ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA AL DIRECTOR LUCIANO CACERES
“Los reyes” o la recreación del Minotauro según Cortázar
En la puesta que se ofrece los domingos en ElKafka, Cáceres se concentra en las ambigüedades que dispara el mito griego.
› Por Hilda Cabrera
“¡Se dejó llevar tan dócilmente! Aquella mañana supe que salía camino de una espantosa libertad, mientras Cnossos se me convertía en esta dura celda.” En este fragmento de una respuesta del rey Minos a Teseo, Julio Cortázar resume en Los reyes (1949) una de las infinitas incógnitas que plantea la figura del Minotauro nacido de la unión de Pasifae, mujer de Minos, y de un toro blanco, regalo de Poseidón a este rey de Creta. El ser con cabeza de toro es encerrado en el laberinto que Dédalo construye a pedido de Minos. Al perder a su hijo Androgeo durante la guerra contra Atenas, el rey exige a los vencidos un tributo cruel: el de siete mancebos y siete doncellas para alimentar al Minotauro. Partiendo de la dificultad que supone trasladar a la escena este poema dramático del autor de Rayuela, el actor y director Luciano Cáceres (puestista de la premiada Paraísos olvidados) se arriesgó con un “texto noble” que lo maravilló en la adolescencia, como tantos otros de Cortázar.
A este montaje, que se ve los domingos a las 20 en ElKafka (Lambaré 866), le suma un original tratamiento visual para que el espectador “pueda sacar sus conclusiones sobre el mito y las decisiones de Teseo”, el hijo del rey de Atenas decidido a matar al “monstruo” ingresando al laberinto con ayuda de Ariadna, hija de Minos. La pregunta de a quién está destinado el ovillo de hilo de Ariadna que permitirá hallar la salida es otra incógnita. A quién desea favorecer Ariadna: a Teseo o al Minotauro, nacido del vientre de su madre Pasifae. Los interrogantes se multiplican en este trabajo del que participan Rodolfo Roca, Natalia Ivannova, Martín Comán, Héctor Bordón, Luján Martínez, Ezequiel Tronconi y Celina Silveyra. En esta vuelta de tuerca, los parlamentos del monstruo conmueven: “Extraño tanto el agua, era la única que aceptaba el beso de mi belfo. Se llevaba mis sueños como una mano tibia. Mira qué seco es esto, qué blanco y duro, qué cantar de estatua. El hilo está a tus pies (se refiere a Teseo) como un primer arroyo, una viborilla de agua que señala hacia el mar”.
Cáceres inició sus estudios de teatro a los diez años (tiene veintiocho) en la Escuela de Alejandra Boero. Realizó todos los cursos de Andamio 90 y trabajó en la sala, incluso como acomodador y boletero: “Me interesa todo el armado del teatro”, apunta, y añade que se especializó en dramaturgia con Javier Daulte y en puesta en escena con Rubén Szuchmacher, junto a quien integra una cooperativa en ElKafka. Actúa y dirige (Las razones del bosque, Freaks, homenaje a Tod Browning, Bésame mucho, ciclos de Teatro por la Identidad y, entre otros, Uraniburg, el eterno pelo de Tycho Brahe, de Cristian Martínez, que presentó en una semana de teatro argentino en Madrid). Se entusiasma además con el cine y la TV. En 2004 protagonizó El amor, primera parte (vista en el Malba y seleccionada para el Festival de Venecia) y Garúa, de Gustavo Corrado, coproducción con Holanda e Italia. En TV integró Locas de amor, El deseo, En el nombre de Dios y varios más. Actualmente se desempeña en Nunca estuviste tan adorable, obra de Javier Daulte, repuso Criaturas de aire, de Lucía Laragione, y ensaya La isla de fin de siglo, de Alejandro Finzi. Actúa también en la tira Amor en custodia. Este es para él un buen momento en materia artística, y lo aprecia especialmente por haber atravesado períodos de vacas flacas: “En una época trabajé en la calle, pasaba la gorra. Hacía malabares y circo. A un compañero mago le robaba los trucos. Un día, el mago Mirko decidió contarme la verdad de los trucos, advirtiéndome que me pasaría lo que a él: que perdería la ilusión. No quise aprender más. Prefería la ilusión”.
