ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A LA COMPOSITORA LILIANA FELIPE
“Me gusta envejecer, porque de joven me descuidaba mucho”
La argentina residente en México vino nuevamente al país, esta vez con Tangachos y tanchidos, tangos reescritos que presenta esta noche en el ND/Ateneo con invitados especiales.
› Por Silvina Friera
Esa imagen siempre vuelve y se impone sobre los demás recuerdos: una niña, sentada en una de las butacas del cine de su pueblo en Villa María (Córdoba), que escuchaba por primera vez a Julio Sosa. Liliana Felipe confiesa, con una tonada mexicana que se mezcla con los residuos de su cantito cordobés, que desde entonces supo que su destino estaría vinculado con la música. “Las canciones me ayudan a vivir mejor”, dice en la entrevista con Página/12. Y eso se nota con sólo mirarla. La cantante, pianista y compositora cordobesa, exiliada en México desde 1976, transmite una serenidad que es inversamente proporcional a lo que ella genera cuando se sube a un escenario y con esa voz grave y seductora empieza a despotricar –nunca se baja del caballo de la ironía– contra el mundo macho, la Iglesia y el imperialismo norteamericano. ¿Es una provocadora? “No, para nada –señala–. No busco la provocación, no me parece un arma efectiva.” Le gusta regresar a la Argentina y reencontrarse con sus amigos y su público. Ya lo hizo ayer a la noche y lo hará hoy a las 21.30 en el ND/Ateneo (Paraguay 918), donde presentará su último CD doble, Tangachos y tanchidos, que contiene un puñado de tangos versionados y propios y canciones como Muchacho, dedicada al actor Fernando Peña (ver aparte). La acompañará en guitarra el actor Rodrigo de la Serna y Alejandra Flechner cantará algunos de esos tangazos, quizá Yira, Yira.
No es una erudita del tango, no sabe qué día Gardel se tiró un pedo –ni le interesa averiguarlo–, no comulga con las academias ni con los tangueros. Su fascinación con esta música proviene del origen prostibulario: a Felipe le gusta esa atmósfera marginal, cabaretera, de bajo fondo. Es una artista feroz que encuentra en el tango esa rabia necesaria para desmadrarse, para acelerar y avanzar por la ruta sin temor a estrellarse. Felipe, en rigor, no versiona los tangos: se los apropia y los reescribe con absoluta impunidad –en eso consiste, en parte, el arte– como en Volver: “Tengo miedo del dentista/ del chiflón, la menopausia/ de volverme derechista/ tengo miedo del esfínter sin control/ del Alzheimer y empezar a repetir./ A los cincuenta concluye el reventón y las ganas de ligar/ y aunque los años que todo destruyen/ han acabado con mi digestión/ tengo al geriatra de una vieja chota/ que se está llevando toda mi pensión”.
“Por primera vez estoy exteriorizando qué es lo que siento con las letras de tango; simplemente las ensayamos durante dos meses y las grabamos. A lo mejor sería interesante que Jesu meta la cuchara, ¿no? Porque ella siguió más el proceso que yo”, comenta Felipe. Jesu es su esposa, la actriz mexicana Jesusa Rodríguez, con quien inauguró en Coyoacán el teatro-bar El Hábito, un espacio autogestionado para la experimentación teatral y musical en el que estuvo la legendaria Chavela Vargas. Entre el repertorio que Felipe encara en Tangachos, no podía faltar un tango que cantaba su admirado Julio Sosa. “Me cuesta mucho interpretar Rencor porque es un sentimiento que yo no tengo”, aclara.
–Entonces, ¿cómo hizo para cantarlo?
–No sé, aún hoy le estoy dando vueltas al asunto. Me costó porque el rencor es un sentimiento que no poseo naturalmente, no siento eso por la gente; puedo odiar a ese hijo de puta de Bergoglio, pero el rencor es un sentimiento muy elaborado, muy sofisticado. Yo soy más provincianota.
–A pesar de no ser rencorosa, ¿qué le atrajo de la letra?
–Al final dice: “Rencor, tengo miedo de que seas amor”. Eso es lo que me atrajo: los extremos que se juntan. Siempre canté tangos, pero no me gustaba la idea de grabar la versión número mil cuatrocientos de Las cuarenta o de Rencor porque sentía que no aportaba nada. Por eso siempre me tiraba la composición. Ni bien llegué a México, lo primero que hice fue cantar tangos, aunque nadie me diera ni tronco de pelota allá (risas).
–¿Por dónde pasa su conexión con el tango?
–Por la noche, por la ciudad y por la destreza cerebral que tienen los compositores. El tango me parece una de las cosas más vibrantes de la literatura y de la música argentinas. Es una música que la apropiación de la pequeña burguesía no mató como a la mayoría de los géneros, por eso siento que el tango es muy inteligente, es muy verdadero y muy eficaz, y que evidentemente tuvo y tiene una vida larguísima.
–¿Esta eficacia de la música está relacionada con ese nacimiento prostibulario y de bajo fondo?
–Claro, y de ahí seguramente viene lo que es la verdad. El tema de la prostitución sigue preocupando a las gentes de buenas conciencias, a los católicos.
–¿Pero cómo se lleva con el componente machista del tango?
–Que cada cual haga lo que pueda con su machismo, es algo que yo ni lo padezco; y cuando lo padezco, lo digo y se lo hago saber a la persona involucrada. A veces, cuando canto, ni me doy cuenta si cambio el género, si estoy cantando como hombre o como mujer.
