Sáb 03.05.2003

ESPECTáCULOS • SUBNOTA

Reedición y recuerdos

Por Andrés Calamaro

El disco Nadie sale vivo de aquí tenía nombre alternativo. Era ¿Hemos batido al enemigo?, una pregunta a propósito del testamento del Sargento heroico Cabral. Si mal no recuerdo, a fines de los ‘80, los cortes de luz programados interrumpían las sesiones de grabación, dejando el estudio herméticamente oscuro, y parecía que los presidentes cambiaban todos los días. Estábamos con Mario Breuer y con los chicos. Igual que en el ‘80 en los Estudios del Jardín, vecinos de la galería Bond Street, con Gringui Herrera y con Mario. La policía nos paraba mientras salíamos de madrugada con los equipos por Santa Fe. También estábamos con Mario cuando cumplí 17 años en Fonema, en la esquina de las calles Perú y Belgrano, grabando con Raíces, con Beto Satragni, Amílcar Gilabert y el “Portu” Jorge Da Silva. Tengo el recuerdo y la emoción intactos de salir a comprar medialunas recién salidas del horno. Casi en la misma esquina ensayábamos con Gringui, Polo Corbella y Cachorro López cuando fueron tomadas las Islas Malvinas. Volviendo de Fonema, y otra vez en el ‘78, el primer día nos llevaron a la comisaría de avenida Huergo.
La grabación de Hotel Calamaro tendría que haber sido la grabación de la Elmers Band, nuestro dúo crónico con Gringui, la cristalización en disco de aquellas grabaciones nuestras en El Jardín. Pero habían pasado dos años, casi tres, y queríamos grabar de diferentes maneras. Igual que Por mirarte, que ya estaba parcialmente grabado en septiembre en un piso 16 de la calle Reconquista, a tres guitarras (con Julián) y en experiencia psicotrópica. Vida cruel hubiera sido una grabación valiosa de haberla hecho toda con Gustavo Santaolalla. Pero a cambio fue intensa e interesante, aunque yo estaba entre seguir y no seguir con Los Abuelos, ya sin Daniel ni Gustavo en las filas. Recuerdo un final de grabación mostrando “Proverbio chino” a Lalo Mir. Fue, claro, una grabación formidable. Spinetta enfrentó a su público purista por darme su amistad y su crédito musical en una entrevista de la revista Humor, que por entonces era un medio influyente en pequeña escala. Cuando tocamos en Vélez, en el festival del barro, el Buenos Aires Rock and Pop, yo estaba con las últimas sesiones de Vida cruel. Creo que grabábamos por un intenso deseo de mostrar cosas nuevas y de ponernos ciegos en el estudio y los ensayos, nuestra zona franca, la casa segura de los rockeros, y nunca importaba nada más. Nuestro dios protector particular nunca nos dejaba sin nada y sin un taxi.
Cuando me retiré de Los Abuelos en 1985, me volqué en las grabaciones con una única interrupción para tocar en Chile con García y Coleman. Experimentamos mucho en casa con multipistas, grabaciones y samplers... Solo y en compañía de otros. Grabamos con Melero, Cristian Rosas, Luca Prodan, Stuka, Pipo, Melingo, Pettinato, Zavaleta, Miguel... Al año siguiente grabamos con Los Enanitos, otra grabación que nos daban, a Mario y a mí, para experimentar y seguir en la brecha. Fue viajando a Mendoza, invitado por los mendocinos, que terminé aquel año sabático y volví a las salas de ensayo. Aunque en los períodos de giras y ensayos con banda grabé menos en casa, cuando terminé mi ciclo argentino, en 1990, estaba heavy-puesto con grabaciones personales inspiradas en el hip-hop, el jungle industrial, los samples de baja resolución y el post-jazz. Un proyecto que se llamaba Quak o Acido Argentino, y Lou Bizarro, fue lo que me llevé en las valijas. Verdad que en Por mirarte, primero, y especialmente, en Nadie sale vivo de aquí se dejan ver mejores maneras con los versos.
Por suerte en España profundizamos en la grabación de rock, y en las escrituras, hasta el máximo conocido en grabaciones clásicas; para volver algunos años después (en realidad 10 años después) a la experimentación más pura y espiritual dentro de los dos campos. Los resultados me valieron el crédito de mis pares de la música, que es mi mayor éxito. Enumero: la enseñanza de los líderes del tango, mi amistad y colaboración con Mariano Mores (a quien echo mucho de menos desde España), el respeto profundo de los músicos de España, de todas las categorías, la complicidad y elreconocimiento de los más altos estratos del arte flamenco, de los cien barrios porteños, de los oficios marginales y sus “porongas”, de los príncipes del post-jazz caribeños, del público y, nobleza obliga, de muchos amigos en el difícil mundo del delito, la droga y la prostitución. Eso es todo lo que tengo, junto al cariño y el apoyo de mi propia familia de músicos e intelectuales. A todos ellos quiero recordar escribiendo este texto emocionado, cuando me toca el tiempo de la reedición y los recuerdos. Un abrazo grande a todos.

Nota madre

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