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Los excéntricos Friedmans
El documental Capturing the Friedmans, que se estrena hoy en HBO, es una crítica implacable al aparato de control sexual a partir de un caso de pedofilia en una familia no muy normal.
Por J. G.
El padre se llama Arnold Friedman y es un hombre querible: devoto de sus hijos, comprensivo con su mujer, un típico estadounidense medio que podría generar cierta empatía. La esposa, Elaine, es una madre algo nerviosa pero muy atenta con los chicos, Seth, Jesse y David. Hasta aquí Capturing the Friedmans (2003), el documental que se estrena hoy a la medianoche por HBO, es una crónica familiar clásica, que se enrarece rápidamente con los primeros datos sobre el destino policial de la crónica: Arnold y su hijo son acusados de abusar sexualmente de los alumnos de su clase de informática. Comienza el calvario del juicio, se termina la armonía familiar, aparecen los trapitos al sol: Arnold consumía revistas para pedófilos, tocaba a su hijo más chico y, eventualmente, a algún hijo del vecino. El del documentalista Andrew Jarecki será, de allí en más, el más corrosivo de los relatos recientes sobre familias disfuncionales, poniendo en jaque un sinfín de discursos hegemónicos: el de la ley, el de la cobertura mediática (¿cuál es la verdad?), el de la moral sexual que modeló a los sesentones de acuerdo con el dogma de la monogamia y la heterosexualidad y que, de pronto, se pone brutalmente en crisis.
El milagro periodístico de Capturing... es estar siempre allí donde suceden los hechos, corrido de las reglas de un formato más ortodoxo del género documental que suele reconstruir sucesos del pasado a través de memorias de allegados y expertos. Esto es otra cosa: el flamante docureality es puro presente, acompaña a la familia unos minutos antes de la condena a Arnold o justo cuando se desata una feroz discusión entre los esposos. Jarecki recopila videos familiares de los hijos, agrega su persistente acoso a la familia, la invade para desdemonizar al ogro mediático y apuntar sus dardos contra el poder represivo estadounidense antes que contra la víctima. Es que Capturing..., más que la reseña de un caso policial, es una crítica al aparato norteamericano de control sexual, que se pone en marcha a través del FBI cuando éste detecta los consumos culturales de Arnold: unas revistas porno para pedófilos traídas por correo del exterior.
Allí empieza el acoso de la ley: entrevistas inducidas a los alumnos, prácticas de hipnosis, requisas a la intimidad de los Friedmans que no podrían dar otro resultado que no fuera la sentencia de “culpable”. El de Jarecki es el retrato de una paranoia sexual que llega a conclusiones inverosímiles: Arnold acostaba boca abajo a los veinte chicos de su clase, en el juego del burrito, y los penetraba uno a uno con ayuda de su hijo. ¿Eso pasó alguna vez? Capturing... deja abiertas todas las posibilidades, cuestiona los rituales de la información y denuncia la obsesión colectiva de los estadounidenses sobre crímenes sexuales. El documental cuestiona la educación puritana que produjo una generación de padres de familia como Friedman: reprimido, balbuceante, metido en un matrimonio forzado y sin otro destino que el delito para su deseo. Sucede algo extraño: aunque Arnold confiese haber tocado al vecinito y su hijo Jesse admita haber sido abusado por su padre (presionado por su abogado defensor para salvarse del cargo de complicidad) nunca desaparece el valor de cercanía, la conciencia de que los vicios privados no alcanzan la misma trascendencia que los pecados públicos: la extorsión para forzar culpables rápidos, la necesidad de condenar al que se corra de los mandatos sobre familias decentes.
Capturing..., además de estrenarse en la TV, convive en el Bafici con otro documental de colección llamado Inside Deep Throat (“Dentro de la garganta profunda”), de Bailey y Barbato: ambas películas respetan las claves de un nuevo tipo de película testimonial estadounidense, preocupada por desmitificar la familia funcional y el aparato normalizador. Las dos hablan sobre una sociedad represiva que se conmueve con “ese extraño objeto de deseo”, así sea con espanto cuando surge un fenómeno como el porno chic de Garganta profunda (en los ’70) o ante el caso de abuso a cargo de un buen padre de familia. Después de la transgresión al orden normalizador, sigue algo aterrador: linchamiento mediático, forzamiento jurídico, víctimas hipnotizadas y condena a consumos privados. Jarecki casi se compadece del pobre Arnold, resignado a su destino, desesperado por salvar a su hijo, castigado hasta por su histérica mujer que pega el alarido: “Maldito bastardo”. Al cineasta le interesan más los efectos (la maquinaria represiva) que las causas (si lo hizo o no) y el final abierto no suena a cosa inconclusa. Aquí se cuestiona la verdad de una sentencia, sin omitir detalles del caso ni dejar de nombrar detalles que hacen descomponer a las señoras de la platea, y provocan escozor sobre el destino real de la familia tipo: cárcel, delito, disgregación, escarnio, en las antípodas del anquilosado sueño americano.
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