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Por Emanuel Respighi

Cuando era un niño de apenas cinco años de edad, Alfred Hitchcock protagonizó una situación tan desopilante como traumática, que probablemente explica algunos tópicos de su extensa obra cinematográfica. Cierto día, el joven Hitchcock entró al escritorio de su casa y vio a su padre redactando furiosamente una carta. Sin decirle una palabra sobre su contenido, el padre le dio el sobre y le pidió que fuera hasta la comisaría para entregársela en mano al comisario. El comisario de Leytonstone, en las afueras de Londres, leyó el texto con atención. Inmediatamente abrió una de las pocas celdas de la comisaría y encerró allí al mensajero. “Eso es lo que les pasa a los chicos malos”, le dijo al niño, que nunca supo los motivos por los que estrenó tempranamente el prontuario policial. Ese día, Hitchcock sintió el mismo temor que millones de espectadores sentirían años más tarde bajo la tensión de sus películas. Varias historias personales como ésta, y el recorrido por cada uno de sus films, constituyen el eje central de los dos documentales que la señal inglesa People + Arts exhibirá esta noche, desde las 20.
Realizados por la prestigiosa BBC de Londres, los dos especiales que se emitirán de manera continuada recorrerán la vida artística del genial director inglés, sin descuidar algunos de los aspectos más misteriosos de su vida privada. Con palabras del mismo Hitchcock, imágenes de sus películas y testimonios de ayudantes, actrices, actores, biógrafos y de su hija Patricia, la idea de los realizadores es que conocer partes de la vida del realizador permite acercarse a los criterios con que Hitchcock planteaba y realizaba sus films. Es decir, que si fue reconocido por los espectadores y críticos del mundo entero como el indiscutible maestro del suspenso es porque hubo episodios en su vida que llenaron su mente de miedos y completos.
En el documental, Hitchcock entrega una definición del suspenso que se volvería célebre: “El elemento central del suspenso no es la sorpresa, sino que se genera dándole información al público. Si dos hombres que están sentados sobre una mesa vuelan por el aire al estallar una bomba, lo único que siente el público son 5 o 10 segundos de conmoción. En cambio, si el público sabe que hay una bomba debajo de la mesa, y que va estallar en cinco minutos, la ansiedad y la tensión de la gente se prolongará tanto como dure el reloj de la bomba”.
Criado en el seno de una ortodoxa familia inglesa católica, las aspiraciones de Hitchcock chocaron tempranamente con las intenciones de sus padres, quienes lo obligaron a estudiar en la Escuela de Ingeniería y Navegación de Londres, muy a pesar de la pasión que el joven Alfred sentía por el mundo audiovisual y, en particular, por el cine. Pero no iba a pasar demasiado tiempo antes que Hitchcock ingresara al mundo del cine como ilustrador de los carteles de las películas mudas, desde donde fue creciendo hasta filmar en 1925 El jardín de la alegría, su primera película como director. El film fue rodado en buena parte en Munich, donde trabajó como ayudante de dirección en los estudios UFA y conoció a Friedrich Murnau, uno de los máximos representantes del expresionismo alemán. La experiencia marcaría a fuego la filmografía de Hitchcock, que supo adaptar las características del expresionismo a su lenguaje cinematográfico, que ya estaba influido por la manera en que el cine soviético de aquel entonces trabaja el montaje como recurso de significación.
De sus 53 películas como director, 26 fueron realizadas durante su primera época, en Londres (entre las que se destacan El hombre que sabía demasiado, Los 39 escalones, Sabotage). En 1940 decidió trasladarse a Estados Unidos, consciente de que allí podría aprovechar los recursos económicos que podía brindarle Holly- wood. En el nuevo continente Hitchcock pudo sentar definitivamente las bases del género de suspenso, con películas inolvidables como Rebecca, La ventana indiscreta, Vértigo,Psicosis y Los pájaros. A pesar de que sus films recibieron numerosas estatuillas, Hitchcock nunca fue distinguido con un Oscar de la Academia. Una injusticia sin explicación, casi como aquella de niño.