ESPECTáCULOS
› CERRO LA COMPETENCIA OFICIAL EN MAR DEL PLATA
Dos maneras de contar la vida cuando la amenaza está latente
Tanto el protagonista de El noveno día, la nueva película del alemán Volker Schlöndorff, como el de Un año sin amor, ópera prima de la local Anahí Berneri, saben que sus vidas están amenazadas, en un caso por el régimen de Hitler y en el otro por el sida.
› Por Horacio Bernades
Si para dejar una buena impresión todo festival tiene que saber cómo despedirse, la 20ª edición de Mar del Plata parece haber encontrado la mejor forma de hacerlo. Al menos en lo que hace a la competencia oficial, que, como todo el mundo sabe, es la cara visible de todo evento de este tipo. Con un cierre a cargo de El noveno día –nuevo film del consagrado cineasta alemán Volker Schlöndorff– y de Un año sin amor, segunda y última de las películas argentinas en competencia, la sección oficial de Mar del Plata se clausura en un punto alto este año. En el día de hoy los jurados darán a conocer sus decisiones, y tanto una como otra de las películas de cierre quedan paradas como firmes candidatas a anotarse en el podio.
La película de Schlöndorff –que tras varios años erráticos, a partir de la anterior La leyenda de Rita, parece estar viviendo un segundo florecimiento de su carrera– narra la historia real de un sacerdote luxemburgués que, encerrado en el campo de concentración de Dachau, hacia el final de la Segunda Guerra, es puesto en libertad durante nueve días, para que cumpla una importante misión. Lo que pretenden sus captores es que el padre Kremer interceda ante el obispo de Luxemburgo, para convencerlo de que deponga sus miramientos ante el ejército invasor. Pero Kremer había sido internado en Dachau justamente por participar activamente de la resistencia antinazi, por lo cual el encargo lo pondrá ante una grave encrucijada. Si acepta convencer al obispo, tiene la libertad asegurada, así como la de otros sacerdotes resistentes, encerrados junto con él en el campo de concentración. Si no lo hace, al noveno día vuelve al campo y además se da por sentado que su familia no la pasará bien en Luxemburgo.
Así contada, El noveno día parecería una de esas típicas películas sobre gente heroica resistiendo al nazismo, y sin duda si la hubieran filmado en Hollywood hubiera terminado siendo eso. Pero Schlöndorff no sólo la narra con admirable sequedad (y hasta un recogimiento de tono grave, que la fotografía de tonos decolorados se ocupa de acentuar) sino que además lo que le importa al realizador de El tambor no es el posible heroísmo sino algo anterior: el dilema ético y de conciencia al que el protagonista se enfrenta. Narrada con un clasicismo sobrio y preciso, el guión de El noveno día no se detiene por otra parte frente al conflicto individual, sino que da al mismo tiempo una clase magistral de historia contemporánea, exponiendo en todos sus detalles las relaciones entre la Iglesia y el nazismo. Relaciones verdaderamente complejas, en las que hay lugar tanto para el coraje y la dignidad como para el silencio y hasta el colaboracionismo liso y llano.
A su vez, frente al atormentado protagonista aparece una contrafigura a su altura, uno de esos nazis refinados y de alta cultura, quien intentará convencer a su prisionero de las bondades de convertirse en Judas. A partir de ese momento, la situación es súbitamente puesta en un contexto casi más grande que la vida, en tanto queda claro que la opción a la que se enfrenta el padre Kremer es, lisa y llanamente, la de ser el salvador o el traidor. A pesar de esta puesta en perspectiva, Schlöndorff mantiene férreamente sujetas las riendas de su película, evitando hasta el menor asomo de pomposidad y de énfasis. Si el protagonista de El noveno día cuenta con un plazo estricto para saber si podrá seguir viviendo, curiosamente lo mismo le sucede a Pablo, narrador de Un año sin amor. Claro que ahí se termina todo posible paralelismo, ya que el enemigo contra el que Pablo combate –igualmente terrible– no es Hitler sino el sida.
Basada en la novela-diario personal escrita por Pablo Pérez, la película de Berneri –premiada en el Festival de Berlín y a estrenarse en BuenosAires la semana próxima– mantiene el año 1996 como el de la ficción. No es un dato menor, ya que ése es el año en el que se empezó a utilizar, incluso en la Argentina, el cóctel AZT, que por primera vez permitió abrigar esperanzas de vida para quienes padecieran la enfermedad. En verdad, decir que el enemigo del protagonista es el sida representa sin duda una simplificación, ya que Pablo lucha no sólo por su vida, sino también, como el título lo indica, por hallar amor. Si la sequedad caracteriza la película de Schlöndorff, mayor es aún la de Berneri, consciente de que bastaría con abrir una sola compuerta al emocionalismo para convertir la película en un valle de lágrimas. De allí que el recorrido de Pablo entre hospitales, médicos, compuestos y pastillas (pero también a través de discotheques, cines porno y reductos sadomaso) está mostrado siempre desde una distancia empática, que nunca se permite el humor que la novela sí.
Como sucede con Tatuado, la otra película argentina en competencia, Un año sin amor aparece como un film de gran rigor (tanto ético como estético) y depurado lenguaje visual, a lo que en este caso se suman la inteligencia y el coraje de mostrar al enfermo de sida no como una pobre margarita llorosa, sino como un ser humano con pleno derecho a vivir. Y amar.
El noveno día se exhibe hoy a las 10 en el Auditorium. Un año sin amor, a las 12.30 en la misma sala.