ESPECTáCULOS
› UNAS SEIS MIL PERSONAS DISFRUTARON DEL FESTIVAL CAMPO KONEX
Tres días de música y naturaleza
Charly García fue el gran protagonista de este encuentro atípico en Carlos Keen, que tuvo rocanrol y espíritu ecológico.
› Por Mariano Blejman
“Pichicato... Me gusta el pichicato... Me gusta la pichicata, uy, no. A ver si me pasa lo de Andrés... Qué linda noche para chuparse una pija”, fueron las elocuentes palabras de Charly García, cuando promediaba la mitad del nuevamente demorado show del bigote bicolor, en más que obvia alusión al proceso judicial que tiene en la mira al autor de Honestidad brutal. Charly volvió a darse el lujo de llegar tres horas y media tarde a su propio show. Pero no sólo eso: acusó a Jorge Rial y Mauro Viale de ser unos “repelotudos” y “los culpables de lo de Cromañón”, escupió a su público con ese espíritu punk adolescente de niño malo, y dio un animado recital de casi dos horas y media con un repertorio de 36 canciones (“es que no tengo repertorio”, ironizó). Terminó casi a las cinco de la mañana. Lo pudo disfrutar un 70 por ciento de público de las seis mil personas que llegaron hasta la localidad de Carlos Keen, donde se realizó el Festival Campo Konex. Un día antes había tenido a Vicentico, y ayer sobre el cierre de esta edición Luis Alberto Spinetta daba su toque magistral a los tres días de música y naturaleza. El 30 por ciento restante se fue: unas dos mil personas se retiraron antes de la llegada del único hombre de oído absoluto capaz de tirarse de un noveno piso y salir ileso.
El viernes temprano abrieron la tranquera musical los de Rey Urbano, una banda de rock de Carlos Keen –localidad de 600 habitantes, lo que hace presumir que se trata de la única banda rockera del pueblo situado a 80 kilómetros al oeste de Buenos Aires– cuando apenas unos cientos se habían acercado al fastuoso complejo montado en la vieja estación de tren del pueblo. Apenas unas carpas se habían asentado en el camping, y el despliegue de seguridad era tan grande que buena parte de los efectivos policiales decidió ingresar al predio a ver el show (y sacarles fotos con sus modernos celulares fotográficos) de Me darás Mil Hijos, el Chango Spasiuk y Vicentico. Lo del ex Cadillac fue algo extraño: musicalmente impecable, dedicó gran parte de su show a pelearse con un pequeño sector del público que le pedía sacar a alguien del pozo ciego. “Yo estoy arriba del escenario y vos estás abajo”, gritó varias veces.
El sábado, la jornada había comenzado a pleno sol, en un campo que lentamente se fue abriendo a las actividades ecuestres, al fútbol descamisado, a las clases de acrobacia y circo, a los puestos de choripán, pancho y helados, a las charlas de Greenpeace sobre consumo responsable. De cualquier modo, habría que hacer un párrafo aparte para comentar la extraña sensación de ver en un oscuro galpón de campo el delirante film 24 hour party people del inglés Michael Winterbotton, sobre el nacimiento de cultura rave en Manchester durante los ‘80 en un registro que podría acercarse al mundo apócrifo de This is Spinal Tap pero basado en una historia real. Quien abrió la jornada musical fue el fino Sexteto Irreal, seguido de la Pequeña Orquesta Reincidentes, de traje y corbata, encaminada a querer convertirse en la No Smoking Orchestra de cabotaje; luego vendría el show del virtuoso Javier Malosetti. El cierre de transmisión de Telefé no le hizo bien a su puesta escénica.
Entonces, nuevamente, Charly haría de las suyas. Salió de Buenos Aires una hora después de cuando se suponía que debía tocar. Si no se fue más gente del Konex fue porque la salida de Carlos Keen era lenta, casi no había colectivos y los que salían se fueron repletos. Muchos volvieron a bajarse de sus autos cuando escucharon los primeros acordes de Aprendizaje a las 2.12 de la madrugada, y ya habían entrado al predio cuando arrancó con Cinema Verité. “Dirá la crítica: ‘llegó tarde’”, dijo García en un momento. “Yo no llegué tarde, vine cuando quise”, se defendió. Y con Tu vicio hizo su acostumbrado alarde de demasiado ego: “Yo soy un vicio más. Yo, Maradona, y un par más que andan por ahí”, sentenció. Y luego atacó con frases más o menos ilustres: habló de “Color desesperanza”, en Asesíname, “un tema antiCristo”, dijo. Se refirió a la tragedia de Cromañón como “los muertos de mi banda”, en Rezo por vos. En el transcurso de dos “sets” musicales desparejos, se refirió al proceso judicial de Calamaro, acusó a Rial y Viale por Cromañón, salivó a su público cuando una chica se subió en los hombros de su novio para sacarle una foto, tiró micrófonos y le arrancó la bikini al medio maniquí que sostenía su teclado, dejándolo en el suelo algo destruido.
Durante el domingo, desde temprano, Carlos Keen perdió su habitual calma gastronómica (es un buen lugar para salir a comer afuera cuando, claro, no se organizan festivales). Ahora sí llegó el codiciado globo aerostático, Greenpeace emitió el documental de Spurlus sobre consumo responsable, las caminatas dejaron su huella en una población que sacó sus sillas a las veredas de pasto para seguir de cerca el “miedo” de encontrarse con hordas desaforadas después de lo de Charly, algo que no sucedió. En lo musical, al cierre de esta edición, Puente Celeste dejaba rápido paso a Juana Molina, Kevin Johansen + The Nada mostraban lo suyo como pie para la llegada del puntual Spinetta, que venía de hacer un show profundo en el ND/Ateneo y de algún modo revisando esas canciones que no suele tocar, conjugando presente y pasado, que siempre vuelven, como el Flaco.