Sáb 03.04.2004

ESPECTáCULOS • SUBNOTA

Perfil de un buen actor

Leonardo Sbaraglia sabe transitar con fina cintura los pasillos de su popularidad. Sólido actor, de mirada transparente, de sonrisa de niño eterno, Sbaraglia ha sabido salir bastante ileso desde los comienzos, cuando los primeros productos amenazaban con encasillarlo en su propio estereotipo. Sbaraglia siempre fue él mismo, en cada uno de sus personajes. Era apenas un adolescente cuando debutó en el cine con La noche de los lápices, de Héctor Olivera, en 1987, aunque casi nadie lo recuerde. No era una película menor, no era un tema menor. El era menor. Después del éxito televisivo en Clave de sol, Sbaraglia prefirió aguantar por un lugar en el cine.
Dice que tuvo suerte cuando Marcelo Piñeyro lo eligió para actuar en Tango feroz (1993), que desencadenó una serie de películas que terminarían de llevarlo al extranjero. Pero fue Caballos salvajes (1995) la película que le abrió la puerta en España y terminó de confirmarlo como un galán aggiornado a los tiempos de road movie. Cenizas del Paraíso (1997) y Plata quemada (2000) no hicieron más que acrecentar su público. Se fue a España, arrastrado por las ofertas que le llovían. Asentado en Madrid, hizo varias películas: Intacto, Deseo, Utopía, Carmen y La ciudad sin límites. Sólo la última se estrenó en la Argentina.
Incluso de Cleopatra, de Eduardo Mignogna (1993), junto a Natalia Oreiro y Norma Aleandro, Sbaraglia sale bien parado. Hasta en la equivocada Nowhere su personaje se salva del derrumbe. La puta y la ballena lo encuentra, otra vez, demasiado cerca como para caer desde un avión. Interpreta a un fotógrafo de época, escudado detrás de una sonrisa de guasón, en una maraña de recuerdos ajenos. Será la mística del cine.

Nota madre

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