ESPECTáCULOS › METODOS Y TACTICAS PARA ACERCARSE A LOS FAMOSOS
Punta, la ciudad del merodeo
Cholulos y merodeadores buscan a modelos oartistas a la salida de hoteles y paradores, pero los patovicas ponen freno a la fiebre.
Por Julián Gorodischer
Hay truquitos que dan resultado: para encajarle un beso de lengua a Juanes –uno igual al que le dio la Brédice en la foto de la revista Gente–, la turquita se escondió en el hueco entre la escalera y el hall del Hotel Conrad, salió corriendo, y estuvo a punto de conseguirlo si no fuera por la irrupción desubicada del patovica que la miró con asco: “Acá no te vengas a hacer la loca”, seguido de empujón, zamarreo y a otra cosa: a mirar la escena desde afuera. “Fuera, fuera”, le dedican a Verónica, de Pacheco, con el ímpetu del ama sadomaso. El majestuoso Conrad, construido como una rosca de Pascua ascendiendo hasta el Cielo, aspirante a una de las Siete Maravillas Mundiales del Kitsch, es un sitio infranqueable. Allí se alojaron la nieta de la Chiqui Legrand, la Alfano, Ginette Reynal, pero el contacto que ofrecen no va más allá del saludito. “Imaginate, si las dejamos los violan”, dice un guardia buena onda que confiesa la existencia de identikits: petisas con cámara de fotos y gorditos con hawaiana van al frente en el ranking de sospechosos. “Acá no vengan, no vengan...”, piden que se difunda en los diarios de la Capital. ¡El glamour debe ser salvado! ¡Que se vayan a Villa Carlos Paz!
Ya que el Conrad no es un buen lugar para pedir autógrafos o cultivar la pasión por estar cerca, mejor rondar por las playas, ese resabio de espacio público aunque en franco retroceso, ahora que se imponen las piscinas y los silloncitos exclusivos. Pero, a pesar del VIP, la infiltración es fácil. La fila de cholulos en la Barra de Montoya se empieza a relevar desde la avenida Haedo, llegando a los paradores. La avenida es la pasarela: las modelos recorren el asfalto desde la agencia hasta la playa con actitud de desfile, firman gorras y remeras, dan besitos, y no contestan preguntas zafadas. “¿Te la puso entre las rocas?”, a Nicole, de parte de una “bestia” que no reconoce la autoridad de la famosa. En el local de Multitalent, sobre Haedo, hay un séquito que espera todos los mediodías, hasta que salen las chicas. Repiten nombres extraños –Pía, Ludmila, Ada– pertenecientes a modelos relevadas en el book, y las esperan hasta que se dirigen a la playa. Allí, alguno se tira el lance de invitarla esa noche a Tequila, y recibe a cambio la sonrisa que se les impone por contrato. Pero nada más. Martín, un veinteañero de la barra de Palermo Hollywood, es especialmente lanzado: las corre hacia el mar cuando se meten seguidas de una cámara y acredita los recursos más sofisticados para el manoseo: pellizcones abajo del agua, miradita de reojo en el cambiador del parador, mano boba cuando se rozan en el pasillo más angosto, entre la barra y la pileta. ¿Por qué tanto esfuerzo? “La famosa es la mejor –dice Lucas–, no me conforman con menos.”
“Te quiero”, grita Juanes a la salida del Conrad. La destinataria es múltiple, pero Jéssica, una porteña de vincha y bandera que dicen “Juanes”, se hace cargo de la gentileza. Igualmente, la regla es la distancia prudencial, excepto en el momento dorado de estas vacaciones. Será esta misma tarde cuando caiga el sol en la playa Master Beach –siempre nombradas con ese air sajón que prestigia a cualquier arena–, allí donde se despliega la demagogia del famoso. Este atardecer Ginette Reynal ya no presentará noticias en Contalo, contalo, sino que servirá champán francés a la modelo y la señora gorda.
Ahora, cuando se anulan las jerarquías, los pibes de Hurlingham no se conforman con la manito levantada tipo reina de belleza de la Neumann, y le exigen el chupón: “Dale, dale...”, con la vehemencia patoteril que habilita su fama. Esta vez, el infiltrado se cuela entre los brindis y cultiva poses que memorizó en la vidriera de Gente y de Caras: vaso en mano, sonrisa picarona, mirada a cámara, aunque no haya cámara a la vista. Es el oasis del “evento”, ese paraíso del figuretti que recorren cada verano los chimenteros para registrar romances y duelos. Aquí el cholulo no se priva de nada: pasa el dedo por el borde del vaso de Sofía Zámolo (lleno de rouge), tira el elogio a Dady Brieva, y recibe la indiferencia de Nicole, siempre la menos gamba. Tanta sonrisa de modelos de segunda línea genera fantasías de levante. “¿Tu teléfono?”, pide el Negro, un cumbiero que veranea en Punta, a Rocío, lolita de 15 del staff de la FTV Beach. La reciente captura de pedófilos –en Camboriú– no desanima al grandulón: “¿Qué menores de edad, eh, decime, dónde? –a los gritos, realmente enojado–; estas guasas se mueven como perras.” A su lado, el RR.PP. del lugar intuye que la causa está perdida. “Punta del Este... –murmura, abismado– ya no es lo que era.”