematográfica, genera la sensación de estar asistiendo “a la vida tal como es”. El otro dato que puede llevar a pensar la película de Hardwicke como una versión Costa Oeste de la neoyorquina Kids es que también fue coescrita por una adolescente “verdadera”. Lo cual incita a verla como una suerte de semidocumental autobiográfico, algo que tampoco es del todo así.
La protagonista de A los trece es Tracy (la excelente Evan Rachel Wood). Lanzada a mil por hora, la rubísima Tracy pasa de las barbies a los tops supersexies, de la leche chocolatada a las anfetaminas y de los stickers abrillantados a los ménages à trois. Hardwicke narra con detalle y precisión el cúmulo de presiones que se ciernen sobre Tracy desde el primer día en la high school. Allí, identidad y look tienden a ser la misma cosa. Al verse despreciada por su aliño aniñado, Tracy corre a imitar a la chica más sexy. Esta es una morochita latina llamada Evie Zamora (Nikki Reed, la coguionista en cuestión). En una escena magnífica, musicalizada con un tema de Mark Mothersbaugh, Tracy se planta frente a Evie y escanea a toda velocidad cada detalle de su look, con la cámara ocupando el lugar de sus ojos. Al día siguiente, Tracy aparece convertida en clon de Evie, quien es a su vez una fotocopia viviente de Jennifer Lopez. Es el comienzo de una simbiosis que derivará en lo que los especialistas denominan folie à deux.
Abandonada por sus padres y al cuidado de una tía más preocupada por los liftings que por la sobrina (Deborah Kara Unger, la susurrante rubia de Crash), Evie consume y trafica. Además, llevada por una voracidad sexual promocionada a los cuatro vientos, no deja títere con cabeza. Lanzada a una velocidad demasiado alta para su edad, cuando quiera darse cuenta Tracy habrá pasado de ser la nena de mamá Melanie (Holly Hunter, coproductora de la película) a convertirse en versión hiperrealista de la chica de El exorcista. No vomita verde ni se mete crucifijos donde no debe, pero sí termina haciendo, de su vida y la de su familia, un infierno inhabitable. Narrada desde el punto de vista de la desesperada Melanie –que funciona más como amiga que como madre–, A los trece empuja las fantasías de todo padre de adolescentes hacia límites lindantes con el sensacionalismo. Tracy roba, se practica cortes en los brazos, llega a clase totalmente high y, pasada de pastillas, termina sangrándose a golpes con su amiga.
Ofreciendo una salida ultrasimplista a una situación compleja por definición, A los trece resuelve sus conflictos con un trámite sencillo: la segregación de Evie. Cuyo nombre no casualmente se parece a evil, que en inglés quiere decir el mal. Psicopatona en miniatura, la chica latina es mostrada como una manipuladora de temer, que cuando las papas quemen dejará a su supuesta amiga en la estacada. Reescritura, al cabo, de la fábula de la manzana podrida, el modo en que Hardwicke cierra A los trece no le hace honor a un film sin duda intenso y contagioso, que termina resultando más apreciable por el modo en que presenta problemas que por la forma en que los resuelve.

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