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Bloopers

Por Beatriz Sarlo

La Argentina es un país raro. El secretario de Cultura piensa, aristocráticamente, que para los pobres todo lo que no sea una respuesta directa a sus necesidades es un lujo innecesario. El jefe de Gabinete opina como si no hubiera tenido tiempo para leer la última Memoria del Fondo Nacional de las Artes y pasa por alto que, durante años, el Fondo ha distribuido subsidios para libros y películas de jóvenes que, precisamente, no se verían atendidos del mismo modo por el mercado. Para coronar, insulta a su directorio afirmando que hizo “mecenazgo privado”.
Como si no pudiera quedarse callado, improvisa un ligero discurso sobre el underground y la vanguardia, que muestra su lejanía de una cuestión que no tiene obligación de conocer y sobre la cual podría no hablar. Sobre la crisis de las vanguardias hay bibliotecas de escritos. Hasta el momento, Fernández vivía feliz sin esa palabra y le garantizo que puede seguir haciéndolo.
Ningún funcionario del Gobierno se permitiría un conjunto de simplezas de tal calibre si estuviera hablando de economía. Pero la cultura es un caballo cimarrón y cualquiera piensa que puede enlazarlo, incluso si nunca tuvo un lazo en la mano. A la cultura se la puede descalificar de modo insensato, como hizo Di Tella, o se la puede cortejar sin saber hacerlo, como hizo Alberto Fernández.
Nadie esperaba que Nacha Guevara supiera definir qué es el hipotético underground, que hoy la mayoría designa “alternativo” o “independiente” (a la pregunta respondió que, si se lo llama underground es, por ahora, invisible). Aunque lo que sí podría criticarse es su nombramiento como directora del Fondo Nacional de las Artes. Tampoco se le puede reprochar a ella que no tuviera vacilaciones en aceptarlo; más grave es que se lo hayan ofrecido. Y como si a esto le faltara un detalle, en el mismo acto en que lo acepta afirma que no abandonará sus compromisos artísticos, un pésimo hábito en el que va a imitar a otros, rompiendo con la idea de que la función pública es de tiempo completo.
Frente a estos bloopers, sorprende positivamente que la Biblioteca Nacional haya encontrado una salida digna a su crisis. Igualmente satisfactoria fue la reposición de los programas de Cristina Mucci y Osvaldo Quiroga en Canal 7. Pero la extravagancia, en ese caso, fue que el funcionario de menor rango no sirviera de amortiguador de conflictos al funcionario de rango superior. Ana de Skalon sigue en el canal, mientras que Alberto Fernández, jefe de Gabinete, tuvo que salir a pedir disculpas.
Un ministro cubre los errores de un Presidente, no los de un gerente de programación. Que Ana de Skalon no haya renunciado es uno de los entretenidos rasgos argentinos.
Este enroque inédito muestra que Canal 7 es una máquina en desorden y lo seguirá siendo hasta que no se legisle sobre los medios de comunicación públicos, hasta que no se los saque del área del Poder Ejecutivo y se les dé una independencia de funcionamiento que los libere de amigos y enemigos de Balcarce 50. Tiene poco destino un debate sobre cómo debe ser la programación de Canal 7, si su forma de gobierno es el primer obstáculo para esa discusión. En el mundo hay bastante hecho, escrito y practicado sobre medios públicos. Fernández podría, si tanto le interesa el underground, sacar esas experiencias del subsuelo de desconocimiento en el que están enterradas.

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