ESPECTáCULOS
› “ROMEO Y JULIETA”, CON EL BALLET NEOCLASICO
Un ballet con bailarines del Colón, pero en otro teatro
Las principales figuras del Ballet Estable del Teatro Colón participan en una nueva versión coreográfica de Romeo y Julieta, a cargo de Guido De Benedetti, en el Metropolitan.
por Analia Melgar
Una nueva versión danzada de Romeo y Julieta en el Teatro Metropolitan cuenta con primeras figuras del Ballet Estable del Teatro Colón. No es que este Ballet se haya trasladado de sala. No. En realidad, son los bailarines que, frente a las dificultades del teatro municipal, aceptan participar en propuestas artísticas alternativas. Y la invitación de Guido De Benedetti, director del juvenil Ballet Neoclásico de Buenos Aires (BNBA) y coreógrafo de esta transcripción, no es nada despreciable: un ballet completo, con una organización resuelta y muchas funciones previstas. Así, el elenco encabezado por la primera bailarina Karina Olmedo se presenta en Corrientes 1343, los días 23 y 24 de abril y 8, 10, 15 y 17 de mayo. Pero la alegría por esta flamante producción es también síntoma de que algo no anda bien dentro del Colón.
Si Romeo y Julieta viven una historia de amor y odio entremezclados, también los integrantes del Ballet del Colón se debaten entre el agradecimiento y la disconformidad. Pablo Aguilera, quien encarna a Fray Lorenzo, se retiró de la compañía estable en 1991, pero una década atrás las demandas eran las mismas que en la actualidad. Explica: “En este momento estoy bailando más que cuando salía a escena en el Colón. Por supuesto que el Colón sigue siendo la institución que me proveyó de todo lo que sé hacer. Pero me enfurece que el Estado municipal me haya dado una formación que después no pude ejercer”.
Karina Olmedo, Dalmiro Artesiano, Leonardo Reale, Vagram Ambartsoumian e Igor Gopkalo aprovechan el tiempo libre que les deja su horario de 11 a 17 en el Colón. Todos ellos cubren los principales roles en esta historia de dos enamorados en Verona. Todos ellos tienen algún señalamiento para el Colón. Algunos lo hacen explícito. Otros no. Cada uno valora la convocatoria de De Benedetti. Ambartsoumian festeja: “Disfruto trabajar con él, con su gente, con su estilo”. Para Gopkalo, “estar en este ballet es una compensación que nos permite hacer más funciones y aporta un dinero extra. Cada nuevo director hizo promesas pero ninguno cumplió”. La referencia señala al nuevo director del Ballet del Colón, Michael Uthoff, quien despierta esperanzas. A tres meses de su asunción, Reale las conserva: “Hay ganas, perspectivas de más actividad y giras. Por ahora esperamos. Después se verá si se pudieron concretar esas ganas”.
A la lista de bailarines “importados” del Colón para Romeo y Julieta, durante la temporada 2005 del BNBA se sumarán otros más: Adriana Alventosa, Analía Sosa Guerrero, Jorge Amarante, Juan Pablo Ledo. ¿Por qué renuncian provisoriamente a la magnificencia y el prestigio de su teatro? ¿Por qué aceptan compartir escenario con colegas de menor edad y experiencia? Porque buscan una salida a condiciones laborales conflictivas. Pocas funciones, pagos retrasados, ensayos superpuestos, concursos congelados son algunos de los reclamos de los bailarines del Colón. Karina Olmedo, primera bailarina estable a través del concurso de 1992, el último que se hizo para renovar categorías, dice: “No tenemos las funciones que nos merecemos. Para La bella durmiente, próximo programa, al Ballet se le adjudicaron cuatro funciones, cada una con un reparto diferente. Nos preparamos durante dos meses para bailar una sola función. Lógicamente, cuando nos invitan a otra participación, ni lo dudamos”. Dalmiro Astesiano, joven bailarín del Colón, imagina un tiempo de conciliación: “La solución a los problemas va a llegar cuando se logre un entendimiento entre todos los cuerpos: artístico, técnico, administrativo, de maquinaria, pero es difícil. Además coexisten reglamentos contradictorios y hay fallas de organización. En los ensayos de obras completas se convoca a la sala principal a iluminadores, técnicos y Ballet, al mismo tiempo. Mientras bailo, un técnico me dice ‘flaco, correte’ y yo le pido lo mismo. Ni él ni yo podemos trabajar. O, en mediode una secuencia, de repente, pum, apagón. Paramos todo. ¿Por qué? Porque los iluminadores están probando luces. Es una pérdida de tiempo”.
De Benedetti, que dirigió el Ballet del Colón en el 2000, sabe qué necesitan los bailarines y puede dárselo. Ellos lo acompañan aunque los resultados no sean perfectos. Esta nueva coreografía de Romeo y Julieta sobre la música de Sergei Prokofiev –en algunos fragmentos, lamentablemente recortada– conserva la rigurosidad de la danza clásica y agrega algunos pasajes que casi tocan la danza jazz. Se extrañan el lujo y el refinamiento de la arquitectura, la escenografía y el vestuario del Colón, pero sobra entusiasmo. Sobre todo entre los casi treinta jóvenes bailarines que completan la compañía. En su afán de protagonismo invaden expresivamente las escenas donde deben configurar apenas un friso vivo. Cierto es que su desempeño irregular contrasta con el aplomo de los protagonistas, tan cierto como que es bueno darles la oportunidad de crecer sobre el escenario. Mientras tanto, Olmedo deleita con su interpretación de Julieta. Transita todos los matices: ingenuidad, sensualidad y desesperación. Artesiano cumple dignamente con su Romeo, un papel que, él mismo reconoce, “no sé si no es el más importante que me tocó hacer hasta ahora”. Ambartsoumian, como Tibaldo, luce saltos elevados pero el que se roba los aplausos, por su simpatía, desparpajo y ritmo, es el Mercucio de Reale, que, aunque muerto pronto, permanece en la memoria de los espectadores hasta la hora del saludo final.