–¿A qué denomina “texto noble”?
–Al material que me conmociona desde lo literario, desde la riqueza del lenguaje, desde las incontables imágenes que despierta y lo mucho que exige a los actores en eso del “decir”.
–¿Qué dificultades le plantea el lenguaje de Cortázar, quizá no el de Los reyes pero sí el de sus cuentos, donde aparecen formas propias de una época?
–El año pasado dirigí un unipersonal sobre textos de Cortázar que presentó Ana Padovani. Es cierto que sus escritos son muy variados y muy de su época. Es probable que a los más jóvenes les cueste entender algunas palabras, pero es un autor fascinante. Eso de escribir de manera tan vívida sobre Buenos Aires residiendo en Europa o sobre París estando en Buenos Aires, fue un descubrimiento para mí. Nos permite “seguir” a un personaje y en el mismo párrafo a otro sin necesidad de un punto y aparte. Es como el pensamiento, uno trae al presente algo que ocurrió cinco años atrás y cinco minutos antes y hasta lo que proyecta para el futuro.
–¿Qué opina de esta visión de Cortázar sobre la figura del Minotauro?
–Es extraordinaria. Llega al mismo final del mito pero con otra mirada y una carga emocional que muestra al Minotauro como a un ser reflexivo que añora épocas mejores. El Minotauro cede ante la muerte para transformarse en algo eterno; en algo que pesará en Teseo y en otros personajes, pero no como una sentencia sino como imagen de liberación. El rey Minos plantea claramente el tema de la libertad, de quién es el prisionero: el preso o el que lo encerró. Y yo me pregunto quién es “el malo”, el Minotauro o aquel que le entrega jóvenes como alimento.
–¿Lo relaciona con la aceptación de códigos que la sociedad impone como necesarios para sobrevivir, aun siendo crueles?
–Si pasamos a otro plano, es lo que ocurre todo el tiempo. No discutimos la educación ni los cánones que nos imponen. Se nos dice continuamente que debemos vivir de una determinada manera para no perder, para no fracasar, sabiendo que esa educación y esos cánones no son los mejores.
–¿Relaciona los “saltos” entre Buenos Aires y París que se suceden en Rayuela, por ejemplo, con los exilios?
–-No conozco esa experiencia en mí, pero mi padre fue un exiliado, y durante la dictadura la vida no fue fácil para mis padres. Esos saltos me conectan con la pérdida de cosas y la añoranza de otras épocas: recuerdos de infancia, de las vacaciones, de la relación con mi mamá, que falleció. Así entiendo esa “distancia” de Cortázar, que no es sólo la distancia respecto de un lugar sino de cómo impresiona un lugar, de quienes quedan allí y de lo transitado con otros.
–¿Qué intentó destacar en esta puesta?
–La imagen más fuerte es el laberinto. Quise que fuera algo vivo, aun siendo de piedra. Me ayudaron en este tratamiento el escenógrafo Agustín Garbellotto y la música de Gabriel Barredo. Sé que este trabajo es todavía “muy libro”, pero me anima ver cómo los actores continúan descubriendo más escenas. Fue muy bueno que Aurora Bernárdez (quien fue esposa de Cortázar) nos haya autorizado a realizarlo. De esto se ocupó mucho el productor Roberto Malkassian, estudioso de la cultura griega, que desciende de armenios pero nació en Grecia. Hace dieciséis años creó un grupo de investigación. Entre los materiales literarios contemporáneos que maneja eligió Los reyes. Resulta sorprendente que el año en que Cortázar escribió este poema dramático, Borges se ocupara del Minotauro en La casa de Asterión, mostrándolo también como a un ser melancólico y apacible.