ESPECTáCULOS › LA PELICULA ARGENTINA DEBIO RESIGNARSE ANTE EL FILM BOSNIO “TIERRA DE NADIE”
“El hijo de la novia” no pudo con el Oscar
Todo quedó en una expresión de deseos: finalmente, la Academia consagró a la bosnia “No man's land”, sepultando las ilusiones del equipo argentino. Al cierre de esta edición, los premios se repartían de manera balanceada, y se esperaban los rubros centrales.
Habían pasado ya más de tres horas desde el comienzo de la ceremonia cuando, a la 1.40 de la madrugada (hora Argentina), Sharon Stone y John Travolta anunciaron que el Oscar a la mejor película extranjera era para... Tierra de nadie, el film bosnio dirigido por Danis Tanovic. Así quedaron relegadas las esperanzas de El hijo de la novia, la película argentina dirigida por Juan José Campanella y protagonizada por Ricardo Darín, Norma Aleandro y Héctor Alterio, que intentaba repetir el triunfo en Hollywood de La historia oficial, en 1986. Tierra de nadie se impuso también a la que parecía la favorita de la noche, Amélie, de Jean–Pierre Jeunet, el más grande éxito de boletería de toda la historia del cine francés. Al cierre de esta edición, no se habían entregado todavía los premios principales y las estatuillas estaban repartidas (ver aparte) entre Una mente brillante y El señor de los anillos.
El show había empezado puntualmente (a las 22.30 hora argentina) con toda la platea del flamante Kodak Theatre –desde Russell Crowe y Ethan Hawke hasta Nicole Kidman y Sissy Spacek– aplaudiéndose a sí misma. Cuando todos esperaban la aparición de la maestra de ceremonias, Whoopi Goldberg, quien surgió en cambio en el escenario fue Tom Cruise. Con el gesto ceñudo, como quien tiene alguien importante que decir, empezó a contar su primera experiencia como espectador de cine y se preguntó, retóricamente: “¿Deberíamos seguir celebrando la alegría y la magia del cine?” A lo que inmediatamente se respondió: “Sí, por supuesto, porque esa es la magia que nos une”. A la nueva, previsible salva de aplausos le siguió un compilado de imágenes de ricos y famosos –desde Donald Trump hasta Jack Valenti, pasando por Lou Reed e Iggy Pop– hablando de sus películas favoritas. Cuando a los pocos minutos el recurso se tornaba aburrido, apareció finalmente Whoopi Goldberg. Cubierta de plumas y trepada a un trapecio como Nicole Kidman en Moulin Rouge, bajó en medio de la platea y afirmó: “¡Yo soy la Bestia salvaje original!”, en alusión al film protagonizado por Ben Kingsley.
A partir de entonces, se sucedieron chistes sobre la campaña sucia que vivió Hollywood en los últimos días (“Se tiró tanto barro que todos quedaron negros”, dijo Whoopi mientras la cámara mostraba la sonrisa forzada de Denzel Washington) y sobre los exagerados controles de seguridad en el ingreso a la ceremonia. “Antes de subir al trapecio pregunté si habían tomado medidas de seguridad”, contó Whoopi. “Sí, Billy Crystal, me contestaron”.
La referencia al comediante, antecesor de Goldberg en su tarea, fue quizás el mejor chiste en el comienzo de una noche particularmente sombría, donde planeó siempre el ominoso recuerdo del 11 de septiembre, como cuando el presidente de la Academia de Hollywood se refirió “a los enemigos internos y externos de la nación”. El primer premio de la ceremonia no ayudó a levantar demasiado los ánimos. Un desganado Benicio del Toro fue el encargado de anunciar que Jennifer Connelly había ganado el premio a la mejor actriz de reparto y lo dijo con tan poco entusiasmo que hasta la propia interesada subió al escenario como si entrara a un velorio y se refirió a su personaje como “una adalid del amor”.
Cuando todo parecía sumirse en la más crasa melancolía, la Academia se permitió quizás la mayor sorpresa, el mejor golpe de efecto de los últimos veinticinco años. Sobre el escenario apareció, por primera vez, Woody Allen, que nunca antes se había rendido a la ceremonia del Oscar, ni siquiera cuando en 1977 Dos extraños amantes ganó la estatuilla a la mejor película y él al mejor director. “Hace cuatro semanas me llamaron por teléfono de la Academia y pensé que querían que les devolviera las estatuillas”, chicaneó a la platea, con su experiencia de stand-up comedian. Después, pulla va, pulla viene (“También pensé que querían darme un premio humanitario, porque el otro día le di 50 centavos a un homeless”), Woody aclaró el motivo de su presencia. Estaba allí para presentar un homenaje a su ciudad, Nueva York, “después de los terribles hechos que nos conmovieron”. Se vio entonces un ingenioso montaje preparado por Nora Ephron, que incluía escenas de los films más famosos rodados en la Gran Manzana.
Otra novedad de la noche (aunque esta vez anunciada) fue el premio a la mejor película de animación. Hacía mucho que la gente del ramo pedía una categoría propia y este año se les dio. En la competencia entre Monsters Inc., Jimmy Neutron y Shrek –con todos los personajes en la platea, gracias a la animación digital– se impuso finalmente la producción de Dreamworks Shrek. Mejor actor secundario, a su vez, fue elegido Jim Broadbent por Iris, aún no estrenada en Argentina, poco antes de que el Cirque du Soleil entregara un show espectacular dedicado a los efectos especiales. Denzel Washington le rindió un largo tributo a Sidney Poitier, “el primer actor afroamericano que no fue relegado a papeles secundarios”. Recibido con toda la platea aplaudiendo de pie y una ovación que parecía no terminar, Poitier habló de sus comienzos, “cuando las posibilidades de que estuviera aquí esta noche, 53 años después, parecía imposible. Sin embargo, aquí estoy al final de un viaje que en 1949 era impensable”.