Chavela Vargas vive actualmente en Veracruz, México, un pueblo de pescadores donde, dice, está en paz. Acaba de presentarse en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, donde compartió escenario con el cantaor flamenco Diego El Cigala. Vino a la Argentina a través de las gestiones del programa radial de su amiga Betty Elizalde, y de su productor, José Luis Zorzi. Cuenta que la asombró la rapidez con que agotaron las entradas para su recital (que tendrá como invitado a León Gieco y será emitido por Canal 7 mañana a las 22), y que está contenta porque sabe que Ernesto Sabato irá a verla. “Venía para aquí con ganas de llorar, siempre me producen eso ustedes. Son nostalgias que llevan y que andan aquí en el aire, se te enriedan en el alma, en la cintura. No es una tristeza cursi la de ustedes. Es algo que está en ese cielo, ese color del Río de la Plata”, dice Chavela. “Noto una gran paz en Buenos Aires. Se siente. Se te embarra en la piel. La gente está tranquila. No como la primera vez que vine, que todo el mundo volteaba ante el menor ruido (a principios del ‘90, cuando vino a filmar en la patagonia Grito de piedra, del director alemán Werner Herzog).
–Qué raro lo que dice. Aquí hace poco hubo una marcha de ciento cincuenta mil personas que reclamaban seguridad.
–Sí, me contaron. Pero yo no noto inseguridad en la gente. Y ustedes son muy expresivos, proyectan mucho su angustia. Ojalá logren entrar por fin en un período de paz definitiva. Han pasado cosas terribles, han sufrido tanto. ¿Por qué cree que he venido a dar este concierto? Porque he llorado mucho cuando leía lo que pasaba en los periódicos. Y porque los amo.
–Nosotros no nos queremos tanto. Cuando nos preguntan cómo somos destacamos otras cosas: que somos truchos, chantas...
–Eso es muy de los países latinoamericanos, no quererse. Los europeos son otra cosa. Pero nosotros los latinos somos así de quisquillosos. Eso es lo que les falta ustedes para ser un país maravilloso: amarse más los unos a los otros.