Entre los autores programados este año aparecen varios nombres de importancia considerable en el panorama de la música de tradición occidental y escrita compuesta a partir de la segunda mitad del siglo pasado. El primero, en orden cronológico, es el ya clásico John Cage. Discípulo de Schönberg, aunque enfrentado con la ultrarracionalización de la composición a la que se había llegado en Europa a partir del serialismo integral –que había llevado el dodecafonismo de Schönberg hasta sus máximas posibilidades–, su apuesta fue la contraria. Con una enciclopedia estética en la que entraban el azar, el zen, el valor del silencio y la crítica a las instituciones y las formas de circulación de obras dentro del mercado musical, sus composiciones son muchas veces conceptuales y, con una apariencia de sencillez, ponen en juego una vasta red de discusiones estéticas.
Otro compositor fundamental del último medio siglo es el húngaro György Ligeti. Surgido en los sesenta con un tipo de composición en el que el sonido y sus densidades ocupaban el primer plano, con una deuda explícita hacia la música electrónica, luego comenzó a desarrollar un estilo de microdesplazamientos y polifonías sutilísimas y, más tarde, una revalorización del ritmo y de la tradición de Béla Bartók. Con 81 años, Ligeti sigue siendo uno de los autores más originales e imprevisibles de la actualidad . “Quieren saber qué es la música actual? Escuchen música de Helmut Lachenmann”, escribió el New York Times, refiriéndose a otro inclasificable, situado por afuera de cualquier escuela aunque influido por uno de los grandes pensadores y autores del siglo pasado, Luigi Nono. El inglés Brian Ferneyhough, por otra parte, es una de las caras visibles de la escuela de la ultrcomplejidad, heredera de las vanguardias europeas de la década del 50, de la que los nombres de Iannis Xenaquis y Karlheiz Stockhusen dan una buena muestra. El caso de Giacinto Scelsi, un compositor venerado por unos y condenado por otros y, en ambos casos, por los motivos incorrectos, desarrolló un lenguaje absolutamente personal, fuertemente expresivo y basado en variaciones mínimas, de color y densidad, de muy pocos sonidos. El norteamericano Morton Feldman, otro de los grandes nombres presentes, es, tal vez, quien más lejos llevó la reflexión sobre la naturaleza del tiempo musical. Y Mauricio Kagel, argentino radicado en Alemania, es una de las mentes creadoras más poderosas de los últimos tiempos. Las fuentes más diversas, desde Bach al variété, forman parte de una estética en que lo teatral –y el puro valor teatral del sonido– ocupa un lugar preferente. En el ciclo aparecen, asimismo, dos compositores sumamente influyentes, el italiano Salvatore Sciarrino, otro autor sensible al poder expresivo del sonido, y el holandés Louis Andriessen, una especie de posminimalista que, entre otras cosas, trabaja con modelos rítmicos de rock’n roll y boogie woogie.