ESPECTáCULOS
› “MAS ALLA DE LAS FRONTERAS”, CON ANGELINA JOLIE
Haciendo el bien sin mirar a quién
› Por Martín Pérez
Si hay una película fácil de ridiculizar, es este mamotreto pseudo romántico y aventurero protagonizado por una Angelina Jolie devenida en burguesa súbitamente convertida a la causa humanitaria. Con un amor fulminante por un avasallador “médico sin fronteras”, su recién casada Sarah Jordan dejará la fiesta de un gélido Londres para paliar su conciencia culpable en la hambruna de Somalía y hacerle ojitos in situ al irresistible Dr. Nick Callahan. Un galán tan pero tan duro que le hará saber desde el principio que una mujer como ella no debería estar allí. Y siempre estuvo claro desde el comienzo que los labios en cinemascope de la Jolie también tienen muy poco que hacer en semejante película.
La gira humanitaria y tercermundista del trágico amor de Sarah y Nick seguirá, con intervalos de más o menos un lustro, por Camboya y Chechenia. El matrimonio de Sarah con el hijo de un potentado sufrirá, aparentemente, porque a la pareja ya no le va tan bien, económicamente hablando. Sus labores humanitarias la acercarán nuevamente hacia un doctor cada vez menos intachable, reclutado por la CIA para poder seguir salvando gente a su manera. Aunque a Sarah esto no le importa, así como la realidad política de cada conflicto no parece importarle demasiado a la película. Ahora que el personaje de Jolie no tiene un matrimonio tan intachable, no hay candidez que valga, y Nick será en su vida –¡por fin!– algo más que un amor platónico. Poco importa también que el doctor no sea tan impoluto. Lo único que tiene sentido es que el forzado romance siga su curso, y su gira.
Con más buenas intenciones que logros concretos, Más allá... podría pretender ser una versión adulta y concientizada de las películas de Lara Croft. Aquí la Jolie gira por el mundo, cada vez más amazona y dueña de sí misma en tanto más independiente de su lugar en el mundo burgués. Pero su supuesta preocupación por los desclasados no hace más que ofender el auténtico sufrimiento de aquellos a los que pretende defender. Una ofensa que logra, en primera instancia, la burda presencia de un niño cuidadosamente subalimentado vía CGI en el capítulo somalí de la historia. Un monstruo animado artificialmente para despertar conciencias, digno del confuso y artificioso melodrama en el que habita.