–Tangotl lo escribió en náhuatl. ¿Es una burla contra el porteño que se cree propietario del saber tanguero?
–Sí, llevo tantos años cantando tangos en México sin que la gente entendiera el lunfardo, que quise escribir un tango que fuera incomprensible para los argentinos. El año pasado pedí la naturalización como mexicana que, aunque la podía obtener a los cinco años de residencia, recién la pedí después de vivir 27 años en México. Entonces me dije que era hora de hacer un tango mexicano para vengarme (risas).
–Una duda: ¿realmente tiene miedo, justamente usted, de volverse derechista, como canta en su versión de Volver?
–Tuvimos una conversación en El Hábito con la escritora Elena Poniatowska sobre cómo la gente que envejece se vuelve derechista. En el panteón de los intelectuales abundan estos casos. No conozco cómo está la intelectualidad argentina en este momento, pero creo que es el sector que con más facilidad se pasa de un lugar a otro.
–¿Por qué cree que tanta gente de izquierda claudica y se pasa a la vereda de enfrente?
–Por los cimientos endebles de los pensamientos. Y de esto se encargan mucho y muy bien los gobiernos, que te llevan a tales desesperanzas por cualquier lucha que emprendas con la que podrías colaborar para que el mundo sea un lugar mejor. Ahora, en América del Sur hay optimismo respecto de Kirchner, de Tabaré. Ojalá que algo se logre porque todo lo demás es una cosa asquerosa: el coqueteo con la derecha, con la Iglesia y con los Estados Unidos es de una pobreza que te agotan.
–¿Ese agotamiento lo sintió en México con Fox?
–A nosotras nos cansó el gobierno de Fox porque todos son frentes por donde luchar, entonces la derecha consigue vaciar esos frentes aplicando la estrategia del agotamiento, y en ese momento sospecho que algunos intelectuales se pasan a la derecha. Yo dudo que me vuelva derechista, me parece que no. Toco madera (risas).
“Sexo cuando yo lo deseo, embarazo cuando lo decido”, se lee en la remera negra de Felipe, que además lleva puesta una gorrita blanca que se saca a pedido de la fotógrafa. En el hotel donde se está alojando aparece la actriz Alejandra Flechner, y Felipe se disculpa y se funde en un abrazo interminable con ella. Cuando vuelve a sentarse, cuenta por qué escribió Muchacho para Fernando Peña. “Lo conocí en una entrevista que me hizo para su programa de radio y me enamoré de él. Nunca lo vi actuar, pero me enamoré de su humor, de las cosas que hace. Y se me antojó mucho hacerle un regalo”, explica la cantante. Felipe admite que a los cincuenta está empezando a gozar de su vejez, aunque viva con el alma asilada.
–Resulta curioso que le guste envejecer, cuando el mundo occidental propone una especie de juventud perpetua.
–A mí me gusta haber vivido lo que he vivido, hay cosas que hubiera deseado que no ocurrieran, pero entiendo perfectamente de dónde me viene la panza o las canas que tengo. No quiero ocultar la vejez... Además hay personas que envejecemos más rápido que otros. Jesu es un año menor y no tiene una cana, la desgraciada. Pero a mí la edad es algo que siempre me gustó, siempre se me han ido los ojos por la gente mayor. Claro que de repente me miran como diciendo: ¡Uy, ya le agarró el viejazo! Estoy envejeciendo bastante rápido, pero sin embargo me siento más fuerte y con más energías que antes, más saludable. Porque de joven era muy desvelada, muy drogadicta, muy descuidada. Ahora ya no puedo, y si quisiera tampoco puedo. Y eso me da más serenidad y concentración, y me permite elegir qué es lo que quiero hacer.
–En una canción señala que la Inquisición la hubiera acusado de hereje, blasfema, lesbiana y puta, entre otras cosas. ¿Siempre, desde chica, tuvo en claro su ateísmo y su rechazo contra la Iglesia?
–Mi mamá fue muy católica, mi papá para nada. Yo iba a misa cuando era chica y tenía un cura del que me había hecho amiga, pero lo desaparecieron los militares. Igualmente, a esa altura ya ni pisaba una iglesia. No sé de dónde me viene el ateísmo. Mis papás hicieron todo lo posible para que eso no ocurriera, pero cada vez soy más atea. Es mi destino.
–Quizá basta con mirar alrededor para confirmar cotidianamente ese ateísmo.
–Gracias a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana yo soy atea (risas). La Inquisición no se borra de un plumazo en cien años. Concuerdo con esa frase que no recuerdo dónde leí: “Donde hay libros, no hay demonios”.
–¿Por qué en varias canciones aparece una preocupación por el acto de matar?
–La crueldad es parte de mi historia; tengo una hermana desaparecida y ése es un dolor que nunca se borra. Hay una obra mía que se llama Matar o no matar, y que la escribí pensando en lo que significa que alguien se tome la arrogancia o el derecho de decidir que es más importante que el otro. Creo que hay que reconsiderarlo porque es un vulgar error. Pero la historia de la humanidad se resume en ese “matar o no matar”.
Felipe dice que extraña a su perro salchicha. “Lo adoro con tanta pasión que estoy desesperada cuando no lo veo –se queja–. Pero cuando lo conocí, no lo quería. Como el perro tiene una mirada rara, le puse Cirilo, que fue el obispo hijo de puta que mandó a matar a Hipatia, hija de un bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría. Pero luego me enamoré”, subraya Felipe. “Fijate las vueltas de la vida; con el perro me pasó como con el tango: rencor, tengo miedo de que seas amor”.
Subnotas