ESPECTáCULOS › BLADE: TRINITY, TERCERA PARTE DE UNA OSCURA SAGA DE VAMPIROS
Unos colmillos con muy poco filo
Wesley Snipes vuelve a meterse en la piel del cazador de vampiros, pero el film es el más flojo de toda la serie.
Por Martín Pérez
Mitad hombre y mitad vampiro. Eso es Blade, un héroe que reniega de su herencia de monstruo. Resistiendo la sed de sangre que viene de su ascendencia de no-muerto y con la ventaja de poder caminar a la luz del día como cualquier humano, Blade es un enemigo implacable contra quienes se alimentan de sangre humana, un luchador solitario en la periferia de una sociedad que reniega de la existencia de un depredador muy bien organizado como lo es la comunidad de los vampiros. Pero, a la vez, no deja de ser un monstruo en sí mismo, ni hombre ni vampiro, fuera de cualquier sociedad. Esa es la historia que cuenta la saga de Blade, tal vez la adaptación del comic al cine de perfil más de culto de estos últimos años tan plagados de semejantes proyectos, pero muchos de ellos realmente exitosos y masivos, como es el caso de otros superhéroes marca Marvel como X-Men y El hombre araña.
Con Wesley Snipes nuevamente en el papel de Blade y Kris Kristofferson otra vez como su mentor, socio y protector, este tercer Blade resulta ser el más flojo de la saga, una conclusión potenciada quizá por el muy buen trabajo realizado por Guillermo del Toro (que dejó Blade para dedicarse a Hellboy) en la anterior entrega. Todo aquel aliento trágico deviene aquí en ironía gore, al contar una historia en la que una pseudo-multinacional de vampiros revive al Drácula original para ganar la lucha contra Blade, su gran enemigo. Y lo van a buscar, en un guiño cretino extremo, nada menos que a Medio Oriente. “La cuna de la civilización”, afirma la inflamable Parker Posey, que encarna aquí a una líder de colmillos largos que merecería ser la hija de Screamin’ Jay Hawkins, lista para encabezar el reparto de una remake heroinómana y musicalizada con el mejor psychobilly de La noche de los muertos vivos. Lástima que el Drácula al que ha ido a rescatar, pese a una presentación más que interesante, termine siendo el Amo de las Tinieblas menos carismático –y menos oscuro, incluso– que haya dado el séptimo arte.
La novedad en esta tercera parte de Blade es que David S. Goyer, el guionista de las dos películas anteriores, ha sido ascendido a director. Y tal vez sea esa la razón por la cual esta sea una película donde las partes son mayores que el todo. Hay una preeminencia de escenas redondas por sí solas, algunas de ellas casi viñetas con ánimo de cortometraje (como la visita de Drácula a un local que vende parafernalia de vampiros), y otras habitadas por una sucesión interminable de diálogos ingeniosos que terminan siendo sencillamente autocomplacientes. Incluso, pese a que el guionista está a cargo, no adquieren mayor énfasis los subtextos de la trama, las discusiones sobre el mestizaje de Blade o la preeminencia de tal o cual especie, todas cuestiones que remiten a los problemas raciales. Al contrario: las escenas de acción se suceden, vacías de contenido, mientras la película parece ir diluyéndose en sí misma. Como si Goyer hubiese intentado disimular su condición de guionista para poder ser director.
Como tercera parte de la saga, y tal como su título lo indica, Blade: Trinity presenta posibles compañeros futuros del luchador solitario. Uno de ellos es la hermosa y letal Jesica Biel en el papel de Abigail, que por supuesto se dará la obligatoria ducha en cámara que cualquier belleza femenina debe darse en un film orientado hacia un público hambriento de sangre, supuestamente masculino. Y el otro es Ryan Reynolds como el carismático Hannibal King, el clásico coequiper del héroe principal, siempre con una respuesta irónica en la punta de la lengua, y capaz de dejar escapar toda clase de chispas en cada uno de sus encuentros con el personaje de Parker Posey. Esta es la trinidad que bautiza esta nueva entrega de Blade, una saga exitosa que en esta tercera parte se banaliza, dejando de lado la épica y recurriendo más a los guiños del género, en manos de un guionista leal a sus personajes pero al que parece faltarle cine, incluso de vampiros.