ESPECTáCULOS
› UNA RENOVADA GENERACION DE MUSICOS BRASILEÑOS SEDUCE A LOS ARGENTINOS
La vida después de Caetano y Chico Buarque
Sin renegar de las estrellas históricas, la camada de Calcanhotto, Bebel Gilberto, Ed Motta y Paulinho Moska, entre otros, coincide en la búsqueda de nuevos sonidos e influencias.
› Por Esteban Pintos
En ocasión de su segunda visita a Buenos Aires en septiembre de este año, el venerable Tom Zé se quedó pensando un buen rato para poder explicar por qué, luego de 30 años de tumultuosa pero vívida existencia en la música popular brasileña, recién había llegado a la Argentina por primera vez en 2002. El ejemplo sirve para retratar el vacío de conexión musical entre los gigantes de Sudamérica, vecinos desconfiados a veces, adversarios casi siempre que se trate de cuestiones deportivas (y comerciales, a juzgar por las últimas discusiones diplomáticas en torno del precio de zapatos y electrodomésticos). Desde hace dos años, sin embargo, esa tendencia parece revertirse. Está claro que la corriente de afecto porteña por iconos como Vinicius, Caetano Veloso, Joao Gilberto y Maria Bethania, entre otros, siempre estuvo viva y goza de muy buena salud, pero la llegada de otros músicos brasileños se reducía a esporádicas y casi siempre no muy masivas presentaciones.
En diálogo con Página/12, Paulinho Moska –quien fue introducido aquí el mes pasado por Jorge Drexler, en una vibrante aparición en el Teatro Gran Rex– mencionó el detalle de la temporalidad. “En los ochenta, la mayoría de los grupos de rock brasileños –salvo la excepción de Paralamas, creo– estaba mirando para Inglaterra y Estados Unidos, no se interesaban en América latina. Por eso no venían... La mayoría de quienes estamos llegando ahora somos artistas que aparecimos en los noventa y tuvimos tiempo y posibilidades de crecer de a poco. Pero pasaron veinte años, exactamente el espacio vacío entre Caetano, Gil, Chico y nosotros.”
En reciprocidad, los artistas argentinos tampoco han estado nunca muy interesados en Brasil, en buena medida porque el país vecino tiene mucho y bueno como para autoabastecerse con su música. Casi nunca, además, las filiales en ambos países de las compañías multinacionales se interesaron en desarrollar sus productos. El crítico musical Antônio Carlos Miguel, del diario O Globo, uno de los más importantes de Brasil, cita esta razón como la más importante para explicar el silencio de ambos lados (ver opinión). Ahora, desde allí y hacia aquí, las cosas parecen cambiar: en este último año llegaron a Buenos Aires Ed Motta (dos veces), Adriana Calcanhotto y Bebel Gilberto –desde Nueva York, donde reside–, este fin de semana se presenta Paulinho Moska (ver entrevista) y para diciembre se anuncia la llegada de Otto, representante del movimiento originado en el nordeste brasileño. Los nuevos discos de estos artistas, además de los de Fernanda Porto y Maria Rita, a los que se podría sumar también a los recientes visitantes Tom Zé y Arnaldo Antunes (de otras generaciones, cada uno), fueron publicados en Argentina. Un poco antes de esta pequeña avalancha de lanzamientos, el disco Tribalistas –exitoso proyecto tripartito de Marisa Monte, Antunes y Carlinhos Brown– tuvo su lugar de difusión y cierta popularidad, abonando el camino para aquello que realmente es nuevo. En varios de estos casos, debe mencionarse, se trata de la avanzada del influyente sello discográfico independiente Trama, que desembarcó en Argentina a través de la pequeña compañía local Ultrapop.
Un probable denominador común entre estos artistas, que vienen desde distintas zonas de un inmenso territorio –con sus idiosincrasias y ritmos madre a cuestas– y que proyectan sobre diversos estilos de interpretación, instrumentación e identidad sonora, es la búsqueda de un nuevo sonido. Que integra texturas electrónicas, en la mayoría de los casos, al sello propio de la tradición musical de una vastísima producción del siglo XX cuyos ejes pasaron por el samba, bossa nova, tropicalismo y aquello que generalmente se denomina MPB (Música Popular Brasileña), desde donde partir en diferentes direcciones. Un breve repaso por cada uno de ellos arroja un poco más luz para entenderlo.
Bebel Gilberto desde el Primer Mundo, y con la dirección musical del yugoslavo Suba –compositor de música clásica devenido parte de la moderna escena paulista, fallecido en un trágico accidente hogareño–, patentó su lectura de la bossa nova y otros ritmos tradicionales revestidos de un sonido actual y propio de clubes (y discotecas, a través del excelente Tanto tempo remixes). Fernanda Porto, también de formación en la música erudita contemporánea, fue más allá y utilizó el drum’n’bass como nervio motor de sus canciones (ritmos quebrados bajo guitarras acústicas). Otto, ex integrante de Naçao Zumbi y Mundo Livre SA –dos bandas fundamentales en la renovación sonora de los ’90 que vino del Nordeste y se dio a conocer como mangue bit–, llevó adelante su propia versión de una música emimentemente folklórica en sus raíces, pero ambientada en el siglo XXI de Internet, satélites y computadoras.
A miles de kilómetros de aquella zona que cuenta con algunos de los estados más pobres de Brasil, increíbles playas y una población mayoritariamente negra (aquello es Africa en Brasil, Sudamérica), en Porto Alegre, Rio Grande do Sul, creció Adriana Calcanhotto. Dueña de una voz y una cosmovisión particular para entender la música, y desde allí el arte, esta mujer se hizo notar con sus leves canciones de amor y desamparo. Su último disco como Adriana, Cantada, significó un giro en su carrera hacia un tipo de pop electrónico de suaves melodías. Corriéndose de la modernidad y camino a un tradicionalismo aggiornado, apareció Maria Rita. Y más allá, más cerca del soul y el funk, Ed Motta patentó su propia lectura de la música bailable. Así quedó demostrado en su reciente doblete en La Trastienda, a juzgar por la entusiasta respuesta de un público ávido de superar el recelo mutuo, propio de vecinos que se miran de reojo a través de la medianera.
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