Sáb 03.04.2004

ESPECTáCULOS  › TOMAS LIPAN ACTUA ESTA NOCHE EN BUENOS AIRES

“La música llega más lejos”

Tomás Lipán es una de las voces más importantes del país. Y hoy presenta el espectáculo Desde Jujuy... amor y albahaca, en el teatro ND Ateneo. Junto a él estará, como invitado, Fortunato Ramos.

› Por Karina Micheletto

Tras una sobredosis de lechones, cocinados de diversas maneras, Tomás Lipán dice que se siente “un poquito mal del estómago”. Y que lo único que puede calmar su dolencia es un vaso de vino blanco, bien frío. “Tomo un trago y es como una anestesia: quietita queda la tripa...”, explica con tono didáctico. Llegó desde San Salvador de Jujuy para presentar el espectáculo Desde Jujuy... amor y albahaca, en el que tendrá como invitado especial a Fortunato Ramos. Será hoy a las 21 en el teatro ND Ateneo y allí mostrará, adelanta, “la música, el canto, un poquito de la danza de la Quebrada y la Puna del norte argentino, y también música de los valles, alguna baguala y algún clásico como Piedra y camino”. Será un repertorio especialmente seleccionado para la ocasión, en el que habrá clima de Carnaval pero también hondos lamentos de coplas y suspiros, guiados por la potente y personalísima voz de barítono de Lipán.
Durante veinte años, Lipán fue vocalista del conjunto de Jaime Torres, con el que recorrió el mundo. Sus primeros trabajos solistas, El canto de Purmamarca volumen I y II, sólo grabados en casetes que hoy son inhallables, se reeditarán próximamente en CDs. En Amor y albahaca, Lipán popularizó el tema con el que en la actualidad se identifican muchos habitantes de la Quebrada, Jujuy mujer (ese que dice “volveré a Jujuy engualichao”...). Y en su último disco, Cautivo de amor, retrata con fidelidad el universo musical andino de carnavalitos, huaynos y takiraris, caja o erquenche en mano, o soplando sikus y anatas. Lipán tiene un público fiel en Buenos Aires que lo sigue en peñas o en grandes teatros, algo que pocos representantes de la música de la Puna consiguieron, porque no se lo propusieron o porque no se dieron las condiciones.
Tomás no es Lipán en su documento sino Ríos. Tomó el apellido de la cuesta y el cerro que aparecen camino a Humahuaca, a cuyo pie se levanta un caserío que lleva el mismo nombre, donde nació su padre, su abuelo y los abuelos de su abuelo. Más que un nombre artístico es un “homenaje ancestral” a su ascendencia aymara, explica él. Como casi todos los músicos de la Quebrada, Lipán aprendió a hacer música escuchando aquella que sonaba a su alrededor. “Mi única formación ha sido tocar siempre en todos los acontecimientos de Chalala, mi comarca. En los pesebres tocaba la quena; en carnavales, el bandoneón para que la gente bailara, y para las fiestas patronales y las peregrinaciones a la virgen de Punta Corral integraba las bandas de sikuris”, explica el músico. “Mi primer trabajo fue el de llamar con un tambor para las fiestas patronales. Tendría 6, 7 años, y ayudaba a mi mamá a pastorear las cabras. Venía una vecina y le decía a mi madre: ‘Eduvigia, prestame tu chango pa’ que venga a tocar el tambor’. Y me pagaba con sopa. Rica sopa”.
–¿Por qué cree que hay tantos buenos músicos jujeños que, como usted, nunca pasaron por una academia?
–Supongo que por una necesidad. Uno está solo en el medio de la Puna y busca acompañarse con un instrumento. Y si no tiene, se lo fabrica: con un asta de animal y una cañita sale un erquencho; con una tablita redondeada y dos cueros, o un cuero y una panza de vaca, para que suene más lindo, sale una caja. De nueve hermanos que éramos, todos salimos músicos. Y todos los instrumentos que teníamos los hacíamos nosotros, menos una guitarrita que había en casa. Aprovechábamos para tocar la guitarra cuando papá se iba, porque a él no le gustaba. Nos sacaba volando y nos mandaba a trabajar. Pero para nosotros era una necesidad: la única música que teníamos era la que hacíamos nosotros.
–¿Siente que hay quienes escuchan su música como un producto exótico?
–No, para nada. Como todo lo que se hace con sinceridad, amor y respeto, la música conmueve a todos. Hay historias increíbles, y yo he llegado a llorar con cosas que me pasaron. Una vez me presentaron a un muchacho francés. El hablaba y me traducían lo que decía: que por casualidad escuchó un cassette mío, que estaba en un momento muy malo de su vida y que hubo algo en mi música que lo cambió. Aunque no entendía loque decían las letras, le llegaba de una forma especial. ¿Puede creer que el changuito armó el viaje a la Argentina sólo para venir a conocerme? Ese tipo de cosas me conmueven hasta las lágrimas.
–¿Es decir que la música tiene el poder de curar, de cambiar vidas?
–Yo no sé si es así en todos los casos, pero que pasan cosas importantes, no lo dude. Las cantidad de madres que me han dicho: “Mi hijito no se duerme si no escucha sus discos”. O: “A mi hijo adolescente nunca le gustó el folklore, pero a usted sí que lo escucha”. Por eso a veces empiezo a cantar y el tema me lleva a recordar este tipo de cosas, y cuando me doy cuenta, estoy llorando. Uno se da cuenta de que lo que hace tiene repercusiones que a veces no maneja.
–¿Siempre que canta siente esta responsabilidad?
–No es una responsabilidad, es algo que pasa solo. Por eso no se puede cantar lo que no se siente. Porque uno no puede dictarle a la música adónde quiere que llegue. La música llega solita, y siempre más lejos de lo que uno imagina.

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