ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A MARCELA FERRADAS Y SILVIA BAYLE
Las caras conocidas del maltrato
Las actrices explican el sentido de El tapadito, la obra de Patricia Suárez dirigida por Hugo Urquijo, que enlaza dos temas delicados: el nazismo y la violencia contra la mujer.
Por Cecilia Hopkins
Las dos estaban con deseos de probarse en un ámbito más próximo al espectador y dieron con la oportunidad justa. Marcela Ferradás y Silvia Baylé –ambas ligadas a las obras de repertorio del teatro oficial– acaban de estrenar El tapadito, de Patricia Suárez, bajo la dirección de Hugo Urquijo, en la menor de las salas del Teatro del Pueblo. A pesar de su voluntad por despegar un tanto de los elencos numerosos y las producciones de cierto porte, no es la primera vez que ellas hacen teatro de pequeño formato: Baylé había tenido un destacado rol en la intimista Segundas partes sí son buenas, bajo la dirección de Carlos Ianni, lo mismo que Ferradás en Historias de malamor, unipersonal que estrenó el año pasado con la intención de experimentar la sensación de hallarse a solas sobre un escenario y buscar estrategias para un discurso propio. Sobre gustos teatrales también coinciden: les interesan las experiencias en las cuales el cruce de lenguajes define una ruptura con lo convencional. Pero también las convoca un teatro que privilegia la emoción, “porque el sentimiento es una palabra que parece que está en desuso”, según reflexiona Ferradás, presente junto a Baylé en la entrevista con Página/12. “No pertenecemos ni al teatro comercial, ni al circuito off, ni al de la televisión... si nos reconocen de la tele, seguro que no recuerdan nuestros nombres”, afirman las actrices, riéndose, tal vez porque “si no se sale en un programa de chimentos nadie puede asociar la cara con el nombre”. Las dos se conocieron compartiendo elencos y giras, y su amistad es otro de los motivos por los cuales celebran el hecho de interpretar a las dos mujeres alemanas que protagonizan esta obra. Una pieza cuya acción transcurre en la localidad bonaerense de San Fernando durante los ’50, y que enlaza temas característicos en la obra de la autora rosarina, como el nazismo y la violencia contra la mujer.
La relación entre la costurera Leny (a cargo de Baylé) y su clienta Vera (Ferradás) concluye con una historia de venganza minuciosamente planificada por la primera, en función de haber perdido un hijo durante la Segunda Guerra a manos de un oficial nazi. Pero a los efectos de no revelar detalles de la trama que arruinarían la sorpresa del desenlace, baste saber que Vera desea abandonar el país, a causa de la violencia familiar a la que está expuesta diariamente. “Las dos mujeres han sido golpeadas, una por su marido, la otra por las circunstancias de la vida”, agrega Baylé, quien junto a su compañera de elenco analiza el modo en que ambas trabajaron en la composición de sus personajes.
–Leny y Vera son compatriotas, pero han tenido una experiencia de vida muy diferente. ¿Cuáles fueron las ideas o recuerdos que las ayudaron a acercarse a estos personajes?
M. F.: –Vera es la mujer de un nazi. Para buscar un equivalente en términos de mi propia experiencia me remití a la última dictadura y me pregunté cómo sería la mujer de un militar que había participado en la represión. ¿Cuánto sabrían esas mujeres de lo que hacía el marido? Como me parece verdad que no hay más ignorante que el que quiere serlo..., creo que ellas desde algún lugar deberían saber lo que ellos hacían, aunque tal vez no estuviesen al tanto de los detalles. En Alemania, Vera tenía acceso a la cultura y una vida acomodada antes de la guerra. Ya en la Argentina, es tan dependiente del marido, que si no lo defiende –aun en su accionar violento– su vida se desestructura. De modo que ella elige no enterarse de nada.
S. B.: –Al llegar al país, estos exiliados alemanes deben haberse sentido en un lugar muy salvaje y haber sufrido un choque cultural fuerte. Por eso ellos tenían el deseo de no dejarse contaminar con nada que no fuese de su cultura, y hacer lo opuesto de lo que hicieron los italianos y españoles, que se integraron. Yo viví los años ’50 y escuché el relato de alemanes que se habían escapado de la guerra. De chica vi fotos de los campos de concentración, así que el mundo de Leny no me es ajeno. También sabía que, como los personajes de la obra, estos exiliados preferían vivir cerca del río, en sitios aislados como serían Olivos o San Fernando, en aquella época.
–Un tema central de El tapadito es la posibilidad de la venganza por propia decisión...
S. B.: –La costurera guardó su secreto durante mucho tiempo para vengarse del hombre que le quitó a su hijo. No podría juzgarla por eso. Entiendo que haga justicia por mano propia. Los sobrevivientes del Holocausto no actuaron como las Madres de Plaza de Mayo: lo maravilloso de ellas fue haber juntado esfuerzos para inventar entre todas una forma de protesta que tuvo alcances mundiales.
M. F.: –Aun cuando se está a favor de la justicia, una no puede dejar de entender que una madre que pierde a un hijo tenga la reacción de vengarse por mano propia. Una de las crónicas del rey Alfonso X cuenta cómo las madres lancean todas juntas al culpable de la muerte de sus hijos. Igual que en Fuenteovejuna, de Lope de Vega, todos matan y, a la vez, nadie es culpable...
–Otra de las temáticas que desarrolla la obra es la violencia contra la mujer.
M. F.: –Es algo que nos llega muy de cerca. Hay un porcentaje alto en el país de mujeres que son golpeadas, tal vez entre las que pertenecen a la clase más baja y a la más alta. Hay un círculo vicioso y perverso muy difícil de deshacer, porque muchas de ellas justifican al hombre diciéndose “algo haré para que él reaccione así”.
S. B.: –La mujer tiende a proteger la vida, la naturaleza. La mujer sabe luchar, ser persistente y puede ofrecer una resistencia y hacer reflexionar al hombre sobre lo que sucede con la conducción del mundo, sobre los alcances de la guerra.
M. F.: –Pero la historia sigue siendo contada y protagonizada por los hombres, y las mujeres no terminamos de ejercer un discurso propio. Apenas una accede a un lugar de poder se apropia de un discurso masculino y absorbe hasta sus mismas actitudes.