ESPECTáCULOS › ¿PUEDE GANAR MAÑANA UN OSCAR LA PELICULA “EL HIJO DE LA NOVIA”?

En algo nos tendría que ir bien

El film de Juan José Campanella, que ayer se estrenó en Estados Unidos, parece tener en la francesa “Amélie” su principal competidor. He aquí un paseo por la relación de los Oscar con el cine argentino.

 Por Fernando D´addario

El hijo de la novia intentará atrapar mañana ese pequeño porcentaje de gloria que Hollywood le asigna a la “Mejor Película hablada en idioma extranjero”. Una gloria que se agigantaría de este lado del mundo, como reflejo inmediato de la baja autoestima extendida en estas tierras. El film de Juan José Campanella cotejará sus méritos ante un tribunal inescrutable y poco proclive a la lógica: la Academia de Hollywood. Sin embargo, más allá de las subjetividades, allá y acá se sabe que no hay carta de legitimación más preciada que una estatuilla en la vitrina. La pregunta obligada es, entonces: ¿podrá?
Ojalá hubiese un método científico para interpretar los humores que animan a los “Miembros de la Academia”, esa abstracción corporativa que (al menos desde afuera) se intuye deshumanizada y permeable a los intereses económicos. Pero no existe tal método. Solo el azar permitirá refrendar las virtudes premonitorias de quienes hayan apostado a favor o en contra de El hijo.... Mientras tanto, se puede apelar a un puñado de lugares comunes, apoyados precariamente en una instancia superior, que no siempre sienta jurisprudencia en estos temas: la historia del Oscar y sus circunstancias. La representante argentina tiene algo a favor. No es la favorita. Ese lugar es para Amélie, cuyo triunfo anticipado por todos (especialmente por el lobby que viene haciendo su distribuidora en los Estados Unidos, Miramax) podría ser un boomerang.
A las otras tres nominadas no tiene nada que envidiarles, en principio. Tanto Lagaan (India) como Tierra de nadie (Bosnia Herzegovina) son enviadas del tercer mundo. La película india es una entretenida superproducción de “Bollywood” (como llaman a la desarrolladísima industria cinematográfica de Bombay), sin –dicen– mayores pretensiones. Tierra de nadie, en cambio, llega respaldada por su buena performance en los festivales europeos y será –para algunos– la rival a vencer. Una cuestión medular, de todos modos, atraviesa el juego de especulaciones que caducarán mañana: ¿Están allí los mejores films, los que son para Hollywood, o los que llegan del lugar indicado en el momento justo? En este terreno, las certezas se evaporan aún con mayor facilidad.
Aproximaciones: El hijo...tiene cualidades argumentales para agradar a los votantes, siempre sensibles a las historias que incluyen enfermedades terribles y recomposiciones familiares. Pero además, Argentina hoy, con su realidad de caos económico y descomposición social, es en sí mismo un país candidato a llevarse el Oscar, en sintonía con el modo en que la poderosa industria cinematográfica del país más poderoso del mundo ejerce su geopolítica del entretenimiento. Siempre tiene a mano premios consuelo para compensar (tarea difícil) los desequilibrios que ayuda a generar.
Lamentablemente El hijo... debe competir con una película de Bosnia, que es un hueso duro de roer en el rubro “desgracias nacionales”. El único Oscar que acredita la Argentina, correspondiente a La historia oficial, fue consecuente con esta lógica. En el premio a la película de Luis Puenzo debe medirse, además de su valor artístico, la resonancia de un tema delicado (los desaparecidos durante la dictadura) y el incentivo a un país que acababa de recuperar la democracia. También La tregua (1974, Sergio Renán) fue nominada en un período difícil, a la salida (o a la entrada) de un proceso dictatorial.
En general, Argentina mostró estrategias oscilantes para acercarse al Oscar. En los 80 privilegió, en consonancia con los tiempos culturales que se vivían aquí (que no precisamente coincidían con los tiempos culturales de Hollywood), temas de fuerte contenido social y/o político. Camila, de María Luisa Bemberg, representó al país en la edición previa a la consagración de La historia oficial. Resultó nominada pero resignó el premio principal a manos de la suiza Dangerous Moves, dirigida por Richard Dembo. Esta postergación terminó favoreciendo a la película de Puenzo, así como los festejos de La historia oficial perjudicaron a la representante argentina de 1987, Tangos (El exilio de Gardel), de Pino Solanas. Fue una época en que Hollywood distinguió otros perfiles argumentales, siempre en su propia nebulosa ideológica: de La fiesta de Babette (Gabriel Axel, Dinamarca) a Cinema paradiso (Giuseppe Tornatore, Italia), por ejemplo.
Así, intermitente, deambuló el cine argentino en los 90, mientras Hollywood empezaba a definir, también en términos políticos, su particular sistema de premios y castigos. Leonardo Favio retiró la candidatura de su notable Gatica el Mono. Ocurrió el papelón de que Un lugar en el mundo fuera descalificada a último momento, tras haber sido inscripta como representante de Uruguay. De todos modos, más deben haber sufrido en 1992 Akira Kurosawa y Pedro Almodóvar cuando comprobaron que Rapsodia en agosto y Tacones Lejanos no lograban doblegar a Mediterráneo, una comedia ligera antifascista.
También es cierto que Hollywood fue perdiendo, entre otras cosas que se llevó el tiempo, rigor artístico en sus condecoraciones. La Academia que distinguió a Federico Fellini, Ingmar Bergman, el mismo Kurosawa y Luis Buñuel, entre otros grandes (aunque le negó el Oscar al Mejor Director a Orson Welles por El ciudadano), pareció consagrar en los últimos años no tanto la riqueza cinematográfica que debía juzgar, sino su propia mirada sobre la sociedad y el mundo. Así, acumuló millas de corrección política cuando premió al ruso Nikita Mijalkov (en 1995, ya consolidada la desintegración soviética) por Sol ardiente o al film Memorias de Antonia (1996, de Marleen Gorris), que esbozaba un feminismo “digerible”. Entre la corrección, el autismo y el disparate, Argentina envió películas como Tango (tan poco porteña como el español Carlos Saura) y Manuelita. Todas rebotaron. Tampoco llegó el año pasado Felicidades, un hermoso y pequeño film, que de haber competido habría sido devorado por El tigre y el dragón. En 2001, Holly-wood tensó al máximo su precario concepto de mundialización, favoreciendo, a través del tigre asiático, su costado más redituable. El espíritu magnánimo de la Academia quizás repare, esta vez, en una buena película de un país incendiado.
Producción: Oscar Ranzani.

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Héctor Alterio y Ricardo Darín brindan en “El hijo de la novia”.
 
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