ESPECTáCULOS
› OPINION
Cacatúas y Gardeles
› Por Eduardo Fabregat
Toda entrega de premios tiene algo de payasada. El deslumbramiento por los ritos glamorosos del Primer Mundo situó en aparentes escalones superiores al Oscar, el Grammy o los Brits, pero al cabo en la premiación de obras artísticas, en reducciones del estilo “Mejor artista nuevo de rock” (obsérvense todos los parámetros que condicionan el asunto a “juzgar”: mejor, nuevo, rock), hay una artificialidad que convierte al asunto en un juego, un prode, la tómbola de las estatuillas.
Entonces, frente al intercambio de opiniones que aparece entre los integrantes del medio cada vez que se entregan los Gardel, puede decirse: sí, los Gardel son poco serios. Y también: como cualquier otro premio, incluyendo a los que se entregan en Los Angeles y mueven montañas de dólares. En la sexta edición, la Cámara de la industria discográfica (Capif) dejó fuera del proceso de votación a los cuadros ejecutivos del sector, concentrándose en músicos, productores, periodistas, diseñadores, musicalizadores, etcétera. Y el efecto no fue tan mínimo: no es casual que productos como los de Operación triunfo se hayan ido con las manos vacías, o que Bandana perdiera frente a La Portuaria como “Grupo pop”, un tiro justiciero para la constancia del grupo de Diego Frenkel. Y eso, por dar un solo ejemplo, sitúa a los Gardel –en el vano ranking de “seriedad”– por encima de los American Music Awards, ceremonia estadounidense en la que sólo ganan los que más venden, con todo lo que eso implica.
Se puede ironizar sobre los fastos de alfombra roja y la clonación de recursos visuales, verbales y organizativos propios de un MTV Music Awards o lo que sea. Pero, al cabo, ¿por qué no jugar el juego hasta el final? Aun la “rareza” de que Gieco le ganara a Spinetta y Charly como “Artista de rock” encuentra su justificación en la misma esencia de León, que arrancó el año actuando en los dos Cosquines, sin conflicto y sin que nadie se tirara de las mechas. Sin olvidar que más de un periodista especializado, más de un formador de opinión que tuerce la boca con desdén frente a los Gardel, puede ser visto babeándose ante revistas, programas o sitios web internacionales que rinden culto a la misma lógica industrial que rige a los premios, a cualquier premio.
Por último: los Gardel no le cambian la vida a nadie. No se la cambian, sobre todo, a Babasónicos, que pelean con lo suyo desde comienzos de los ‘90, y si viven un momento de gloria es por sus propios méritos y no por los Zorzales metálicos acumulados. Pasada la fiesta, todo está como era entonces. Pero por lo menos no hay que resignarse a que cualquier cacatúa sueñe con la pinta de Carlitos.